Opinión Pura espuma

Ortodoxos, los gamers de la Economía

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En el vínculo de fascinación, contradicciones y competencia que Marx tuvo con la obra de Hegel, o en la fuente de inspiración que Adam Smith encontró en Rousseau, podemos ver a la carrera la vocación de dos grandes pensadores por contactar las particularidades de la economía con las generalidades cotidianas del mundo. En especial aquellas vinculadas a vivir o no vivir, comer o no comer.  

Para no hablar de Keynes, con un zapato Balmoral Oxford apoyado en los campos del King’s College y otro en el grupo Bloomsbury, donde se codeaba con Virginia Woolf y Bertrand Russell, un sistema híbrido de experiencias que podía ir, sin dramatismos, de las altas cumbres de la macroeconomía a la lectura de un mundo habitado por seres humanos de todos los orígenes. 

A esa voluntad de acuerdo de las estructuras sociales con el sujeto, la tradición la llama heterodoxia. Es una composición del mundo sin exclusión de elementos ni simplificación de su complejidad. Puede fallar, como todas las máquinas (de hecho, falla seguido), pero se le achaca menor crueldad que a la ortodoxia, y menos arrogancia.

La ortodoxia todavía cala hondo como superstición con efecto de verdad en la cultura de las economías contemporáneas de acumulación-evasión, y defiende por vías cada vez menos discretas la constitución del capital financiero como amo del progreso general que nunca llega.

Quizás pueda entenderse mejor la diferencia tomando la distinción que Alberto Laiseca hace sobre magos y astrólogos en El jardín de las máquinas parlantes (1993): “Cuando un mago hace un astral, ve todo como en un cine; observa los sucesos del pasado, presente o porvenir (según lo que haya propuesto) exactamente como si se tratara de una película, sólo que, en ciertos casos y sobre todo cuando ello transcurre en presente, puede intervenir en la acción. No así el astrólogo, que se mueve con cifras, valores tabulados abstractos que, una vez traducidos, significan diversas cosas”.

El economista de la heterodoxia es el mago que interviene en la acción (hacer aparecer y desaparecer la paloma es lo suyo); el de la ortodoxia, se solaza con los números y las abstracciones. De los dos, el segundo cree a muerte en sí mismo, en la escuela que lo educó, en el expresionismo estadístico que recita con entonación bíblica, en el mundo como un universo que se pude controlar científicamente si se sigue con obediencia, y hasta la medalla olímpica, las maniobras de ese deporte extremo llamado ajuste. 

La visión ignorante o desdeñosa de todos los campos que afecta es sobre la totalidad… de una parcialidad. El economista ortodoxo trabaja sobre la totalidad de una sola cosa. En ese falso todo se estaciona y da cátedra acerca de las supresiones que deberían ejecutarse para que la economía, reducida a una maqueta deshabitada (en ese modelo no hay medida humana ni en versión Lego) pueda ser viable en el sentido en que podría ser viable un remís fantasma que va muy bien por una ruta desierta sin llevar a nadie.

Economistas ortodoxos. ¿Quiénes serían de ser artistas? ¿Rothko? ¿Pollok? ¿El infladísimo Joan Miró? Expresionistas abstractos que no paran de hablar con todos los colores en un desierto libre de humanos. Pero quizás no sea el arte el universo correcto para encajar las piezas de la analogía. El perfil insaciable del gamer va mucho mejor con el impulso exterminador del ortodoxo. En el fondo, los economistas de la ortodoxia que gustan de las limpiezas étnicas subrepticias son más bien jugadores de Fortnite. Su relación con lo humano es a través de figuras holográficas movidas por la tracción insensible de los joysticks.

El gamer guerrero no duda. ¿Vieron alguna vez dudar, retroceder, retractarse o conceder razones a Alfonso Prat Gay, Javier Milei, José Luis Espert y al ortodoxo cebollita Martín Tetaz? Es que no hay ortodoxia sin mesianismo.  No importa lo que se mueva alrededor si uno está enterrado en una idea fija.

De estos ídolos contemporáneos, hay que afrontar la novedad de que quieran ejercer su derecho de ingreso a la política, y felicitarlos por hacerlo bien. Cada cual tiene su propia temperatura psíquica. 

Espert encarna una especie de neoporonguismo de ISER, eslabón perdido entre el sindicalismo heavy metal de Luis Barrionuevo y el Varón del Tango Julio Sosa, y tiene varias soluciones finales para la economía argentina. Todas basadas en los cuadros, planillas y sonetos que aprendió de memoria en su paso por los comités de ajuste de Miguel Broda y Adolfo Sturzenegger. Junto con la universidad del CEMA, extraños yacimientos argumentales que le hicieron calcular al modo ortodoxo, o sea fantasear (se lo dijo a Fernando Soriano en una gran entrevista publicada por Infobae) con que a los 14 años podía levantar, con su “fuerza natural”, una bolsa de cincuenta kilos de soja con cada mano.  ¿Quién sos? ¿Gokú? 

Milei es un caso combinado de ortodoxia mesiánica con algún componente menos estándar. Es factible que sus fieles sigan menos la estela del que proclama el exterminio del Estado y el incendio purificador del Banco Central que, por decirlo con delicadeza, su oferta de desbordes emocionales.  Una irracionalidad inquietante sostiene lo que Milei llama evidencias empíricas de la economía y nosotros ideas de Milei extraídas de la escuela austríaca. Pero es mejor no contrariarlo a él ni a sus ojos de hielo, estacionados en un punto intermedio entre los de Bill Bixby y Lou Ferrigno de El Increíble Hulk. De lo contrario, su empirismo futurista del siglo XIX podría reducirse a esta tensa calma, descargada en 2017 contra un antagonista de Twitter: “La teoría económica, la evidencia empírica y lo que pasará en los hechos te cerrará el orto PEDAZO DE PELOTUDO COLECTIVISTA”.

Por eso mi corazón está con el genial Tetaz. Por dios, qué capo cómico. Ante la vergüenza de un duelo argumental perdido, ante (en palabras de Milei) la evidencia empírica de que se ha equivocado, este genio, lejos de retroceder, no ceja en cabecear las balas y hacerse ver en ese tipo de sacrificio tan parecido al del abuelo de Borges cuando enfrentó las tropas enemigas con poncho y caballo blanco (como para errarle). 

Su vertiente ligada a los efectos especiales son menos kamikazes y más espectaculares para quienes deseen disfrutar de un teatro sin talento. Sacos que se abren de golpe con gesto de sátiro para dejar ver un candoroso “Pero Macri”; o una lluvia de dinero falso volcada por una pistola de aire sobre una mesa donde almorzarán simpatizantes catatónicos de la ortodoxia mientras de ironiza sobre la “platita”, son los grandes cuadros de esta comedia del ajuste. Ah, pero qué plato este Tetaz, qué chispa. No doy más de la risa. 

El factor común de la ortodoxia que pretende hacer del mundo únicamente una economía, la Economía Única, es la sensación de saber. Ninguno de los economistas ortodoxos no sabe algo. Todos saben todo. Lo que incluye una sabiduría sobre el futuro. Como los comentaristas del clásico del domingo que viene, como los meteorólogos y los chamanes, nos alertan sobre el fin del mundo tantas veces postergado, del que sólo ellos y su “ciencia exacta” nos podrían salvar.

JJB