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Domínguez, el ministro empoderado de un gobierno débil que busca la alianza con el agronegocio

Julián Domínguez, el día de su jura, con el presidente Fernández.

Diego Genoud

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Durante los primeros 21 meses de mandato de Alberto Fernández, Julián Domínguez vio una y otra vez cómo el Gobierno erraba en su política para el mundo del agronegocio. Desde la expropiación fallida de Vicentin hasta el cierre de exportaciones de carne pasando por un acercamiento explícito al Consejo Agroindustrial que no redundaba en nada concreto. Domínguez no hizo públicas jamás sus críticas pero las compartió con los gobernadores como Omar Perotti y se las transmitió también al Presidente. 

Aunque hubiera preferido tal vez no tener que volver al ministerio de Agricultura, el ex presidente de la Cámara de Diputados sabía que su turno iba a llegar y que lo iban a ir a buscar. En apenas diez días, Domínguez explicó por qué. Sacó al ministerio del ostracismo en que lo había dejado el cristinista formoseño Luis Basterra y llenó el álbum de fotos con el agropower: los gobernadores, la Mesa de Enlace, el Consejo Agroindustrial, los rectores de las universidades de todo el país y las autoridades del INTA. Primero, firmó la reapertura de las exportaciones de carne a China y después activó la reconciliación pública de los Fernández en la presentación de la ley de beneficios impositivos que quería el agronegocio y había surgido por iniciativa del ex canciller Felipe Solá. La normativa que, según se promete, permitirá aumentar en U$S 7.000 millones las exportaciones y crear 150 mil empleos contaba con el respaldo del Presidente y también de su vice, que en julio de 2020 posó en su despacho del Senado junto al titular de la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina-Centro Exportador de Cereales (CIARA-CEC), Gustavo Idígoras, y al presidente de la Bolsa de Cereales, José Martins. Sin embargo, 15 meses después, la ley seguía en estado vegetativo.

Hiperactivo, obsesivo de la comunicación y con infinidad de relaciones, el abogado que fue intendente de Chacabuco y se enfrentó mal con Aníbal Fernández en la interna de 2015 para la gobernación asumió su cargo con el aval explícito de Alberto y de Cristina. Los dos, según dicen en Balcarce 50, le dieron su visto bueno para que venga a apagar el incendio de un gobierno que, debilitado y sediento de dólares, busca una alianza con el establishment. Católico fervoroso y de buena relación con el Papa Francisco, Domínguez aterrizó en el Gabinete con respaldo de los Fernández y le adosó poder político a su vínculo histórico con las cerealeras y su relación reciente con los Ceos de las terminales automotrices, a los que conoció de la mano del sindicalista de SMATA Ricardo Pignanelli. Con muy poco, cambió las expectativas de los grandes jugadores que dominan el rubro de las exportaciones argentinas. 

Antes que nada se ocupó de ordenar el frente interno de un gobierno disfuncional. Puso como condición para asumir recuperar atribuciones que el ministerio de Agricultura había perdido y le arrebató a Matías Kulfas la negociación con el campo en el tema del cierre de exportaciones de carne. No solo eso. Además, en una reunión con periodistas agropecuarios, afirmó que el sistema de cupos que había diseñado el ministro de Producción perjudicó a los más débiles -criadores, frigoríficos provinciales y tamberos que tuvieron que malvender sus vacas conserva- y favoreció a los intereses más concentrados de la cadena, las plantas exportadoras nucleadas en el Consorcio ABC. Según publicó el sitio Bichos de Campo, Domínguez contó que encargó un relevamiento del stock de carne acumulado en las cámaras de frío de los socios de ABC: unas 50 mil toneladas que se compraron barato y ahora se exportarán a buen precio.

La puesta en escena de lo que, según se presume, es el comienzo de una nueva etapa contó con el sello del nuevo ministro, que reunió en torno suyo a la Mesa de Enlace, al jefe de Gabinete Juan Manzur; el ministro del Interior Eduardo De Pedro y a cinco gobernadores: Axel Kicillof, Omar Perotti, Sergio Ziliotto, Gustavo Bordet y Gerardo Zamora. El objetivo de la gestión es claro: abrir el juego y comprometer a la mayor cantidad posible de actores detrás de su política para el sector. Las entidades rurales se fueron en silencio y convalidaron la decisión de Domínguez, pero después salieron a hablar de “gusto a poco” presionados por los sectores más intransigentes del activismo rural. 

El nuevo ministro desembarcó sin equipo propio en Agricultura y confirmó a todos los funcionarios que heredó de su amigo Basterra. Dicen que intenta suplir esa falencia con la dedicación full time. El domingo pasado, por ejemplo, Domínguez reunió a su equipo en el ministerio para diseñar la reunión con la Mesa de Enlace. No podrá contar con los oficios de su amigo Julián Echazarreta, el abogado que renunció en febrero a la secretaría de Agricultura: ex subgerente general de la Asociación de Cooperativas Argentinas y ex vicepresidente de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Echazarreta volvió a ACA y ahora pelea por quedarse con la mayoría accionaria de Vicentin. En el ministerio, sin embargo, Domínguez se reencontró con antiguos colaboradores suyos entre los que se cuenta el contador platense Julio Cesar Vitale. 

Además de correr a Kulfas en el tema carnes, el ministro también se reunió con Martín Guzmán y le pidió concentrar la relación con el Consejo Agroindustrial, una entidad que envió a 40 de sus directivos al anuncio en Casa Rosada y conectó al resto vía Zoom. 

En el raid mediático de su primera semana en funciones, Domínguez dejó además una definición que trascendió las fronteras. Fue cuando salió a defender con fuerza el trigo transgénico: “Lo que es soberanía tecnológica, lo que es investigación y desarrollo nacional, si no lo defendemos nosotros, ¿quién lo va a defender? A ver si los brasileños me van a indicar a mí lo que tengo que hacer con la producción”, dijo. La más maravillosa de las músicas para los oídos del agronegocio. Era la respuesta a las críticas que habían formulado desde la industria molinera y alimenticia de Brasil contra el HB4, el primer trigo transgénico del mundo que fue desarrollado por la empresa rosarina Bioceres, el gigante biotecnológico que fundó la familia Trucco. “Creo en ese proyecto. Lo inicié yo, lo alenté yo siendo ministro. Voy a sostenerlo a capa y espada. Yo quiero defender mi modelo de desarrollo nacional y voy a pelear contra el mundo para defenderlo y después que el mercado te dicte tu propia realidad. Creo en la productividad, creo en los negocios y los que hacen negocios, quiero que hagan más negocios”.

Por eso, la llegada de Domínguez combina el respaldo político con alianzas que aparecen muy claras en el mapa de la economía y que buscan además recuperar el vínculo con los grandes accionistas de Expoagro, Clarín y La Nación. Basterra, que volvió a su provincia para trabajar con Gildo Insfrán, carecía tanto de una cosa como de la otra y era además un promotor de la agricultura familiar, algo que ahora quedará rezagado con un ministro que tiene otras prioridades. El ex presidente de la Cámara de Diputados, que en 2015 soñó con mudar la capital a Santiago del Estero como parte de un proyecto que tenía al agronegocio en el centro, lo decía hasta hace poco en los foros a los que asistía: “Cuando un ministro de Agricultura sale de la Argentina, lo reciben como a un rey por ser el representante de una potencia alimentaria. Pero en su país nadie le presta atención”. Esa es la ecuación que, una década más tarde y como parte de una historia circular, Domínguez viene a revertir.

DG/WC

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