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COLUMNA NÓMADE Opinión

Lucha de clases

Gilbert Simondon

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¿Qué significa una clase? ¿Para qué vamos a aprender? Las formas de instrucción son maneras de control social. Sin embargo, hay posibilidades aún de tomar una clase sin hacerlo para llenar un currículum o conseguir una maestría. Una clase donde nadie tenga que llegar con una recomendación para ser aceptado. La clase debería ser un anticasting. En el bar de hipsters son todos hispters con pensamientos de hipsters. Pero un lugar ideal para una clase es donde se mezclan diferentes edades y formas de pensar y ver las cosas. Eso forma el caldo. Y, en el caldo, ningún elemento es más preponderante que otro, no hay hilemorfismo. 

Imagino una clase donde el que la imparte no estudia lo que tiene que “enseñar” sino que trae los textos y los lee entre los alumnos. Un maestro que aprende a la par, pero es el dínamo que hace funcionar el corazón de la clase. La filosofía es el amor a la sabiduría. Hermosa frase para los señaladores de libros. Para mí, la filosofía es la creación de conceptos, pero no de conceptos que expliquen y tranquilicen, sino conceptos que nunca terminan de cerrarse, que no tranquilizan nada, que generan más y más preguntas. 

En El modo de existencia de los objetos técnicos, un libro hermoso de Gilbert Simondon, él habla sobre cierto tipo de tecnofilia, dice que el hombre que quiere dominar a sus semejantes suscita el pensamiento de la máquina androide, busca construir la máquina de pensar, para llegar algún día a la máquina de querer, a la máquina de vivir, para quedarse detrás de ella algún día, sin angustia. Esto es el robot, dice Simondon, un ser que sólo logra interioridad en las películas de ciencia ficción. 

Pensemos en la Hall 9000 la computadora con interioridad de Stanley Kubrik en Odisea 2001, que tiene en su programación un plan secreto y que ve que los astronautas de la nave que ella controla se ponen paranoicos. Para poder escapar a su control, uno de los astronautas le dice al otro que se pongan los trajes espaciales y salgan a hablar al exterior de la nave, para que Hall no los escuche. Pero ahí vemos una subjetiva de Hall que lo que hace es leer los labios de los astronautas y saber qué están tramando. Si los astronautas hubieran sido jugadores de fútbol, hubiesen hablado tapándose la boca con la mano y Hall 9000 se perdía todo. Los jugadores -algunos de los hombres más ricos del planeta- y la gente pobre que sale a la calle a robar son extremadamente conscientes del panóptico en que vivimos. 

Simondon deja al robot para los escritores, pero le pide a los humanos que piensen como poetas su relación con la máquinas: “El verdadero perfeccionamiento de las máquinas, aquel del cual se puede decir que eleva la tecnicidad, corresponde no a un acrecentamiento del automatismo, sino, por el contrario, al hecho de que el funcionamiento de una máquina presente un cierto margen de indeterminación”. Para Simondon, esto que otros considerarían una falla es lo que permite a la máquina cierta sensibilidad para una información exterior. Y pasa a poner un ejemplo magistral no sólo para pensar a las máquinas sino a los humanos entre ellas y, en definitiva, la composición orgánica de una clase: “Una máquina puramente automática, completamente cerrada sobre ella misma, solamente podría ofrecer resultados sumarios. La máquina que está dotada de una alta tecnicidad es una máquina abierta, y el conjunto de máquinas abiertas supone al hombre como organizador permanente, como intérprete viviente de máquinas, unas en relación con otras.

Lejos de ser el vigilante de una tropa de esclavos, el hombre es el organizador permanente de una sociedad de objetos técnicos que tienen necesidad de él como los músicos tienen necesidad del director de orquesta. El director de orquesta sólo puede dirigir a los músicos por el hecho de que toca como ellos, tan intensamente como todos ellos el fragmento ejecutado, los modera o los apura, pero se ve igual de moderado o apurado que ellos, de hecho, a través de él, el grupo de músicos modera y apura a cada integrante. Y el director es para cada uno de ellos la forma en movimiento y actual del grupo mientras existe: es el intérprete mutuo en relación con todos“. 

Llamé a mi Sensei de karate y le pedí estar en el dojo todo el tiempo que pudiera ser posible. Le dije que crecía en mi un enemigo oscuro y poderoso que no me dejaba dormir y que utilizaba las pasiones tristes para derribarme.

¿Qué significa una clase? ¿Para qué vamos a aprender? Sin duda el mejor lector es el que cuando empieza a leer no le preocupa entender. Gilles Deleuze fue un lector intenso de Simondon. A sus clases iba gente de cualquier edad, personas que no sabían nada de filosofía, como el caso de ese padre e hijo que lo iban a escuchar “porque es hermoso lo que dice aunque no entendamos nada”. O la señora que después de la clase se iba al mercado a comprar las cosas para cocinar y le contó a una alumna de Deleuze: “No sé de que va, pero estas clases me ayudan a vivir”. Para Deleuze una clase es “una especie de materia en movimiento musical, donde cada grupo toma lo que le conviene. Todo no conviene a cualquiera. Un curso es emoción. Si no hay emoción no hay inteligencia, ningún interés, no hay nada”. 

Deleuze se interesó en la filosofía de Raymond Ruyer, quien en una conferencia opone la relación mecánica del comportamiento animal, cuando éste, impulsado por una fuerte causalidad, va en línea recta hacia su alimento. En cambio, si se presenta un peligro para él, el encuentro con el obstáculo es un impulso para que el animal cree. Por eso las malas lecturas son mejores que las buenas lecturas, las lecturas con obstáculos hacen que te emancipes: eso le debe haber pasado al joven Masotta tratando de acercarse al plato de comida lacaniano sin saber francés. 

Como tengo un profundo dolor porque se me impide ver a dos de mis seres más queridos, llamé a mi Sensei de karate y le pedí estar en el dojo todo el tiempo que pudiera ser posible. Le dije que crecía en mi un enemigo oscuro y poderoso que no me dejaba dormir y que utilizaba las pasiones tristes para derribarme. Es un enemigo hábil, porque me conoce más de lo que yo lo conozco a él. Se me ocurrió que una de las formas de enfrentarlo era en un kumite libre, en el dojo. Tomé muchas horas de clases seguidas hasta que empecé a ver. En un momento, mientras estaba en un kumite libre con un compañero -el kumite es la pelea-, el Sensei paró la clase y nos dijo que en kumite -en la pelea- pensar estrategias es peligroso. “Pensar es tarde”, nos dijo. Mucho después, volviendo a mi casa, de noche, asocié esas palabras a las de Jiddu Krishnamurti, cuando dice que el pensamiento es dolor.

FC

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