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LOS CUADERNOS DE VERANO

La fábula de Hisopo

Fabian Casas Los cuadernos de verano rojo

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En la burocracia no hay una pizca de amor. Es impresionante como el mundo cotidiano está envuelto siempre en un sistema burocrático para debilitarte, sacarte la alegría. Spinoza se preguntaba ¿cuánto puede un cuerpo? La burocracia se pregunta lo mismo, y trata de aniquilarlo. Spinoza se preguntaba, en su Ética, por qué la gente lucha por su opresión como si luchara por su libertad. La burocracia lo sabe y trabaja con eso. A veces leo textos de filósofos que me gustan mucho y en sus discursos paratácticos encuentro burocracia. No pueden decir las cosas de manera sencilla, las enredan en conceptos que se embarazan de otros conceptos y sólo muy de vez en cuando bajan a poner una imagen, a mostrar una acción. A veces la filosofía es un hospital donde tenés que hacer una cola larga para que te atiendan.

Mi hijo tuvo tos y fiebre en la semana. Ahí ya sabés que vas a entrar en la burocracia de la salud. Voy al Hospital de Niños para hacerle el testeo para descartar que sea Covid y me encuentro con mucha gente alrededor de unos containers donde adentro varias médicas trabajan a destajo. Es un lugar rarísimo porque está en la calle, como si fuera un backstage de un concierto masivo. Alrededor basura tirada y la madres y padres que llevamos a los nenes tenemos que esperar mucho tiempo parados. No hay asientos en la calle, ningún tipo de comodidad. Cuando llegás, te tenés que anotar en unas hojas que están en un costado, apiladas. Pero nadie te dice eso, nadie te conduce, es al tuntún. Uno tiene que preguntar, y como Roland Barthes, leer los signos, ver cómo funciona el mecanismo de la burocracia, escuchar el ruido que hace en la respiración agitada de los cuerpos con órganos que estamos ahí debilitados. Tratar de armar un guion que te lleve a lo que necesitás hacer.

Son las cinco de la tarde y una mujer que tiene a una nena en brazos le dice a una enfermera, que sale del container para llamar a los que se van a hisopar, que está desde la una y que nunca la llamaron. La enfermera le pregunta si llenó la ficha, porque sólo si llena la ficha la van a llamar. La mujer se queda callada, me mira y me dice que no sabe escribir. Le busco una ficha y se la lleno. Se la damos a la enfermera que sale del container como un cucú cada treinta minutos o cuarenta. Finalmente llega mi turno y lo hisopan a mi hijo.

La mujer que hisopa a mi hijo lo hace de manera notable, eficaz, le habla, está alegre. Debe haber hisopado hoy a millones, pero ella no se deja vencer. No me puedo reprimir, ante esta demostración de empatía, de agradecerle por su trabajo, y me abstengo de decirle que -afuera- el mundo se está cayendo a pedazos.

Me dicen que al otro día va a estar el resultado y que lo puedo chequear en una aplicación del Gobierno de la Ciudad. Pero paso todo el día hablando con un robot que me dice que el test no está, que hay mucha demanda y que lo lamenta. Después me propone, como en un videogame, opciones: A. Covid. B. Testeo. C Pagar facturas. Decido agarrar la bicicleta e ir de nuevo al centro de testeo en busca de una voz humana, alguien que te diga el resultado.

Está de nuevo la enfermera de ayer que sale a dar los turnos. Le cuento lo que me pasa, y me dice que vaya al Hospital, al piso segundo, a Virología. Que ahí seguro tienen el resultado del test. Estoy con mi bicicleta y no tengo candado para dejarla en la calle. Igual voy llevándola del manubrio y en la entrada me para una mujer de seguridad. Tiene un chaleco fosforescente y un handy. Le digo que tengo que ir a Virología para saber el resultado del test de mi hijo. Me dice que no puedo pasar con la bicicleta. El Hospital de Niños es amplio, con pasillos inmensos. Le digo que subo y bajo en un segundo y si le puedo dejar la bicicleta al lado suyo. Me dice que no puedo pasar con la bicicleta. En algunas charlas burocráticas, algunas personas parecen estar seteadas. No es que no te quieran contestar, es que no te están registrando. Pero si uno tiene paciencia, puede meter el password, la palabra justa, el grado de emoción que active la sangre y debilite a la burocracia. Le pregunto a la mujer si puede hacer algo, si cree que me puede ayudar. Entonces, para mi sorpresa, agarra el handy y le habla a un compañero de trabajo que está en otra parte del Hospital, le pregunta si yo puedo dejar ahí la bicicleta. La voz en el handy le dice que sí. La mujer me mira y me indica cómo ir: en la esquina, portón verde. Cuando llego me está esperando un hombre joven, vestido con un overall azul. Me sonríe. Le digo que muchas gracias por dejarme entrar a dejar mi bicicleta. Me dice que no es nada, que la ponga al lado de la suya. Me indica cómo llegar desde ahí a Virología.

Estar al servicio de los demás es la kriptonita de la burocracia.

Es increíble cómo te hace el día cuando una persona se sale de lo que tiene que hacer ordenado de manera burocrática. Cuando el de la caja del banco te dice que no, cuando el que te va a dar el registro te dice que no, pero de golpe, te dice que sí, que por esta vez va a cambiar, que podemos agacharnos por debajo del alambrado del sistema, que no somos un estado, sino, como lo planteaba Spinoza, una comunidad, que la idea de comunidad es la de buscar el conatus justo, la potencia que sólo se encuentra entre todos y nunca en el individualismo, ya que, en la soledad, uno sólo piensa en sí mismo. Estar al servicio de los demás es la kriptonita de la burocracia.

El Hospital de Niños es una edificación hermosa, con glorietas, asientos rodeados de jardines, pasillos techados que se interconectan. Virología queda al lado de la iglesia. Cuando paso por la puerta de la capilla, me detengo para escuchar el silencio que brota de ahí adentro. La capilla es chica, pero hermosa. Una mujer, en la fila de adelante, reza arrodillada. Pienso en la potencia que tienen estos lugares, no desde un lugar trascendente sino inmanente: en cada pedazo del material con el que está construida esta iglesia hay algo de voluntad, dolor y amor humanos. Eso es lo que me impacta. Puede ser cualquier iglesia, puede ser cualquier lugar, puede ser un dojo, puede ser una calle, ahí donde hay amor genuino la burocracia es derrotada. 

FC

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