Un sindicalismo en alza y un millonario indio en contra de BlackRock compiten por la atención de los estadounidenses
El sindicalismo se ha vuelto cool, cita en una de sus notas el New York Times. Los sindicatos llevan más de un año subiendo al ring a la patronal y, en muchos casos, han encajado buenos golpes. Esta semana, el sindicato de escritores y guionistas logró acuerdos salariales, de estabilidad y de límites a la Inteligencia Artificial con los sátrapas CEO’s de Hollywood tras ciento cuarenta días de huelga. Una medida que había afectado a una de las industrias más importantes de California, pero, además, uno de los principales insumos con que se alimenta la sociedad norteamericana (y el mundo). No obstante, en el sector aún permanecen en huelga los actores, cuyas demandas son similares a las de sus colegas.
El éxito de los guionistas se suma al de los trabajadores de Starbucks y Amazon, que un año atrás lograron constituir sus sindicatos, y al de los empleados de UPS y del servicio ferroviario que mejoraron sus salarios y condiciones laborales tras forzar acuerdos con sus jefes. Sin embargo, el caso más reciente y que mayor atención genera es el de los sindicatos automotrices. Las principales empresas del sector —Ford, General Motors y Stellantis (Chrysler, Jeep y Ram)— rechazan los pedidos de aumento salarial de sus empleados en un enfrentamiento que alcanza ya dos semanas y podría dejar a los estadounidenses a gamba.
Esta semana el caso tocó su punto más alto con la presencia del presidente Joe Biden junto a un grupo de trabajadores; la primera vez en la historia que un mandatario de Estados Unidos participa en una huelga. “Las empresas tenían problemas, y ahora les va increíblemente bien. Y, ¿adivinen qué? A ustedes también debería irles increíblemente bien”, dijo el líder demócrata con altavoz en mano, rodeado de obreros con carteles de consignas a favor de la huelga.
El acompañamiento de Biden puede ser visto como una continuidad de aquella frase durante la salida de la pandemia, cuando las empresas no encontraban personal para sus puestos. “Paguen más”, había dicho el político octogenario. Sin embargo, el demócrata no es el único en haberse contagiado este febril espíritu huelguista. Donald Trump, otra vez candidato del partido republicano a las presidenciales del 2024, se reunió con obreros de una planta de Michigan para persuadirlos de que él es el único defensor de los trabajadores de cuello blanco norteamericanos.
El oportunismo de los dos principales contendientes no sorprende en absoluto. Según una encuesta de Gallup, nunca había habido tal grado de aprobación social con los sindicatos desde la época del presidente Lyndon Johnson en los años sesenta.
Algunos de los voceros de la huelga ponen el enfrentamiento a una escala nacional e histórica. “Es una lucha de la clase trabajadora contra los ricos, los que tienen y los que no tienen nada, los billonarios contra el resto”, señaló el líder del sindicato automotriz, Shawn Fain, al New York Times. Otra colega suya dijo que su sector ha marcado el camino para el resto, y que esta vez puede suceder lo mismo.
La batalla se juega ahora entre la mesa de negociación y la lectura que la sociedad haga del conflicto. Algunos medios ya han comenzado el juego sutil de culpar a los trabajadores por los efectos de la protesta. El Wall Street Journal escribe una nota sobre los desafíos que enfrenta la economía del país, y cita un informe de Goldman Sachs que asegura que el crecimiento económico anual de Estados Unidos puede retraerse entre un 0.05 y un 0.1 por cada semana que se extiende la huelga. BBC, por su parte, tituló: los trabajadores de las automotrices escalan la protesta y crean nubes sobre la economía. Sutil pero entrador.
Como opinan los trabajadores del sector, el escenario puede marcar un antes y un después en la historia reciente de las luchas laborales. Detrás de los aumentos salariales y la estabilidad, la pulseada es por participar de las ganancias de las empresas. Estados Unidos lleva décadas de concentración económica y aumento de la brecha entre los que más y menos ganan. Un análisis de datos reciente sobre el “renacer” de Nueva York (ciudad icónica del alma norteamericana) tras la pandemia, muestra que los ingresos de los que más ganan son 53 veces mayores a los ingresos de los que menos ganan. Récord histórico.
Detrás de los aumentos salariales y la estabilidad, la pulseada es por participar de las ganancias de las empresas. Estados Unidos lleva décadas de concentración económica y aumento de la brecha entre los que más y menos ganan
Por eso, con nubes o sin nubes, muchos esperan que los trabajadores automotrices continúen con la huelga.
Un millonario indio en contra de BlackRock
Esta semana se celebró el segundo debate entre los precandidatos presidenciales del partido republicano. Esta vez no logró brillar como en el primero, pero Vivek Ramaswamy concentró, junto a Donald Trump (ausente por segunda vez), los ataques de los seis restantes precandidatos: señal de que su ascenso preocupa a Ron de Santis o Chris Christie, gobernador de Florida y exgobernador de Nueva York, respectivamente.
La fórmula de Ramaswamy es más parecida a la de Javier Milei que a la de Donald Trump. Un ejecutivo graduado de Harvard y Yale con ideas excéntricas que se instaló en la agenda gracias a una serie de entrevistas en Fox News. Sus propuestas van desde abolir el FBI y cerrar el Departamento de Educación hasta echar al 75% de los trabajadores del gobierno federal y apoyar la industria de los hidrocarburos (porque el cambio climático es un “engaño”). Incluso, algunos de sus padres teóricos remiten al líder del La Libertad Avanza: Friedrich Hayek.
Uno de los perfiles más interesantes del millonario indio lo realizó The New Yorker un año atrás. “Vamos a reflexionar sobre el impacto del cambio climático en las distintas razas mientras viajamos en nuestros jets privados a Davos”, recogía la revista sobre un discurso del precandidato en el que se mofaba de la “casta” financiera. En efecto, ese es uno de sus rasgos distintivos del Ramaswamy, el discurso contrario a la corrección política y a todo lo que huela a wokeísmo. “Amazon dona a organizaciones que ayudan a las comunidades negras mientras echa a empleados sindicalizados. Nike produce auspicios con activistas civiles mientras explota trabajadores en Asia. Muchas de estas compañías, Ramaswamy expresa a la audiencia, crearon alianzas tácitas con la elite demócrata”, señala The New Yorker.
Sin embargo, el mayor peligro para la democracia estadounidense es que este “buenismo corporativo” se haya instalado en fondos de inversión como BlackRock, Vaguard o State Street, que concentran casi el valor del Productor Bruto Interno de los Estados Unidos, afirma el indio. Corporaciones con ese poder no deberían estar impulsando agendas política. “Están invadiendo un trabajo que debería realizar el gobierno, y sólo si los ciudadanos están de acuerdo”, afirmó.
La crítica del joven indio (38 años) no es novedosa pero cala en la misma frustración de los trabajadores que ven un abismo entre sus salarios y los de sus grandes jefes. Ahora bien, el caso de Ramaswamy, como el de muchos otros, presenta sus mayores inconsistencia cuando se decide rascar un poquito más en la superficie. Además de ser el fundador millonario de una empresa de biotecnología con fallidos experimentos en la búsqueda de la cura del Alzheimer, el joven indio es uno de los pilares de toda una nueva e incipiente industria anti-woke.
Un caso de éxito es la cafetería “Rifle Negro”, donde los texanos pueden sentarse a tomar café y apoyar sus escopetas en la mesa sin que nadie los mire mal. Pero detrás de esos fenómenos aparecen proyectos más potentes como el del propio Ramaswamy. Un fondo de inversión llamado Strive Asset Management, que se presente como la competencia a BlackRock y se ofrece para manejar fondos sin la necesidad de impulsar agendas políticas. Una filosofía muy noble que puede encontrar su mejor herramienta de marketing en un candidato republicano que impulse sus principales ideas metafísicas.
AF/JJD
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