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COLUMNA NÓMADE

La tragedia de Jay Gatsby

Francis Scott Fitzgerald, autor de "El gran Gatsby"

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Estamos en ese artefacto perfecto que se llama El gran Gatsby. Es el último día del verano y es un día muy tórrido. El libro está llegando a su fin. Hace mucho calor y esa sensación sofocante nos va a acompañar durante todo el séptimo capítulo, ese capítulo central en la desventura de amor de Gatsby y Daisy. Carraway, el narrador de la novela y amigo de Gatsby y primo de Daisy, va a estar tensionado por los acontecimientos y su ropa interior va a “empezar a trepar por mis piernas como una serpiente, mientras intermitentes gotas de sudor corría , frescas, por mi espalda”. Tom, la pareja de Daisy y Carraway y Gatsby más Jordan una amiga de Daisy van a ir de un lado a otro, desde la casa de Tom y Daisy hasta un bar para tomar unos tragos mientras hablan y se chicanean esperando el momento clave de la novela. Que es éste: Gatsby –frente al estupor de los demás– le dice a Daisy que le diga a Tom que no lo ama, que nunca lo amó y que durante estos cinco años que pasaron juntos ella, en realidad, estaba esperando por él.  

Carraway y Jordan son los testigos de esta disputa entre los dos hombres, que tironean de Daisy como el cartel de la ropa de trabajo de Coppa y Chego donde un hombre tironeaba de un overall que tenía sujeto con los dientes un perro del otro lado. Tom y Jay Gatsby parecen necesitar de ese público fortuito para dirimir su disputa. Esto pasa muchas veces. Algunas parejas se pelean mejor si hay público, como ciertos pugilistas fanfarrones.  

Por otra parte hay un convencimiento absoluto en Gatsby de que el pasado puede volver a tomar las riendas del presente. Pero Daisy se niega. Le dice que ama a Gatsby, pero también a Tom. De golpe aparece una niñita en la sala de cocktails y es la hija de Daisy y Tom, Carraway nota que Gatsby la mira estupefacto “Miraba a la niña –dice Carraway– sorprendido, creo que hasta ese momento no había creído en su existencia”.  

Mientras Gatsby se va enloqueciendo y perdiendo la cordura –lo genial del libro es que la novela también pierde la cordura– y Daisy en un día de calor demencial agarra leños y los mete en la chimenea pero después se da cuenta de que hace calor y Tom, el impasible Tom que siempre parece estar en otra cosa, de golpe siente que ama a Daisy más que a nadie y que no la quiere descuidar más. Y le  pregunta: ¿Es verdad que no me amabas y que amabas a este tipo? ¿No me amabas cuando te cargué en brazos para que no te mojaras los pies? Gatsby arremete: “Su mujer no lo ama. Me ama a mí. Se casó con usted porque yo era pobre y se cansó de esperarme. Fue una terrible equivocación. Pero en su corazón  nunca amó a otra persona. Siempre me amó a mí”.  

Gatsby cree que es la banda que cierra, pero en realidad es la banda soporte.  

Daisy se niega a abandonar a Tom y huir con Gatsby. Esto va a precipitar la tragedia del Gran Gatsby que se va a quedar esperando un llamado telefónico por toda la eternidad.  

Esa idea de la espera: estar al acecho. No ocupar el teléfono con llamadas triviales para que llame ella. No salir del cuarto donde está el teléfono. El móvil, ahora, hace que nos desterritorialicemos con la angustia a cuestas. ¿Tengo wifi acá? Gatsby sabe que sólo la muerte te deja sin tono y sin pulso.  

De nada sirve el poema que abre el libro y que guió hasta ese momento los planes de Jay: “Ponte el sombrero dorado, si con eso la conmueves / Si puedes saltar bien alto, hazlo por ella también, hasta que grite: Amante, el del sombrero dorado, el que salta muy, muy alto tienes que ser mío! 

En el medio de la disputa, Tom le dice a Gatsby algo letal: “Hay cosas que pasaron entre Daisy y yo que usted nunca podrá saber. Cosas que ninguno de los dos podremos olvidar”. Carraway acota rápido: “Esas palabras parecieron morder físicamente a Gatsby”. 

 Lo extraordinario de este séptimo capítulo es que podría ser un cuento en sí mismo. Podría prescindir de toda la novela, asi como Daisy podría prescindir de Tom, pero no lo hace. Sin embargo, la estructura orgánica de este tipo de obras maestras son como las colas de las lagartijas, las podés cortar, pero vuelven a crecer. Y crecen aún después de que abandonamos el libro, crecen cuando ya lo olvidamos, crecen cuando nos encontramos con Carraway, con Jordan, con Tom o con Daisy –y tienen otros nombres y otras ropas- cualquier día inesperado, en medio del sopor de un nuevo verano mientras estamos vivos.  

Todas las parejas felices se parecen, las parejas infelices tienen un corazón secreto que late ahí donde no parece haber nada. Por eso, cuando te veas inclinado a criticar a alguien, tené en cuenta que no todos tuvieron las mismas oportunidades. 

FC

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