Opinión

La lección animal: ¿el fin de la clase media?

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El perro del hortelano. Netflix se está convirtiendo en Volver. En nuestro Volver. En nuestra memoria reciente. Ya se podía ver Los simuladores (2002-2004), de Damián Szifron, y desde esta semana Okupas (2000), de Bruno Stagnaro. En el medio, menos de culto, otra película subida a Netflix, de 2004 y que tiene esos años encima: No sos vos, soy yo. La película es de Juan Taratuto y está protagonizada por Diego Peretti, Soledad Villamil y Cecilia Dopazo –quien también es guionista–. La película es el impacto de una separación, cuán insoportables y entrañables nos pone el desamor, con escenas disparatadas como las de él bronceado, en su intento por conquistar a una ex del secundario, o cuando engancha a sus amigos por comer o salir y cuenta (una y otra vez, como se cuenta toda pérdida amorosa, con ese remate universal: “¿vos qué pensás”?) y brilla Mariana Briski en su cara de culo mientras se fuma un pucho. Al final, quien lo había dejado hace de “perro del hortelano” –esa parábola que ya descubrió Lope de Vega en 1613: el que no come ni deja comer–. 

Mientras, lo que está ahí, es la larga noche donde nadie cerró los ojos ni aflojó la espada de esos primeros dos mil. Años desérticos. Pesadísimos. Pasadísimos. La película es un derrumbe (inmobiliario –del departamento alquilado a la casa de los padres–, laboral –de la cardiología a la cirugía estética–, sentimental –la esposa le corta una semana después de casarse–). Una Buenos Aires estallada y busca. Tiene la verdad como toda verdad: en los detalles. En el “vivir bien” al que apela la protagonista para ir a probar suerte a Estados Unidos (2001, la patada al estómago de las aspiraciones móviles antes de la patria consumidora, matarse laburando para tener la soga al cuello), la fila en la embajada (pagar para que la hagan por vos), cuando Peretti le toca el timbre a la psicoanalista de la ex y responden “la señora está en el country”, el tufillo de “no dar el ticket” en la veterinaria, la charla sobre trabajar en un “tiempo compartido” o como “secretaria de una empresa que fundió”. Volvamos a los perros: Peretti compra uno porque cree que lo puede ayudar al “levante”, pero le metieron el perro y es una perra, que creció mucho más, y quiere devolverla, pero se arrepiente cuando advierte el negocio de esperar a que tenga cachorritos. 2004: esperando en el cuartito de la casa de los padres que nazcan unos perritos mientras se vuelve a enamorar. Por un mango y por amor se hace de todo. La clase media siempre está empezando. Podrían estar esperando para votar.

Un puma en la punta del hielo. Sobre un témpano, en el Parque Nacional Los Glaciares, en El Calafate, un puma. Son buenos nadadores pero hay que subirse a la punta de un pedazo de hielo helado. Un animal corretón y el misterio de cómo diantres llegó hasta ahí. ¿Cómo llegamos y cómo salimos de ésta? La foto de la semana. Estamos llenos de metáforas animales, de canción animal, pero no al modo de una lectura referencial, así lo explica el extraordinario libro de Gabriel Giorgi, sino más al modo de “artefacto cultural”, que “deja de ser la instancia de una ‘figura’ disponible retóricamente” y “un borde que nunca termina de formarse: el animal remite menos a una forma, a un cuerpo formado, que a una interrogación insistente sobre la forma como tal, la figurabilidad de los cuerpos”. La clase media es ese puma: sobre todo, la parte de esa clase –ese 17 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires que se redujo durante los últimos seis años– que dejó de serlo. Quienes lo son, lo son cada vez más frágilmente. Agarrados como el puma de carambana al hielo. Estos datos oficiales que “fueron tapa” muestran en el corte temporal de la “década”,  algo de ese meter en el paquete de los años a la oposición, como si al macrismo no lo hubieran dejado hacer lo que había que hacer, esa lectura, la del macrismo posible, quedaría englutida dentro del “largo ciclo kirchnerista”. Mientras, lo que no estalla, lo que estalla por debajo –la relación entre lo social y lo civil–. Los agujeros de esa transformación de dinero en una calidad de vida. ¿Cuándo empieza una época?

El kirchnerismo no empezó en 2003. Año 2005, las elecciones legislativas. Las primeras con el sello “Frente para la Victoria”, la campaña de la “transversalidad”. CFK encabezaba la boleta en la provincia de Buenos Aires. Le sacó 26 puntos a Chiche Duhalde, la otra cabeza de lista. No solo competían por una banca en el Senado: disputaban el liderazgo del partido –la provincia es uno de los distritos electorales más importantes– y si el duhaldismo podía perder en el lugar que le era emblemático desde los noventa. Ante un 2003 en que Kirchner asumió con un 22 por ciento porque Menem se había bajado de la segunda vuelta, quizá el contorno empiece acá, después de Cromañón (2003), con Duhalde corrido de la escena política y con boletas que muestran figuras opositoras hasta hoy: encabezaban Macri, Carrió, Bullrich (en Ciudad de Buenos Aires). Deshielos. 

Sueño con serpientes. En 1975 salió Días y flores, de Silvio Rodríguez. Entre piezas como “Playa Girón” y “Pequeña serenata diurna” hay una canción extrañísima, imantada, que es “Sueño con serpientes”. Ser tragado por una serpiente, matarla, que aparezca una mayor. Al probar una búsqueda rápida por Google los resultados sobre la “interpretación” son extremos: hay teorías sobre un altercado con las autoridades de Puerto Rico cuando Silvio está camino a un festival, unas sobre la metaforización del capitalismo, otras sobre una noche de comilona y de indigestión (masticar, atorar, esófago…), las oníricas (“sueño, sueño”), las políticas (aceitadas por la frase de Bertolt Brecht que la encabeza: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida ésos son los imprescindibles”). 

Esta canción insólita fue la elegida del repertorio de Rodríguez por Palo Pandolfo en ese álbum babeliano y antropofágico que es Antojos, de 2004, un disco de “interpretaciones”. En ese disco de decisiones (¿cuál es tu canción de Silvio, de Charly, de Bob Marley, de Radiohead? ¡De Quilapayún!) es, a su forma, un ars poética, aguijón de Pandolfo en la música rioplatense: un poco incómodo, un poco periférico, una patria escapada de los labios, un cuadrado de pasto en el medio del asfalto (cenizas y diamantes), un túnel entre épocas que despide en presente Pablo Plotkin. “Hipercandombe”, ese minutero sublime de “La Máquina de hacer pájaros” (permitamos el subrayado: un hijo de un laburante de fábrica escuchando “Color Humano”), Spinetta sin subtítulos, la versión tiene algunas licencias mínimas en la letra y cuando las vocales se deslizan en “un país hipernatural” el mestizaje se electrifica en el aire. La mítica “Ella vendrá”, cantada junto a Adrián Dárgelos, que talla algo de la promesa (de “Luna de miel en la mano”, de la masturbación que abría la democracia, a ésta, sombría, pero no por eso menos dulce). “Karma Police” en castellano. Y esas versiones de sus propias versiones “Tazas de té chino”, de Don Cornelio y la zona (Una vitrola a gogó / tocando y tocando / pozo guerrillero irascible / bombardeando bombardeando) o “Playas oscuras”, de Los visitantes. Palo Pandolfo salió de adentro de sus canciones. Una canción para 2004: “Sueño con serpientes”.

FA