China seduce a India para construir desde el ‘Club de Shanghái’ un bloque económico contra EEUU

India era el as que la Administración Biden y el G-7 tenían guardado en la manga para restablecer parte del equilibrio de poderes perdido en el convulso orden mundial. La habilidad del presidente de India, Narendra Modi, para oscilar de los intereses de las potencias industrializadas para mantener su capacidad de liderazgo a los desafíos de los grandes mercados emergentes para asumir mayores grados de hegemonía económica, comercial, tecnológica y --por supuesto--, geopolítica, saltó por los aires.
Todo por obra y gracia de Donald Trump y su escalada arancelaria, que condujo tras no pocos vaivenes y cambios caóticos, a gravar a India y a uno de sus socios de los BRICS, Brasil, con el peaje aduanero de acceso al mercado americano más alto del planeta: un 50%. A expensas del nivel en el que se sitúen las tarifas definitivas sobre los bienes y servicios made in China, que aún se negocian bilateralmente.
La versión Trump 2.0 se anticipaba más beligerante que la primera gestión del líder del MAGA (Make America Great Again) para poner en liza el Project 2025 de Heritage Foundation, el foro que nutrió de iniciativas neocon a todos los presidentes republicanos desde Ronald Reagan. En especial, rebajas fiscales y, como no, guerras comerciales, pese a que sus recetas hayan traído consigo desde entonces recesiones del PIB americano.
Pero los daños colaterales de esta ola de proteccionismo unilateralista sin precedentes desde el Crash de 1929 en el paraíso y guardián del libre mercado se extienden más allá de sus fronteras. La declaración de hostilidad geoestratégica de EEUU hacia China obligó a la cada vez más poderosa India --quinto PIB, cuarto centro financiero global y la economía de mayor dinamismo del planeta-- a tomar partido e inclinar el brazo del lado del gigante asiático en el duelo que el mandatario americano está manteniendo sin cuartel para alterar el orden internacional.
Delhi interpretó el arancel del 50% como un casus belli. O, dicho de otra forma, como un volantazo de Washington que deja a su primer ministro, Modi, sin margen de maniobra. Al dirigente nacionalista indio no le queda otro remedio que pivotar hacia su histórico enemigo regional --China-- con el que mantiene desde hace décadas notables tensiones por el liderazgo continental. A pesar de los negocios y elevadas perspectivas inversoras que el mercado venía atribuyendo a India hasta ahora como la gran baza manufacturera, tecnológica y geopolítica de EEUU en Asia y en el mundo.
La reciente cita de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la ciudad china de Tianjin sirvió de escenario de este viraje estratégico con visos de ser permanente en el tiempo y que esconde un suculento pastel económico por la posible conexión de China e India en una misma longitud de onda: la de doblegar a EEUU y hacerse con el cetro del poder global. O, al menos, a intentarlo. Detrás de este matrimonio de conveniencia subyace una misión de enjundia: crear un bloque comercial, emergente e irreverente hacia Washington y sus aliados occidentales en caso de que acontezca el temido decoupling (desacomplamiento) y la globalización haga trizas la libre circulación de mercancías, servicios y capitales.
Modi acudió por primera vez a China en siete años. Aunque departió con Xi Jinping en varias ocasiones, generalmente, en el G-20 o las cumbres de los BRICS+, nunca hasta ahora había conciliado tan intensamente con su homólogo chino, que se encargó ya en marzo de aproximar posturas con una carta de sumo calado estratégico. En la misiva, previa al lanzamiento del mapa arancelario trumpista y apenas un mes antes de bautizar su medida como el Día de la Liberación (designado el 2 de abril), Jinping propuso a Modi reforzar lazos bilaterales y enarbolar la bandera del multilateralismo junto a países del llamado Sur Global. El Club de Shanghái fue el anfitrión de este viraje que pretende obtener carta de naturaleza oficial.
Al lado de países asiáticos, este foro, nacido en 2001 y del que son miembros fundadores Rusia y otras ex repúblicas soviéticas del área como Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, y a los que se unieron India y Pakistán en 2017 e Irán y Bielorrusia en el último bienio, no tuvo demasiado peso geoestratégico. Pero no deja de ser la puerta trasera de China en el continente, igual que las naciones latinoamericanas lo son de EEUU, y siempre conviene tener la casa en orden. De ahí que Jinping diera luz verde a una inyección adicional de 10.000 millones de yenes (casi 1.200 millones de dólares) al CSO con el objetivo de “ampliar el alcance de la cooperación y sus recursos”, dirigidos a “cumplir con la responsabilidad compartida de mantener la paz y generar prosperidad regional”.
Asia comienza a reforzar su seguridad económica
La carta de Jinping, urdida en secreto con la jefa del Estado indio, Draupadi Murmu, para tantear el terreno, pareció surtir efecto en Tianjin. Fue propiciada, en gran medida, por la afrenta de la Casa Blanca hacia India, que justificó su presión arancelaria por el abuso de Delhi de adquirir barriles de petróleo ruso con cuantiosos descuentos desde la instauración del tope al precio del crudo a Moscú por la invasión de Ucrania. “Hay un rechazo muy emotivo e intenso hacia Trump en India, porque se entiende que ha proferido insultos hacia el país”, aseguraba en un coloquio reciente en Foreign Policy Nirumpa Rao, ex secretaria de Estado india.
“Es una sensación de dolor, de conmoción e incredulidad, una herida que difícilmente sanará”. De ahí que Modi haya decidido virar su diplomacia y “transmitir al mundo que tiene opciones más estables que recuperar la confianza con Washington”.
No solo India. Japón mira de reojo a su continente. De hecho, Modi antecedió su desplazamiento a la CSO con otro a Tokio, una escala en la que selló un tratado de seguridad económica para el suministro y abastecimiento mutuo de chips, minerales críticos e Inteligencia Artificial (IA).
Japón es la otra gran pica que Biden utilizó en Asia para edificar desde el llamado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (EEUU, Australia, India y Japón) la Alianza Indo-Pacífico, una unión de intereses económicos para contener la supremacía económica china, y el AUKUS, denominada la OTAN asiática, para tratar de aplacar las ínfulas expansionistas de Pekín en el área, en una fase en la que Washington empieza a dudar de su compromiso de defensa hacia Taiwán.
“Trump es, sin duda alguna, el gran pacificador; merece todo el crédito por haber estimulado el incipiente acercamiento entre Delhi y Pekín”, ironiza Ashley Tellis, investigadora del think-tank Carnegie Endowment for International Peace y antigua diplomática estadounidense en Delhi. “Y lo logró él solo, tratando a India como un enemigo”. Tellis concede credibilidad a la teoría de Rao sobre la “súbita desaparición de los conflictos fronterizos” indo-chinos para justificar la preferencia que cobraron los beneficios geopolíticos económicos mutuos.
De repente --dice-- parece haberse esfumado la carrera entre ambos mercados por captar flujos de capital foráneos hacia sus centros financieros.
La fragmentación global vuelve a escena
La nueva entente cordiale entre los dos colosos asiáticos deja en el limbo la iniciativa diplomática de Biden de robustecer con Modi, tras su victoria electoral de junio de 2024, los avances en IA y asegurarse el abastecimiento de chips y negocios vinculados a la biotecnología, la industria militar o la carrera espacial, entre otros.
The Economist habla del poder de persuasión indio para hacer retornar a países como Vietnam, Egipto o Turquía, que se posicionaron más hacia la Casa Blanca y su intervencionismo estatal de los negocios y la economía, a este particular contraataque ideado por Jinping contra Trump. “La estabilidad comercial que pregona China ahora suena de verdad”. No solo por ser el principal socio de la mayoría de los países convocados al Club de Shanghái, sino porque el estilo mercantil-capitalista de Pekín “parece más avanzado en términos de controles estatales”.
Sobre todo, por la cada vez más rampante oposición de los BRICS + y del Sur Global a aceptar sanciones y amenazas extraterritoriales que la administración republicana de EEUU utiliza para “separar a empresas, trabajadores y países del sistema financiero y las plataformas tecnológicas”. Con el dólar como arma de acción exterior y con la fulgurante aparición del mundo cripto (stablecoins) amparada por la trumpista Ley Genius como moneda de cambio de las empresas americanas.
De Shanghái, además, surgió el desfile militar conjunto organizado por China para conmemorar el Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial, que Pekín celebra con motivo de la rendición de Japón y al que este año se sumaron tropas de Rusia y Corea del Norte, lanzando una nueva encrucijada mundial en el apartado de la seguridad.
Voces como la de Jeremy Chan, de Eurasia Group, y Chietigj Bajpaee, de Chatam House, alertan de que la “indiscutible senda de entendimiento” entre Jinping y Modi podría avanzar por “senderos más pedregosos” a partir de Shanghái. Aunque Modi no desea todavía ser visto en ningún grupo percibido como abiertamente antioccidental, de ahí que reunciara a asistir a la parada militar china.
Santosh Pai, experto de la Carnegie Endowment, incide en que la escalada arancelaria sienta las bases para emitir créditos indo-chinos en el exterior, absorber know-how tecnológico y planes de innovación conjuntos y proyectos de seguridad económica compartidos con controles sobre exportaciones de materiales, servicios y bienes geoestratégicos. Shanthie Mariet D’Souza avisa en The Diplomat que “el proceso de normalización diplomática entre Pekín y Dehli implica tomar en consideración el decoupling de la globalización”. El órdago parece estar servido, Pekín y Delhi “resetearon el tablero de ajedrez internacional”.
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