“Comunismo” o “Democracia”, un voto entre cárceles, calles y sierras
Las elecciones celebradas en abril han dejado como saldo en Perú un escenario político indubitablemente polarizado. Que no se resolverá en las elecciones de este domingo. Ni tampoco, el contexto social fuertemente empobrecido. Sin embargo, el panorama electoral y político previsto para el balotaje del 6 de junio ha convocado mayor atención que cualquier suposición anterior. El margen a favor del candidato de Perú Libre, Pedro Castillo se ha angostado frente a Keiko Fujimori de Fuerza Popular, según las mediciones del Instituto de Estudios Peruanos (IEP); los 10 puntos de diferencia han quedado reducidos a 2. Hay que decir que lo que ha crecido de manera notable -o estaba latente y ahora se manifiesta- es la brecha entre la izquierda y la derecha. En los términos que circulan, “comunismo” o “democracia”; o y es lo mismo, la Libertad o el Comunismo, expresado sin ningún adorno en el slogan de campaña fujimorista.
Tanto marxismo como comunismo parecieran términos anacrónicos. Y que no guardan relación siquiera distante con la fisura operante entre Blancos y Cholos vs. Campesinos.
En Perú hay dos millones de campesinos que tienen tierra desde la Reforma Agraria de Juan Velasco Alvarado, pero sin ferrocarril, carreteras ni créditos. Ni lugar en los espacios políticos. Representan una cultura andina que en parte -hace tiempo- ha bajado a la ciudad y consiguieron trabajos informales. Algunos, muy pocos, han logrado acumular dinero, pero no reconocimiento. Son ignorados.
Los años del neoliberalismo -introducido por primera vez con la gestión del expresidente Alberto Fujimori, en la década de los 90- trajeron una victoria de la macroeconomía -que el FMI elogió- y mega escándalos de corrupción. Sucesivos mandatarios comparecieron ante la justicia e incluso causó el suicidio del expresidente Alan García. A la vez logró que los ricos se hicieran más ricos, los pobres más pobres y la clase media se empobreciera.
La pandemia agravó la situación de todos. Sin embargo, mucho más la de los migrantes “cholos” que les cuesta conseguir trabajos importantes. No es posible conseguir “chambas”. Y la muerte arrasó con ferocidad en el “pueblo” de clase baja.
El antifujimorismo activado después de que Pedro Pablo Kuczynski otorgara un indulto “humanitario” -luego revocado- al expresidente Alberto Fujimori, que cumplía su condena en prisión por violaciones a los derechos humanos, puso aun ante los ojos más distraídos que la frontera entre muchos espacios políticos es tanto más lábil de lo que muchos de sus titulares gustaban decir y presuponer.
El mismo candidato Castillo con su eslogan “No más pobres en un país rico” y sus discursos públicos promueve una ubicación distinta, en un eje distributivo, exclusivo y excluyente a la vez que identitario pero no étnico: andinos/provincianos versus criollos/capitalinos.
Que precisamente enciende el temor capitalino ante una eventual e ilusoria amenaza comunista/chavista que opera a favor de la otra candidata, Keiko Fujimori, que cuenta en disfavor que pocos creen en sus sucesivos mea culpa, aunque sí parece convencer al otrora antifujimorista furioso como Mario Vargas Llosa o Jaime Bayly. Y a su favor, los medios que dejaron toda prudencia para operar en la campaña K, como el hegemónico Grupo El Correo.
En este escenario, ningún candidato o partido parece atraer a los miles manifestantes de la protesta en las calles contra el expresidente Merino y el Congreso de noviembre 2020, cuando en Perú se sucedieron tres presidentes en menos de diez días. Los que participaron – convocados por las redes- eran mayoritariamente jóvenes de la ciudad capital que crecieron bajo el boom económico, llamados por la socióloga Noelia Chávez, la “Generación del Bicentenario”.
Chávez sostiene que “los que han fallecido o sufrido más, son jóvenes de periferia o de clase media o media baja que han tenido que compartir sus estudios con trabajos precarizados o barristas o hiphoperos, muchas veces rechazados por parte de la sociedad limeña” y “los cribados de clase, raza e identidades continúan ahí y hay que reconocer esas diferencias para trabajar en ellas y que esa confluencia que se consiguió en las movilizaciones se pueda ir reproduciendo en el país.”
No fue la primera vez que las calles centrales de Lima y de otras ciudades importantes del país fueron ganadas por manifestantes. Las marchas por el Baguazo -que enfrentó a policías e indígenas del Amazonas durante la segunda presidencia de Alan García- en febrero 2009; la de la “repartija” en 2013, donde se coreaba “Ollanta y García, la misma porquería”, por “repartija” de poder entre los principales partidos políticos con la elección de los miembros del Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y el Banco Central de Reserva; las organizadas por las feministas JuntasXJusticia, el movimiento LGTB+, las marchas en contra los indultos de Fujimori y la mayor de todas, Ni Una Menos en 2016 bajo la consigna “Si nos tocan a una nos tocan a todas”.
La youtuber quechua de la comunidad campesina de Ocappata, a 20 minutos de la ciudad de Cusco, Soledad Secca bien conocida como “Solischa”, viralizó su reflexión sobre las manifestaciones de noviembre pasado y la fuerte represión policial: “Esta guerra es entre los mistis”. Ella y muchos de su comunidad no se sintieron convocados ni representados. Quedó en evidencia, una vez más, la indiferencia y maltrato por parte del Estado a las poblaciones campesinas e indígenas.
La aparición de Castillo -que es progresista y, a la vez, reaccionario- para Hugo Neira, autor de Cuzco: tierra o muerte (1964) y del documental La revolución o la tierra (2019), significa “una venganza”: “No nos sorprendamos entonces que un profesor de primaria, líder campesino, como Pedro Castillo, aparezca en escena. Esa es una respuesta del pueblo, de abajo, y una venganza. Como diciendo: ¡Acá estamos nosotros!”
Sin embargo, la clase media urbana, la opinión pública que lee los diarios habitualmente, “sabe que, aun proponiéndoselo, a Castillo presidente le faltarán fuerzas y apoyos, en un país recesivo y donde debe gestionar la pandemia, para llevar adelante cualquier proyecto maximalista. Temen más los fracasos e inevitables limitaciones -las primeras, exteriores, insalvables por la acción individual o del colectivo partidario- de Castillo intentando ser Chávez que su hipotético éxito”, según entiende Alfredo Grieco y Bavio.
Susana Santos es Doctora en Letras (UBA), investigadora y docente universitaria de Literatura Hispanoamericana en grado y posgrado. Especialista en estudios andinos, es autora de libros y artículos sobre la historia, las sociedades y las culturas de América Latina.
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