Algo muy malo está por sucederte, y no está relacionado con que seas pobre

El reconocido analista de política exterior Mark Curtis dijo algo interesante esta semana: “Cada pocos meses, algún funcionario del gobierno o declaración oficial nos dice que el mundo se está volviendo más peligroso y que enfrentamos amenazas sin precedentes. Lo último…, en la estrategia de seguridad nacional (que anunció) Keir Starmer (el primer ministro del Reino Unido). La cuestión es que ya sabemos de dónde vienen las mayores amenazas para nosotros: de nuestros propios líderes”.
La afirmación no es una oda a la antipolítica; es, más bien, un ejemplo más de la ausencia total de ADN progresista en la sangre de los líderes internacionales. Lo de Curtis viene a cuento de la presentación de Starmer esta semana, en la que dijo que el país podría enfrentarse a un escenario de guerra en un futuro no lejano. Pero calza perfectamente también con la columna que publicaron el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Friedrich Merz, en el Financial Times, titulada: “Europa debe rearmarse en un mundo inestable”.
No hay casi ningún líder europeo que no esté avivando la idea de una guerra en los últimos años. Hay países que están reimplementando el servicio militar e impulsando nuevos planes industriales de producción bélica. Al principio, la histeria militar estaba relacionada con la “amenaza” de Rusia tras su invasión a Ucrania, pero luego se convirtió en algo abstracto. Hay un mal, un mal que viene por nosotros…
La confirmación de ese mantra se materializó de forma muy concreta esta semana durante la cumbre de la OTAN en la ciudad holandesa de La Haya. Los miembros de la alianza atlántica acordaron aumentar su gasto en defensa de forma radical para alcanzar un 5 % del Producto Bruto Interno en 2035. Salvo la España de Pedro Sánchez —que planteó la idea de priorizar fondos para inversión social—, la mayoría de los países se plegaron a los deseos de “Daddy”, como llamó el arrodillado jefe de la OTAN, Mark Rutte, al presidente Donald Trump.
En uno de los bastidores de la reunión, el canciller alemán, Friedrich Merz —el mismo que días atrás celebró el “trabajo sucio” que Israel realizaba con sus ataques a Irán— aplaudió el compromiso asumido con la frase: debemos “poner nuestro dinero donde está nuestra boca”. Los alemanes son buenos cumpliendo las promesas que salen de su boca. Hay que reconocerlo. Más de uno recordará lo implacable que resultó la Troika, comandada por el gobierno alemán, en los severos planes de ajuste que se impusieron contra los sectores más vulnerables de la sociedad griega.
Como fuera, los únicos males que identifican los líderes internacionales —y también locales— son las guerras eventuales, las Rusia y los Irán, también China. Y tienen sus razones, Trump el primero. Nadie debería descartar que la prédica constante del mandatario norteamericano sobre el aumento de inversión en defensa que deben hacer los europeos lleve, de fondo, el lobby de las empresas bélicas de su país.
No parece casual que estos días, durante el Show del Aire de París (una de las más importantes ferias militares del mundo), las grandes empresas de armamento de Estados Unidos asistieran en masa para hacer negocios. Compañías como Lockheed están viendo un horizonte tan alentador para sus negocios que, además de expandir su cadena de suministros en la región, están estableciendo fábricas en suelo europeo.
Lo mismo cabe para otras empresas bélicas, no necesariamente estadounidenses o canadienses. Las europeas también están de fiesta con la retórica del mal inminente. Lo cierto es que los males verdaderos son de carne y hueso, o de componentes electrónicos, y hacen daños reales cada día. Los líderes internacionales no los ven —o simulan no verlos—, pero hay ejemplos de sobra.
Esta semana, hubo al menos tres noticias relacionadas con los riesgos del desarrollo de la inteligencia artificial. Por un lado, Martin Wolf —reconocido miembro del establishment— afirmó que las industrias creativas están bajo amenaza por el avance de la I.A. El gobierno del Reino Unido quiere permitir el uso de los contenidos creados por terceros de forma gratuita en aras del crecimiento de la economía, pero, “desafortunadamente, el gobierno no puede decir a quién beneficiará ese crecimiento, ni cuánto será”, señaló Wolf.
Otros dos casos son: la acusación que recibió el gigante Open AI de querer “sepultar” a una pequeña empresa que desarrollaba auriculares con inteligencia artificial, luego de que esta le mostrara sus planes y no se pusieran de acuerdo sobre algún tipo de colaboración; y la amenaza real que enfrentan las grandes empresas de publicidad y creatividad en relación con la IA. Expertos en la materia aseguran que se seguirá premiando el ingenio humano, pero cada vez más empresas usan bots y voces prefabricadas para sus anuncios.
Otras amenazas reales, por supuesto, son las que sufren los gazatíes. Como si faltaran pruebas, una investigación del periódico israelí Haaretz informó días atrás que soldados de las Fuerzas Armadas de Israel recibieron órdenes de disparar contra palestinos desarmados que se congregaban cerca de sitios de distribución de alimentos, incluso cuando no representaban ninguna amenaza. Los soldados, que describieron esos sitios como “campos de matanza”, señalaron que no había “enemigo”, no había “armas”.
Otro asunto que representa una amenaza real es el cambio climático. Sin embargo, esta semana la agencia de noticias AP informó sobre la interrupción de las negociaciones de la llamada Green Claims Directive de la Unión Europea, diseñada para frenar las declaraciones falsas o engañosas de sostenibilidad en determinados productos. La medida se suma al relajamiento general de distintas normas para reducir el drama climático: desde la llamada “Ley de Restauración de la Naturaleza” hasta las regulaciones sobre sostenibilidad financiera, transparencia corporativa y reducción de metano.
De todo esto, por supuesto, los líderes internacionales —tan sensibilizados y precavidos ante la amenaza bélica— no dicen nada. Lo mismo que las grandes empresas y el establishment. El gran monstruo de nuestros días es únicamente la amenaza militar, el fantasma bélico. Fuera de eso, silencio absoluto…
Porque, aunque los grandes popes de Wall Street sufrieron convulsiones de pavor ante el triunfo de Zohran Mamdani en las internas demócratas de Nueva York, las posibilidades reales de que alguien impulse una auténtica medida de justicia distributiva son propias de un cuento de hadas.
AF/MG
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