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Opinión - Economías

¿Políticas expansivas a corto o largo plazo?

Alberto Fernández en una reunión del gabinete económico

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La recesión que, por mala praxis macroeconómica, se inició en abril de 2018, tocó fondo dos años después por efecto de la pandemia del Covid-19. Luego, desde mayo de 2020 hasta enero pasado, hubo 9 meses consecutivos de rebote económico, con lo que se llegó casi al nivel de producción previo a la pandemia, aunque varios sectores siguen fuertemente afectados por ella. Pero la producción todavía debería crecer 10% para recuperar el nivel de dos años atrás. 

Si los recursos productivos de hace tres años continuaran estando disponibles, podría pensarse que, sólo con emplearlos con mayor intensidad, la producción podría continuar con su rebote un tiempo más. Sería una simplificación: la producción futura no debería ser la misma que hace tres años, porque el mundo cambia, y con él las demandas de bienes y servicios, a las que hay que adaptarse. Pero vale la noción de que, aún luego de 9 meses de rebote, la producción sigue bien por debajo de su potencial. 

Aumentar la producción de bienes y servicios es fundamental para reducir nuestros problemas de pobreza, falta de empleo y frustración económica en general. ¿Qué nos limita para hacerlo? Existen problemas de restricciones de oferta en algunos sectores, pero, sobre todo, el problema recurrente es de demanda efectiva: las empresas privadas sólo producen lo que creen que van a poder vender. 

Como la mayor parte de la producción se vende fronteras adentro, se suele proponer que el gobierno realice políticas expansivas de corto plazo, aumentando los gastos públicos y/o disminuyendo impuestos; eso implicaría mayor déficit fiscal; si se lo financia con emisión monetaria o deuda externa, se pondría “más plata en los bolsillos de la gente”, impulsando así las compras, que incentiven a las empresas a producir, generando más empleo, mejor utilización de sus maquinarias y equipos, y necesidad de adquirir nuevos bienes de capital para incrementar su capacidad y dar respuesta así a la mayor demanda. 

Si esa receta funcionara en todo tiempo y lugar, la macroeconomía sería más fácil, y a la Argentina le habría ido mucho mejor. En los últimos 46 años, el PBI del país no llegó a duplicarse, mientras la producción mundial más que se cuadruplicó. En términos de los objetivos económicos de crecimiento, estabilidad de precios y redistribución progresiva del ingreso nos fue decididamente mal, y no por falta de déficit público, emisión monetaria o endeudamiento externo. Es más, podría decirse que todo eso sobró.    

Aumentar el déficit público cuando existen recursos desempleados puede ser buena idea si hay capacidad para financiarlo sin riesgo de estar incubando la próxima crisis; caso contrario, en el mejor de los casos sólo tiene éxito en el corto plazo. Pero, como se tiende a creer que la memoria de los votantes también es de corto plazo, se ha registrado una significativa expansión monetaria en los meses previos a cada elección entre 2011 y 2017; que habría influido para que los “picos” de cada ciclo de actividad económica se ubiquen cerca de cada elección (no ocurrió en 2019, porque la aceleración de la inflación, en el contexto de un acuerdo vigente con el FMI, lo hacía desaconsejable aun en el corto plazo).

Pero cada “pico” de actividad económica fue seguido por una caída. Los dos últimos períodos presidenciales concluyeron con fracasos en materia de crecimiento, inflación y pobreza, lo que probablemente contribuyó a su derrota electoral.  

¿Cómo empezar un proceso de crecimiento? ¿Con políticas expansivas basadas en emisión monetaria o endeudamiento mientras sea posible, para luego tener que ajustar? Eso se probó en los últimos 10 años; los resultados fueron malos. 

La historia reciente muestra que la economía del país creció cuando mejoró el resultado fiscal y se fortalecieron las cuentas externas. En las últimas décadas sólo hubo seis años consecutivos de crecimiento del PBI: entre mediados de 2002 y mediados de 2008; cuando hubo aumento de las reservas internacionales del Banco Central, superávit fiscal y disminución del peso de la deuda pública. Los “superávits gemelos”, lejos de inducir recesión, fueron parte esencial de un ambiente que favoreció el crecimiento de la producción, la inversión, el consumo y el comercio exterior, y la disminución de la pobreza. 

Antes y después, hubo déficits gemelos y procesos de crecimiento que quedaron truncos al poco tiempo, debido a los desequilibrios económicos. Así, cuando hubo déficit público y externo, que alimentaban la deuda pública, el PBI por habitante tendió a estancarse o caer. 

La enseñanza es que la sustentabilidad macroeconómica es condición necesaria para un proceso de crecimiento. Los indicadores de los últimos meses muestran alguna mejoría: la deuda pública externa (medida en dólares) ha disminuido desde el pico alcanzado en julio de 2019; el déficit fiscal se ha moderado respecto de los niveles del otoño e invierno de 2020; y las reservas internacionales parecen estabilizarse, luego de tocar un mínimo a principios de diciembre. Pero la situación sigue siendo muy frágil, principalmente por la “nueva ola” de la pandemia; pero también porque muchos dudan acerca de la convicción del Gobierno para estabilizar la economía. 

La primera prioridad, ahora y siempre, debe ser la vida humana, a la que hay que proteger tanto de la pandemia como de la pobreza extrema. Pero, luego de eso, se debe dar una alta prioridad a lograr y consolidar los equilibrios económicos que se necesitan para evitar una nueva crisis, dando así un entorno de mayor certidumbre a las decisiones de inversión. Para eso, debe seguir creciendo la recaudación tributaria a mayor ritmo que el gasto público, y debe ponerse énfasis en políticas tendientes a aumentar las exportaciones, especialmente las que tienen mayor valor agregado y perspectivas de crecimiento. En ese sentido, debería evitarse todo proceso de retraso cambiario, que desalienta las exportaciones de alto valor agregado y crea incertidumbre.  

Es que, a mediano y largo plazo, las verdaderas políticas expansivas son las que procuran evitar que haya nuevas crisis cambiarias y de endeudamiento. No son suficientes; debe haber, entre otras cosas, políticas sectoriales orientadas al desarrollo de sectores competitivos. Pero son una condición necesaria: sin equilibrios macroeconómicos es muy difícil que despeguemos. 

FE

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