Opinión Economías

Un Nobel para el análisis empírico

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Este año el Nóbel de Economía se repartió entre David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens. Es otro premio al análisis empírico, pero sobre todo al desarrollo de herramientas econométricas destinadas a medir de manera confiable las conjeturas que propone la teoría. Entre los premiados debió figurar también Alan Krueger, un extraordinario economista que fue colaborador de este grupo, pero que se quitó la vida en 2019.

El interés principal de estos economistas reside en el análisis del mercado de trabajo. Hasta la llegada de las novedosas técnicas que incorporaron estos experimentadores, la economía convencional solía dar por buenas varias de las conclusiones derivadas de su teoría. Pero la puesta a prueba en el campo demostró que estas “verdades” eran más elusivas de lo imaginado.

Card, por ejemplo, decidió testear la idea “obvia” de que las subas en los salarios mínimos reducen el empleo, una proposición que se enseña como evidente en los cursos iniciales de economía. El economista elaboró un experimento perspicaz para investigar esta cuestión: comparó los impactos sobre el empleo en restaurantes de dos Estados, Pennsylvania y New Jersey, que son similares en varios aspectos excepto en uno: el segundo sancionó una ley de salario mínimo en 1992 y el primero no. Para su sorpresa, Card no encontró ningún efecto. Si bien este resultado fue inicialmente recibido con escepticismo por la academia, nuevos estudios confirmaron el hallazgo de Card y pusieron en tela de juicio la teoría tradicional que asegura que un salario mínimo más elevado reduce la demanda de trabajo por parte de las firmas.

Para ponerle un poco de picante a un Premio Nóbel que cada vez es más aburrido, agreguemos cierto morbo. El galardón a Card significó un espaldarazo importante en su debate con David Neumark, con quien tuvo interminables discusiones sobre los estudios de salario mínimo. Neumark sostenía que el efecto negativo sobre el empleo era real, pero que había que buscarlo mejor. Para sorpresa de quienes consideran que en economía hay una voz única, la pelea continúa tras más de ¡25 años de investigaciones! 

Card también estudió los impactos de la afluencia de inmigrantes sobre los niveles de empleo en trabajadores con bajos niveles de educación, una preocupación típica de las ideologías más conservadoras de los Estados Unidos. Nuevamente, Card encontró que el impacto era mínimo y que el miedo a que el inmigrante reemplace las oportunidades laborales de los locales no estaba fundado.

Angrist, también junto a Krueger, intentaron a principios de la década de 1990 medir los beneficios en términos de ingresos de años adicionales de educación. Sus estimaciones indicaron que cada año extra de instrucción producía un aumento del 9% de los ingresos. Pero lo importante de este trabajo no fue la medición en sí, sino los métodos que utilizaron para realizar una estimación que permitiera aislar los factores que confundían las relaciones causa-efecto. Imbens participó luego junto a Angrist en el desarrollo de la teoría implícita en estas técnicas para lograr establecer conclusiones válidas en los experimentos empíricos.

 Resulta interesante que en los últimos años los premios se hayan otorgado casi exclusivamente a economistas preocupados por el análisis empírico. Por un lado, esto podría revelar cierto parate en la producción de teorías de gran alcance. Por el otro, existe indudablemente un interés creciente en establecer hasta qué punto lo que nos dice la teoría se aplica a la realidad. Y por qué no, por usar estas ideas para diseñar políticas. Los más entusiastas de las técnicas de los ganadores sostienen que estos nuevos métodos permiten establecer conclusiones firmes para acometer políticas “basadas en evidencia”, pero los expertos en epistemología de la economía (que estudian el método científico de la profesión) advierten que estos resultados podrían depender del contexto en el que se aplicaron, y que no necesariamente son replicables en otras circunstancias geográficas o temporales.

Las contribuciones de los ganadores son significativas, sobre todo porque sus novedosos métodos experimentales se han trasladado con éxito a muchas otros ámbitos del análisis económico. Por otra parte, una vez más el galardón fue monopolizado por hombres, y por profesores de universidades de Estados Unidos (aunque dos de los tres no nacieron en ese país). Cabe preguntarse si el Banco de Suecia, encargado de seleccionar a los ganadores, recorre suficientemente el espinel de la profesión, o si simplemente elige lo más seguro, que es laurear a los académicos más conocidos y prestigiosos.