Dinero Narraciones

El dinero y la melancolía

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“El dinero es un estado de ánimo'', dice la remera que mandé a hacer. Salió 2.300 pesos en una tienda de estampas de todo tipo. Había una promoción: si mandabas a estampar diez o más prendas te descontaban el 5%. Es decir, media remera. Era conveniente. Pensé en estampar diez para regalar en Navidad y así tener gratis esa media remera que, por supuesto, sería la mitad de la que me quedaría yo. Porque en cada oferta que uno elige o acepta no hay otro destinatario último más que uno mismo. Porque el dinero es como el cuerpo de uno. Es, diría yo: muy personal, muy íntimo. Esa remera gratis sería, para mí, la original. La que tiene algo para decir sobre el dinero. Diez remeras que digan ”El dinero es un estado de ánimo“ en Montserrat, la tipografía que creó Julieta Ulanovsky y que me resulta un invento argentino tan perdurable y maravilloso como los de Biró y Favaloro. Pero, ¿para quién serían las nueve remeras restantes, las de la ganga?, pienso ahora. ¿Quién valoraría mi regalo con la inteligencia que le atribuyo yo a la frase? ¿Quién podría entender cuál es la mecha que estoy tratando de encender todo el santo tiempo? ¿El deudor de mi familia, la neurótica de mi familia, el pudiente de mi familia, el dilapidador de mi familia, la compulsiva de mi familia, el avaro de mi familia, los pobres de mi familia? ”Un chiste“. Eso pensarán los pobres de mi familia. ”Angeles nos está haciendo un chiste porque no tenemos un peso. Para poder reírnos juntos del resultado estético -volveré sobre esto más adelante- que deviene de quejarse en forma permanente del hecho de no tener plata mientras nos sacamos una foto con esa remera barata. Para reírnos de no tener lo suficiente como para estar tranquilos a la hora de comprar el cotillón“. Llamo cotillón a aquello que nos sobra mentalmente a la hora de subsistir pero que nos hace más chispeante y estúpida la alegría de ser y estar. ¿El consumo? Sí, el consumo, pero no, no es exactamente eso. Es como cuando en medio de la noche hacemos la lista de todo lo que nos falta y George Harrison se transforma en un gusano que gira en el oído cantando: ”But it's gonna take money/A whole lotta spending money/It's gonna take plenty of money/To do it right, child“.

 ¿Cuánto dinero me va a hacer falta para todo eso que yo quiero? ¿Y dónde está el dinero? ¿Y cómo acreciento ese dinero? ¿Lo mando a la guardería? El resultado estético del problema económico coyuntural, amesetado, crónico y hartante fue para mi presupuesto el siguiente: una camiseta con una leyenda irónica en la que se ensalza la melancolía de no tener dinero y, a la vez, la melancolía de desear tenerlo. Bastante poco en este caso. Pero tal vez tenga suerte de principiante y las llamas invadan mi cuerpo desde adentro hacia afuera como en una atormentada inspiración y la leyenda autoafirmativa, casi identitaria -de eso se tratan esas remeras del yo- pueda ser explicada.

Por lo general, el dinero que cae en mis manos parece siempre decepcionante y precoz como un hombre ansioso. Lo veo llegar, lo espero, es mío, pero al poco tiempo deja de serlo y no me refiero al simple fenómeno transaccional inherente a su función de intercambio espiritual -sí, espiritual-, sino a la insatisfacción de lo fungible. Es demasiado abstracto para ser dinero, es demasiado espectral como para pedir disculpas. Nunca se está conforme con el dinero, pareciera ser la regla. La austeridad, en cambio, es lo contrario a la melancolía, la austeridad es un compromiso que no se ata al pasado ni al futuro mientras que la melancolía que nos produce el dinero es un suspiro echado -dedicado- a la solución. Fantasías solucionadoras: menos trámites, menos ruegos, menos agachadas, menos mantenimiento del hogar.

Por lo general, el dinero que cae en mis manos parece siempre decepcionante y precoz como un hombre ansioso. Lo veo llegar, lo espero, es mío, pero al poco tiempo deja de serlo

Tenemos las ideas de la noche (sobre las que Harrison nos alerta que va a hacer falta mucha plata para hacerlas bien). La melancolía inherente al dinero es siempre sobre la falta, pareciera. Falta plata y falta realización: conocer Estambul, tener -y haber tenido- un jardín con rosas, pagar -y haber podido pagar cuando no quedó más remedio que inyectarse uno mismo- una enfermera privada, arreglar -y haber arreglado al primer globo de pintura inflado- la humedad del techo del lavadero (¿o le corresponde al consorcio?), no trabajar -no haber trabajado aquel febrero- una semana, no pensar -no haber pensado en nada- una semana. Tal mi estado de ánimo, tal mi dinero.

Pero también es la melancolía del dinero que se desea. Ambas melancolías: la del dinero que no se tiene y la del dinero que se desea están muy bien trabadas entre sí. Sí, esa es la palabra. Y esa podría ser otra frase para otra remera: “El dinero está trabado en mi deseo”. Si pienso ocho frases más puedo hacer una remera por frase y tener un catálogo de una decena de prendas ocurrentes. Pero si la oferta se activa sólo por hacer la misma estampa en las diez remeras, porque algo de lo automático, de la eliminación de pasos, siempre incrementa la ganancia -ya lo dijo el sabio popular: el tiempo es oro- entonces debería mandar a hacer cien remeras con mis diez frases sobre el dinero. Montar un emprendimiento y ganar cinco remeras. Esa sería mi ganancia, mi salto de capital. Siempre y cuando venda las cien. Cinco remeras que no me costarán nada a diferencia de si las hubiera comprado de a una por vez. O el equivalente en dinero a esas cinco remeras que me costaron noventa y cinco remeras para canjear por otra cosa: un librito o abaratar la cuenta de internet. Pero tengo que escribir ocho frases más sobre el dinero para ese catálogo de indumentaria finch. Y tengo que tener los 22.500 pesos para invertir. Todo es un peligro. Escribir más de lo que uno puede es como invertir más de lo que uno tiene: super riesgoso. Extraño esa fortuna que nunca tuve ni tendré, ese capital que nunca invertí ni invertiré, ese lujo que nunca soñé pero al que miro todo el tiempo. Extraño mi emprendimiento de remeras sobre el dinero que nunca haré.

AS