COLUMNA NÓMADE

El jardín de los presentes

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De golpe cayó en mis manos Naturaleza moderna, un libro de Derek Jarman: tapa verde, letras verde agua con el título y nombre del autor. No sé nada de Derek Jarman. Después me entero que era coreógrafo y director de cine. Que murió de sida y que tenía un jardín en la árida zona costera de Dungeness: el libro tiene una foto de su casita y del jardín. Parece una casa muy elemental instalada en Marte. Pero Jarman trataba de tener ahí un jardín. Naturaleza moderna es un minucioso diario de un período de su vida  que va entre 1989 y 1990 cuando él se entera que es VIH positivo y se va a vivir a esa casita para hacer crecer plantas en el medio de su enfermedad.   

Hay una anotación que me gusta y que es el password para leer después, de a poco, todo el libro: “Uno de los placeres que nos ha robado esta civilización técnica nuestra ha sido la excitación con la que se recibía a las flores y frutas de estación; el primer narciso, la primera frambuesa o la primera cereza hoy son cosas del pasado, y con ellas el preciso momento de su aparición. Incluso la mandarina, se nos ofrece sin semillas, mucho antes de navidad. Sé que llegará el momento en que vaya al mercado de Berwick Street y encuentre narcisos a la venta en agosto, del mismo modo que hoy se consiguen frutillas en navidad”.  

Esta anotación me hace pensar en las cosas que ya no son naturales, que no pueden vivir el tiempo de acuerdo a su normalidad: la caras que no quieren ser caras donde se marquen la líneas del rostro, el paso del tiempo (como la hermosa, del poeta W. H. Auden, que parece una sábana donde alguien pasó un largo insomnio) o la forma en que se enmascara la llegada de la depresión para seguir viviendo mediante el consumo de antidepresivos. Se trata de seguir bañándose y de ser productivo. Sé lo que se siente ser una fruta viva en la estación equivocada. El antidepresivo te convierte en una planta artificial.  

Jarman sobre el romero: “Tomás Moro, que lo adoraba, escribió: en cuanto al romero, lo dejo extenderse por todas las tapias de mi jardín, no por lo mucho que lo aprecian las abejas sino por ser la hierba consagrada al recuerdo y por ende a la amistad, de ahí que un ramito de ella hable una lengua extraña”. Y agrega: “Donde florece el romero mandan las mujeres. Hace algunos años una anciana de la isla de Patmos, en cuyo ático me hospedaba, lavó mi ropa y la perfumó con romero silvestre de la colina. En la Grecia Antigua, los muchachos jóvenes llevaban guirnaldas de romero en la cabeza para estimular  su inteligencia: acaso el encuentro que se narra en el banquete tuviera su perfume”.  

Estoy en la casa de un amigo y estamos haciendo unas papas con romero. Mi amigo me dice: “Con mi primera pareja estuve mucho tiempo, demasiado. Lo que me pasa con esta pareja nueva es lo de la oveja Dolly, la que clonaron. Cuando Dolly creció, como tenía células viejas por la clonación, rápidamente fue incluso más grande que su madre. Y a mí me pasa eso, hace poco que estoy con esta chica pero ya siento que es una relación más vieja que la anterior”.  

Jarman anota cosas triviales y hermosas: “Después del almuerzo, paso una hora tendido al sol, con el único abrigo de un pullover, algo que nunca he podido hacer antes en mi cumpleaños, que siempre cae en días fríos y grises”. Dejo el libro y decido cambiar la ropa de estación. Bajo la lana, subo las remeras. A diferencia de los narcisos y las mandarinas que gracias a la técnica genética van a estar todo el año, la ropa de verano se usa en verano y la de invierno en invierno. Aunque probablemente, el verano o el invierno van a ser cada vez más imprecisos. “A las 4:30, el sol se hundió detrás de la planta nuclear”, anota mi amigo Derek. Y después hace un descripción genial: “A lo lejos, en la orilla del mar, se dibuja a contraluz un entrevero de cabañas y barcos pesqueros, y una pequeña construcción de ladrillos hace mucho abandonada, que tras derrumbarse ha quedado en un ángulo extraño: parece un pastillero abierto”.  

Hay en el lugar donde está la cabaña de Jarman, cierto aire a desolación: rocas, vientos fuertes y huracanados, el mar con efebos flotando boca abajo. Es como si se hubiese ido a vivir en medio de The Waste Land, el poema de Eliot: en vez del gasómetro donde el poeta se sienta a mirar las ratas, Jarman tiene la central atómica. Una de sus películas célebres es sobre Caravaggio, el maestro de la luz. Jarman también tiene que conducir la luz para que su jardín logre mantenerse en la impermanencia del clima de esa costa inglesa. Donde el pensamiento zorro también lo merodea, como a Ted Hughes: “A las diez de la mañana por el jardín pasó un zorro grande, antes de internarse tranquilo en las retamas. Lo vi varias veces de noche, iluminado por los faros de los automóviles, pero es la primera vez que lo veo a la luz del día”.  

Miro mi pequeño jardín en el balcón. Macetas chicas que fui comprando de a poco. La que tiene la cara de Buda me la regaló Fer una tarde que se la elogié en la librería: le creció una planta que muchos consideran parásito o mala hierba. Yo la dejo crecer. Me gustan los desclasados. Tengo una suculenta verde que parece un árbol en miniatura: no sé cómo llegó  a mi casa. Después hay una maceta rectangular, hermosa, con motivos árabes en azul, celeste y blanco. Estaba en el balcón de mi amigo Ulises y un día que fui a buscar unas botas que me trajo de regalo, también me regaló esa maceta con una planta de la cual desconozco su nombre. Tengo un cactus que parece el pene de un actor porno: le digo Sifredi. Hay otra maceta con una planta que es similar a una cabellera verde de un punk, en su momento tenía una forma, cuando la compré, ahora está libre, los pinchos, largos, verdes, van para todos lados: no conozco el nombre de ninguna de las plantas que tengo, son una fila verde de compañeras secretas al lado del frasco naranja del Off.

FC/DTC