Son 2 de Biden, 20 de Lula y 25 de Lewinsky
El 20 de enero de 2023, los ministros de Defensa de los 50 países que animan la guerra de Ucrania calibraban la eficacia de métodos y recursos para cumplir el cometido común que los había reunido a Ramstein, al sur de Alemania. En esta base de su Aeronáutica de Guerra que EEUU ocupa desde 1953, los equipos interdisciplinarios de las grandes potencias y de sus aliados militares cooperaron sin descanso para que en primavera la nueva ofensiva contra Rusia resulte más mortífera que las anteriores. Llegaron al consenso de que el despliegue contra las Fuerzas rusas de suficientes tanques que fueran a la vez plataformas rodantes de modernas baterías artilleras probaría hoy una superior utilidad como instrumento servicial para abrir las heridas más hondas y hacer brotar las hemorragias más irrestañables. Los detuvo el disenso sobre cómo, cuándo, quién haría las primeras entregas de blindados a las Fuerzas ucranianas. Los apura el consenso de la urgencia de acordar, y proporcionar, esa ventaja definitiva que conduzca al Ejército ucraniano hasta ese triunfo en una batalla decisiva que sea idóneo para imprimir un giro favorable y duradero al curso de la guerra. Kiev busca, y pide a Occidente, más y mejores armas ofensivas; Moscú rebusca, dentro de la Federación Rusia tropa fresca para el frente ucraniano, y pide soldados voluntarios, conscriptos, y profesionales a Serbia y a Bielorrusia.
Joe Biden, del Capitolio al Kremlin
El 20 de enero de 2021, con un mensaje a favor del diálogo y en contra de toda violencia, asumía la presidencia en Washington el mismo político demócrata que se ha puesto al frente de la coalición occidental en la Guerra mundial europea. El líder de la alianza militar que el viernes 20 de 2023, intramuros de la Comandancia que la Aeronáutica norteamericana ocupa en suelo europeo desde hace 70 años, afila la estrategia contra Rusia y provee a Ucrania de recursos e inteligencia.
Aquel miércoles 20 de enero de dos exactos años atrás, el presidente n° 46 de EEUU no alzaba la voz al presentarse a su país y al globo como paladín de la Pax Americana, restaurador de las Leyes, adalid de la Reconstrucción democrática. Veinticuatro meses atrás, nadie predijo la guerra que llegó al horizonte transatlántico para ocupar el lugar que desalojaba la peste. Joe Biden podía estimar que su talismán democrático sería doméstico: que el republicano Donald Trump sería inagotable para saciar una y otra vez todo hambre y toda sed de denunciar autócratas derechistas. También podía estimar que en su Eje del Mal internacional el protagonismo luciferino tocaría a la República Popular de China: que pronunciaría más veces las palabras Pekín y Xi Jinping (y Taipei) que Moscú y Putin. No ha hecho falta esperar al diario de este sábado para saber que no fue así.
Con metáforas reconfortantes para una población reducida por la guadaña del virus de la pandemia y por el paroxismo avasallador de las catástrofes extremas que convoca el cambio climático, Biden se presentó como el trabajador de la salud que venía a vacunar, inmunizar, curar, cicatrizar, como el albañil o maestro mayor de obras que emprendería la reconstrucción de la democracia después del ataque al Capitolio de dos miércoles antes (al día de su asunción), cuando todavía gobernaba Trump.
No hay por qué dudar de la sinceridad de la modestia del flamante Presidente. Aunque apenas instalado en la Casa Blanca presentó al Congreso sus proyectos de inversiones públicas, de relanzamiento de las industrias de punta, de ampliación y extensión del gasto social. Una legislación ambiciosa, que no disimulaba su inmodestia: reformas como nunca se habían discutido en el Capitolio en las últimas décadas. La polarización ideológica y la ocupación con números de ‘empate catastrófico’ de las bancadas simétricas en las dos Cámaras habían configurado, ya desde la segunda presidencia del demócrata Barack Obama, un Legislativo en constante semi-parálisis.
A Luiz Inácio Lula da Silva le tiran un muerto a los siete días de empezar su tercera presidencia
No se trataba sólo de dinero, de gasto social planificado, de los montos que para los programas del Estado se pide al Congreso que sancione y autorice para financiar programas de inclusión otro modo insostenibles. Después de cuatro años de Trump, un presidente habituado a improvisar y desconfiado de gobernar, a quien desagradaba planificar, sin cultura o formación en el Ejecutivo, y sin inclinación a conocer sus usos y costumbres consuetudinarios, Biden quería restituir a EEUU el sentido y el significado de qué era lo que la Casa Blanca podía hacer si la dejaban hacer.
Bastan tres cambios en el párrafo anterior (Biden por Lula, Trump por Bolsonaro, Casa Blanca por Planalto) y el nuevo párrafo luce como transparente diagnóstico de la situación política brasileña. En la ceremonia de asunción de Lula en Brasilia 20 días atrás se ausentó su antecesor derechista Jair Messias Bolsonaro, como Trump se ausentó de Washington 2 años atrás.
Después de que una recicladora urbana, afrodescendiente y militante, le hubiera colocando la banda presidencial (el ex paracaidista capitán del Ejército en reserva estaba en Orlando, Florida, de visita a Disney World), Lula pronunció el discurso que inauguraba el tercer mandato de su vida al frente del Ejecutivo brasileño. Recordó que en su primer discurso, cuando asumió en Brasilia por primera vez como presidente el 1° de enero de 2003, la palabra clave era Cambio. Veinte años después, continuó, el 1° de enero de 2023, la palabra clave es Reconstrucción.
El 1° de enero, una fiesta democrática, el “Lulapaluza” según los medios, llenó de música el primer domingo del mes y primer día del año. La mitad del país bailó porque un candidato del centro izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) había regresado a Planalto,
El 20 de enero de 2023, la palabra clave del discurso de asunción del tercer mandato de Lula, Reconstrucción, sobresale con relieves más nítidos, cortantes e irrefutables que 20 días antes.
El segundo domingo del año, Brasilia había sido asaltada por centenares si no miles de opositores violentos que desconocen la legitimidad de Lula y del PT para gobernar. Los invasores vandalizaron las sedes de los tres Poderes del Estado. Hasta el fin de la tarde del domingo 8 de enero, la violencia de la destrucción golpista pareció no haber hallado más obstáculo que el albedrío de los invasores. Cuando la Policía inició una represión, 1500 de ellos fueron arrestados; maltratados, y conducidos a “Lulags”, según las redes de la mitad menos uno del país. Al llegar a este párrafo, EEUU es irreconocible en Brasil, y viceversa. El ataque al Capitolio fue al final del ‘primer tiempo’, o primer mandato, de Trump. El asalto a Brasilia fue al final de la primera semana del ‘bueno’, o tercer mandato de Lula.
Retrato de una Dama, o las 25 Lecciones de una Maestra
Los aniversarios, en especial cuando su cifra es redonda, cuando terminan en 0 o en 5, son ocasiones en las que nos invitan a hacer memorias y balance. Hace 25 años, el 21 de enero de 1998, un flash de una agencia de noticias informó que el entonces presidente de EEUU, el demócrata Bill Clinton en su segundo mandato, vivía un affaire extramatrimonial con una pasante judía de la Casa Blanca.
Del titular se pasó al affaire Monica Lewinsky del periodismo de chimentos, de ahí a la conmoción política del Monicagate, a la batalla del marido de Hillary Clinton con el fiscal especial Ken Starr, a la guerra facciosa en el Congreso, a la instrucción de un proceso de impeachment para destituir al Presidente, a su acusación por haber mentido a un Gran Jurado y trabado a la Justicia, y a su absolución final.
Como los documentos secretos de los tiempos de la presidencia Obama que siguen hallándose en oficinas, residencias y garajes del presidente Biden, quien quedó expuesto como antes Trump como infractor de la regla que prohíbe retener documentación confidencial, las cicatrices duran, y dañan a las candidaturas demócratas.
En las presidenciales de 2016, cuando en un debate televisado Hillary Clinton difamó a Trump informando que existían una decena y media de causas abiertas a su rival por abuso sexual y laboral, el candidato demócrata informó que no había ninguna condena y que ningún hecho estaba probado. En cambio, preguntó ¿qué autoridad en el mundo tiene más peso que la del presidente de EEUU? Y recordó que el vestido de terciopelo azul de la pasante Lewinsky, con restos del semen presidencial demócrata que lo salpicó en la Oficina Oval de la Casa Blanca, era una prueba material de validez verificada por la Justicia. Trump ganó la presidencia.
Gracias a los documentos secretos de Biden Trump ganará las primarias republicanas de 2024. Más todavía, porque el Departamento de Justicia postergó la difusión del descubrimiento hasta después de las elecciones legislativas de noviembre: acaso el conocimiento de la infracción podía deteriorar la performance oficialista.
Veinticinco años, un cuarto de siglo, es en efecto tiempo sobrado para justificar un examen retrospectivo, después de media vida pasada en huir, y después en recordar y analizar aquel acontecimiento traumático. A sus 49 años, Monica Lewinsky publicó en la revista Vanity Fair una lista de 25 Lecciones destiladas de lo vivido y sufrido en 1998, a sus 24 años. Entre ellas: “El hábito de incriminar automáticamente y sin más a las mujeres se ha visto cancelado con el correr del tiempo. Lo que era el affaire Lewinsky , el escándalo Lewinsky, el Monicagate, hoy es el escándalo Clinton o el impeachment de Clinton”. En otra Lección concluye, entre paréntesis: “(Disney es el lugar más feliz de la tierra)”. Jair Messias Bolsonaro aplaude, y aprueba.
AGB
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