En el Líbano, Hizbolá habría ganado las elecciones aunque perdido la mayoría parlamentaria
El recuento de los votos en el Líbano es el más lento y trabajoso de todas las democracias del Mediterráneo y del mundo árabe por las singularidades de su sistema de representación confesional y proporcional. Al mismo tiempo, la distribución geográfica de electorados antagónicos en distritos contiguos o sucesivos enerva la validez de los modelos de proyección nacional de muestreos de cómputos parciales previos. Es por ello que los medios libaneses y regionales se distrajeron de las pausadas informaciones que sobre colegio tras colegio brindaba el ministro de Interior, Basam Maulau, para reproducir un cable de Reuters que informaba que varias fuentes al interior del bloque parlamentario de Hizbolá habrían admitido que en la próxima legislatura no retendrían su actual mayoría de 71 bancas, ni llegarían a 64, la mitad del total.
La oposición festeja lo que ve como un fracaso electoral del partido shiita pro iraní que sigue siendo el más votado a título singular y la fuerza política más poderosa del país por su capacidad de movilización y de choque. Pueden celebrar que muchas candidaturas jóvenes, por fuera de la élite partidocrática, hayan ganado diputaciones por primera vez. Pero no pueden celebrar una victoria, porque nadie ha ganado una mayoría, signo de las dificultades y asperezas que esperan a la formación de gobierno.
En 2018 había votado el 48% del padrón. En esta elección del domingo, la primera después de la crisis de 2019 que dejó a un 80% de la población por debajo de la línea de pobreza, e hizo que la libra libanesa perdiera el 95% de su valor, después de la doble explosión de 2020 en el puerto de Beirut, todavía bajo investigación, todavía sin explicación, y después de la pandemia de 2021, la asistencia electoral fue todavía menor, de un 41 por ciento.
En una democracia parlamentaria, comicios legislativos de los que surge una legislatura fragmentada sin un mandato nítido capaz de sumar respaldos mayoritarios significan onerosos retrasos y morosa formación de un nuevo gobierno. La legislatura debe elegir al primer ministro (musulmán, según los cuoteos confesionales acordados en 1989 al fin de la guerra civil) y al presidente (cristiano). El costoso proceso que llevará a escoger los nombres postergará, a falta de titularidad para el Ejecutivo, la atención de las urgencias de este país del Cercano Oriente de 6,8 millones de habitantes que sufre la peor crisis económica de su historia, que debe negociar con el FMI y otros acreedores, enfrentar la crisis energética y alimentaria, combatir la inflación, la carestía y la escasez, frenar la depreciación de la moneda, reformular las relaciones diplomáticas con los dos polos regionales, las dos potencias petroleras e islámicas que se disputan al Líbano como zona de influencia propia y determinante, la monarquía sunita de Arabia Saudí, y la república shiita de Irán.
Listas cerradas
De acuerdo con el procedimiento en vigor, el electorado libanés solo puede apoyar una lista, cerrada, entre las que se presentan por su circunscripción: en muchos casos, rejunta de candidaturas independientes o integrantes de partidos de distinto signo que se alían bajo un mismo techo movidos por intereses particulares o prioritarios. De forma opcional, el elector puede adjudicar también un 'voto preferencial' , singularizando un nombre en la lista por la que ha votado.
El domingo competían unas 100 listas cerradas en los 15 distritos electorales, que están subdivididos en circunscripciones aún más exiguas.
Un complejo sistema de cálculos establece, sobre la base del número de votos obtenido por cada lista, cuántos de los asientos asignados a la circunscripción irán a parar a cada grupo . A su vez, la repartija de las bancas dentro de cada lista vencedora se hará en el orden fijado por qué candidaturas hayan recibido más boletas “preferenciales” personales.
Cuotas confesionales
Una característica distintiva de los Estados del Cercano Oriente, a diferencia de los del Golfo, es que son Estados pluriconfesionales. Antes que a una cuestión ultraterrena, esto refiere a que existen y conviven varias comunidades religiosas. Cada persona es clasificada según aquella confesión en la que nació y se crió. Una comunidad se sitúa en un rango constitucional inferior a las naciones en un Estado Plurinacional (como son Bolivia y Ecuador, o Chile en el proyecto de la Constituyente) pero superior en organización e identidad jurídica y administrativa a las simples feligresías o uniones de creyentes. Cuentan con una representación política reconocida, cuantificada y preasignada. En el Parlamento libanés no hay paridad de género, pero sí la hay para las denominaciones religiosas, establecida en correlato a los datos demográficos censales.
El Parlamento debe tener representación cristiana y musulmana en partes iguales, pero su presidente ha de ser siempre shiita. A su vez, a cada uno de los 18 subgrupos religiosos reconocidos toca un número de asientos fijado según una razón proporcional a la demografía libanesa. Ningún censo oficial ha sido realizado de forma reciente, en parte porque la distribución confesional es un asunto altamente sensible, pero se estima que en la actualidad cerca del 60 % de la población libanesa profesa alguna variante del islam y alrededor de un 40 % se clasifica como cristiana. Esta paridad formal no oculta, pero tampoco refleja, una disparidad de poder material. Hizbolá, apoyado por Irán, y por Siria (de mayoría sunita pero liderazgo alawita), es la fuerza política más respetada, y aquella con la cual nadie busca disputas estériles. Es a la vez que un partido político, una fuerza de choque con cuerpos armados y militarizados (clasificados por el gobierno de EEUU como organizaciones terroristas), y una organización clientelar, con extendidos servicios sociales, médicos, asistenciales, sobre todo en el sur del país, que le han permitido atravesar las barreras confesionales para articular coaliciones con cristianos y sunitas aliados, pero de las que siempre detentó un liderazgo incontestado.
AGB
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