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Putin y Biden se ven las caras y el mundo mira con atención

El primer ministro ruso Vladimir Putin y el entonces vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, durante su reunión en Moscú, el 10 de marzo de 2011.

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Los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Joe Biden y Vladimir Putin, celebrarán este miércoles en Ginebra, Suiza, su muy anticipada primera cumbre, con las relaciones bilaterales en su punto más bajo en medio de múltiples acusaciones y desacuerdos.

El envenenamiento y encarcelamiento del líder opositor ruso Alexey Navalny, la tensión entre Rusia y Ucrania y acusaciones de que el Kremlin está detrás de ciberataques son algunos de los temas que más tensiones generan de los que se discutirán en la reunión.

Cuestiones en las que hay mayor entendimiento incluyen el control de armamentos nucleares, el cambio climático, los programas atómicos de Irán y Corea del Norte y la estabilidad de Afganistán tras la retirada militar estadounidense y de la OTAN.

El esperado encuentro en la neutral Suiza llega luego de que Biden, en su primera gira internacional como presidente, participara esta semana de una cumbre del G7 y otra de la OTAN en la que pudo escuchar a sus aliados de Europa antes de sentarse con Putin.

Las conversaciones están precedidas por meses de declaraciones cruzadas entre ambos presidentes, muchas de ellas de un cariz personal, más que institucional.

En una entrevista en marzo, Biden dijo que estaba de acuerdo con la caracterización de Putin como un “asesino”, tras lo cual Rusia llamó a consultas a su embajador y Putin respondió que Biden se describía a sí mismo, antes de desearle “buena salud”.

El mandatario ruso desafió luego al estadounidense a celebrar un debate público y, cuando Biden propuso la cumbre días después, el Kremlin presentó la oferta como un intento de la Casa Blanca de reparar el daño generado por el comentario.

Las expectativas de resultados tangibles de la reunión son bajas, aunque hay esperanzas de que permita un mejor entendimiento entre dos de las mayores potencias que quite un factor extra de inestabilidad mientras el mundo busca recuperarse del coronavirus.

La espiral descendente en la relación comenzó luego de que Rusia se anexionara la península ucraniana de Crimea, en 2014, y de que la inteligencia estadounidense acusara a Moscú de interferencia en las presidenciales de 2016 en Estados Unidos.

El encono se agravó por ciberataques contra el Gobierno y compañías privadas estadounidenses, el envenenamiento -cuya autoría se desconoce- y posterior condena a prisión de Navalny y el respaldo ruso al Gobierno de Bielorrusia ante fuertes protestas duramente reprimidas.

Putin volvió a negar esta semana las acusaciones de ciberataques, y recordó que propuso a Washington firmar un tratado para prohibirlos, menos de dos meses antes de las elecciones del año pasado en Estados Unidos.

El demócrata Biden está bajo presión interna y europea para tener una postura mucho más firme con Rusia que la de su predecesor republicano Donald Trump, cuyo mandato estuvo marcado por las sospechas de que Rusia lo ayudó a ganar los comicios de 2016.

En su primera cumbre con Putin, en Helsinki en 2018, Trump provocó un escándalo al decir que creía en la insistencia de su par acerca de que Rusia no estuvo tras ciberataques para perjudicar a su rival electoral Hillary Clinton, contradiciendo a sus servicios secretos.

Tanto durante su campaña de 2016 como durante su Presidencia, Trump expresó admiración por Putin, aunque su Gobierno aplicó -luego de alguna demora- sanciones contra Rusia aprobadas por el Congreso.

Uno de los máximos puntos de fricción actual es Ucrania. Junto a Bielorrusia y los del mar Báltico, esos países son de gran importancia estratégica ya que separan, por el Oeste, a Rusia de las naciones europeos miembros de la OTAN ubicados más hacia occidente.

Rusia tuvo durante años Gobiernos aliados en Ucrania, pero el último fue derrocado en 2014 por protestas populares y reemplazado por otro, el actual, nacionalista de derecha y anti-Rusia, pese al amplio rechazo en Crimea y otras regiones rusoparlantes del país.

Las tensiones se multiplicaron en semanas recientes por un refuerzo militar ruso en la frontera con Ucrania que Kiev denunció como preparativos para una invasión y por ejercicios militares conjuntos entre Ucrania y la OTAN que Moscú ve como provocación.

Ucrania quiere que Biden juegue un rol más activo para resolver su conflicto con dos provincias orientales rusoparlantes que se alzaron en armas contra el nuevo Gobierno hace siete años y presione más a Rusia para que devuelva Crimea.

Putin ha dicho que Ucrania es una “línea roja” que Estados Unidos no debe cruzar.

Siempre atenta a su frontera occidental, Rusia también ve con suma preocupación la posibilidad de que el Gobierno bielorruso de su aliado aunque autocrático presidente Alexandr Lukashenko sea suplantado por otro tan hostil a Moscú como el de Ucrania.

Los líderes del movimiento prodemocrático bielorruso en el exilio quieren que Biden respalde una transferencia pacífica del poder luego de 27 años de Lukashenko en el puesto de presidente.

Tras una disputada elección en agosto pasado, el Gobierno de Bielorrusia ha reprimido una ola de protestas con detenciones masivas, y el mes pasado obligó a un vuelo comercial a aterrizar para detener a un activista opositor que iba en el avión.

Biden ha dicho que los derechos humanos serán centrales en su política exterior, así que genera expectativa qué le dirá a Putin sobre la situación de Navalny y la prohibición de su organización política.

Putin ha rechazado las acusaciones en materia de derechos humanos y subrayado los casos de gatillo fácil policial contra afroamericanos de años recientes y las matanzas de pueblos originarios en el proceso de formación de Estados Unidos.

Las familias de dos estadounidenses presos en Rusia, uno de ellos por espionaje, han solicitado a Biden que pida su liberación, y Putin dijo esta semana en una entrevista que estaba abierto a un intercambio de prisioneros.

Con información de agencias.

IG

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