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El G-2 de los Fernández y la receta para que el FdT pueda soportar otra derrota

Alberto Fernández y Cristina Kirchner en acto en Merlo

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Sobre la hora, Cristina Kirchner hizo un gesto: el jueves, se subió al acto de cierre de campaña en Merlo junto a Alberto Fernández. Tenía razones médicas para no ir pero, para extremar la sorpresa o apagar la especulación sobre sus ausencias, ahí estuvo. Fue un guiño último antes de bajar la persiana antes de una elección que -salvo un milagro- está perdida pero que según el score final del domingo mostrará escenarios diferentes.

“Se rompieron todos los termómetros”, dicen en Olivos sobre las encuestas pero, como pálpito o deseo, especulan que hubo un giro en el clima social que podría permitirle al Frente de Todos (FdT) mejorar levemente su cosecha y acortar la diferencia en la provincia de Buenos Aires. “Hasta hace una semana veníamos mejorando pero vino lo de Ramos Mejía, la inflación, el dólar...”, invocó un funcionario refiriéndose a un libreto que rotó mucho en el FdT en los últimos días.

El sábado, en Olivos, se sumó otra postal a la fotogalería de la unidad en la derrota. Fernández almorzó con Axel Kicillof, Sergio Massa, Victoria Tolosa Paz y Leandro Santoro. Estaba también Eduardo “Wado” De Pedro, la figura que concentra todas las miradas porque es el cristinista con vínculo diario con el presidente, relación que quedó herida con la renuncia post primarias. Por cábala, no se miraron encuestas. Todos los ojos están sobre provincia de Buenos Aires: se especula con acortar la diferencia o, casi en secreto, se fantasea con “ganar por medio punto”.

El ala optimista, trinchera que alimenta Massa, agita una expectativa matemática. Como en las últimas 72 horas, más de un millón de bonaerenses definen su voto, la elección está estadísticamente abierta. La provincia está “muy aparateada”, grafica una dirigente para sostener la ilusión de un resultado mejor que hace 50 días. El PJ territorial censó casa por casa a los que no fueron a votar, por qué no lo hicieron, sus demandas y posturas. Una tarea quirúrgica que supone preseleccionar a quienes movilizar y a quienes no. “En algunos casos, nos conviene que no vayan a votar porque si van, nos votan en contra”, detalla un operador.

Un tracking diario refleja un aumento exponencial de las consultas sobre los lugares de votación, lo que sugiere que aumentará la concurrencia que en septiembre fue de 68%. En un rezo pagano, el viernes a la noche desde dos terminales del FdT celebraban que el pronóstico dejó de anunciar lluvia para el domingo. El mal clima, se da por hecho, complica la votación en barrios vulnerables.

"Apareció de un día para el otro y hace un mes que nos conduce: nos dice qué tenemos que hacer, qué decir", dice un dirigente sobre Gutiérrez Rubi, el ministro 22.

El resultado no será inocuo. Por varias razones: porque pondrá a prueba la utilidad de varias decisiones: el arrebatado cambio de ministros, las políticas de “inyección en el consumo”, el vuelco hacia el peronismo territorial y la mutación a una campaña de “centro urbano”, metodológica y simbólicamente massista. Antoni Gutiérrez Rubí, el consultor catalán, se convirtió en el ministro 22 del gabinete albertista. “Apareció de un día para el otro y hace un mes que nos conduce: nos dice qué tenemos que hacer, qué decir”, cuenta, sorprendido y algo risueño, un funcionario.

Pero, sobre todo, el resultado aportará el insumo con el que se tratará de construir la segunda etapa del Gobierno. Un resultado igual al de las primarias; levemente mejor o una sorpresa positiva facilitaría los términos del día después. “El tema es qué pasa si perdemos peor”, plantea un entornista presidencial. Fernández proyectó reacciones frente a cada hipótesis. Metabolizó la derrota de la PASO, cree que lo peor ya pasó y que la economía entró en una pendiente positiva, todavía imperceptible para muchos, pero rápida y sostenida.

Acuerdo y diálogo

La hora de ruta de la post elección la empezó a escribir hace semanas y está ligada a la convocatoria a un diálogo, más con empresarios y gremios, que orientada a un acuerdo con la oposición. Se anudan, ahí, dos cuestiones: el Gobierno convocó sin éxito en varias instancias, quizá ninguna con todo el énfasis, y tiene además la convicción de que la oposición, por lógica política y grieta interna, no se sentará a la mesa. “Puede haber acuerdo con algunas leyes pero eso no es un acuerdo político. Es dinámica legislativa”, apunta en el FdT. De hecho, aun con forceps, se logró en sintonía con Juntos modificar el calendario electoral y mudar la PASO de agosto a septiembre, y la general de octubre a noviembre.

Detalle: cuando Eduardo “Wado” De Pedro, el ministro del Interior, confeccionó el nuevo calendario no contempló que la elección sería el domingo siguiente a fecha de difusión del índice de inflación, cronograma que se fija con al menos 6 meses de antelación y que rara vez se altera. “Que sea el día planificado a la misma hora hace a la credibilidad del INDEC”, explicaron en el organismo.

Cuando se reprogramaron las fechas de votación, se pensó en el tiempo que se ganaba para vacunar. De hecho los halcones del PRO, en particular Patricia Bullrich, cuestionó en la mesa de Juntos la decisión de regalarle tiempo al Gobierno. Además, cuando se hizo el cambio la previsión, sostenida por Martín Guzmán, era que la inflación iría en baja. Pero no: 96 horas antes de votar, el INDEC informó un aumento de 3,5% nacional con 3,8% en la provincia de Buenos Aires.

La trompada del 12-S puso al FdT al borde del cataclismo. Fernández escuchó voces que le sugirieron romper pero nunca lo contempló. La aparición de Cristina en Merlo se tradujo igual: su presencia es para ratificar que el FdT es su frente

“Antes de convocar a un diálogo a los demás, tenemos que ajustar el frente interno”, coinciden dos funcionarios. Ese es el gran interrogante para el lunes, sobre todo si el resultado fuese más duro para el Gobierno que en las primarias. Aquella derrota tuvo, es cierto, el condimento de la sorpresa. La del domingo, salvo que sea mucho peor que la del 12-S, está contemplada en la mesa de arena del Frente de Todos.

La trompada de las PASO pusieron al frente electoral al borde del cataclismo. Fernández, aunque escuchó voces que le sugirieron tensar o romper, nunca analizó esa variable. La aparición de Cristina en el acto del jueves se tradujo en un sentido parecido: su presencia, frente a un escenario incierto, es para ratificar que está ahí, que el FdT es el frente que ella construyó para volver al poder en 2019 y es, ahora, la herramienta que tiene para reconstruir la expectativa de futuro.

“Tenemos que definir la sustentabilidad del Frente de Todos: Y no para dos meses, sino para dos años”, apunta un dirigente del PJ. Las pautas de esa sustentabilidad no están claras. Porque, sobre todo después de la crisis post PASO, quedó “lesionada” la relación entre los Fernández y no lograron el método para la toma de definiciones políticas. Esa bilateral, el G-2 del Frente de Todos, es la que marca el clima, agita o libera tensiones, y sirve para unificar.

El formato del mano a mano, el tribunal de alzada del FdT, nunca funcionó bien. Los tuits, las cartas y los discursos de la vice reflejaron que la instancia privada, el G-2 entre los Fernández, no resultaba satisfactorio al menos para Cristina. Hay, al margen, una idea de ampliar esa mesa política-operativa a cuatro miembros, con la inclusión de Massa y Máximo Kirchner. Volvió, luego de una reunión de varios de los partidos que integran la coalición, la idea de dar “institucionalidad” al FdT como un mecanismo de contención y debate.

Fernández no dio, por ahora, señales de volver a retocar el gabinete. Luego del sacudón de septiembre, en el kirchenrismo quedó latente la demanda irresuelta de movimientos en el área económica, no solo lo de Guzmán, sino del bloque que integran Matías Kulfas, en Desarrollo Económico, y Claudio Moroni, en Trabajo. A simple vista, suena extraña la salida de Guzmán en medio de la negociación con el FMI. En gobierno defienden a Kulfas, por ser el único que da buenas noticias con las novedades sobre inversiones. Moroni es Alberto. “Es ministro de Trabajo: ¿hay conflictos laborales? No. ¿Entonces?”, lo respalda un funcionario.

Parece, lo de Fernández, todo a la defensiva mientras Cristina, con un ojo en el Senado, donde se encamina a perder el quórum propio, puede anotarse una eventual mejora electoral porque fue la renuncia de De Pedro lo que disparó cambios y movimientos en el gobierno.

PI

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