ENTREVISTA

Christian Ferrer: “Javier Milei se apropió de la libertad, una especie de símbolo que la izquierda olvidó”

0

El sociólogo Christian Ferrer consideró que el triunfo en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, dejó en evidencia que “está terminando un ciclo” en la historia política argentina, que coincide con otros momentos anteriores en los cuales surgió “alguien completamente nuevo, que no estaba identificado con la casta política” de ese momento.

“No aparece un Mesías si no hay millones de personas esperando tensamente algo que resuelva aparentemente el problema”, analizó el ensayista durante esta entrevista, en la cual también reflexiona sobre el anarquismo, los principios libertarios y las razones del electoral a favor del candidato de extrema derecha.

‒Quiero retomar una conversación que tuvimos hace más de tres años, cuando recién comenzaba la pandemia. Eran los primeros meses y vos me dijiste que tenías mucha desconfianza sobre que haya un fuerte examen de conciencia a partir de lo que estábamos viviendo, pero señalaste también que la casta política sin duda estaba a prueba. Ser político en Argentina en tiempos normales es fácil, pero en tiempos excepcionales hay una casta política a la que después se la va a aplaudir o se le va a bajar el pulgar. Esto era principios, diría yo, de 2020. ¿Por qué hablabas entonces de esa prueba que debía atravesar la casta política, un término que parece de moda otra vez?

‒No recordaba haber usado la palabra, pero fue un momento excepcional que recién comenzaba. Cuando un país está en una situación próspera, o por lo menos, circula dinero y no hay graves problemas de conmociones sociales, es como estar flotando en una piscina para un político. Es cuestión de administrar las cosas, y que nadie se retobe demasiado. No es gran cosa. En cambio, los gestores del estado de cosas son puestos a prueba cuando las cosas no van bien. Argentina es un país que tiene como emblema a la vaca gorda. Acá, la idea de una vaca flaca es como ajena, y sin embargo, cuando llegan los momentos de conmoción interior o desesperanza, ahí es cuando se prueba de qué madera están hechos lo que habitualmente llamamos políticos o gestores del Estado, como quieras llamarlo. No siempre pasan la prueba. Mucho más en este país, que tuvo políticos de cierto nivel algunas veces, pero en general más bien fueron mediocres o no están a la altura de los desafíos. Ahora, la palabra casta se puso de moda ahora porque la trajo el despeinado éste. Pero es una palabra asociada a la India, porque es un país que hasta el día de hoy está organizado en torno a castas definidas de una forma muy distinta a la definición que se da ahora. Es una palabra que la izquierda española puso de moda, y por lo tanto, habría que responsabilizar a (Pablo) Iglesias, que encima de todo tiene ese apellido, de poner de moda una palabra que este tipo captó rápidamente. Me refiero a Javier Milei.

‒Si uno mira el resultado de las elecciones primarias, ves que la dirigencia política no estuvo a la altura, como decís vos. ¿Coincidís con eso? ¿Te sorprendió ese resultado?

‒Está terminando un ciclo. Yo vi terminar ya dos ciclos. Uno era el de la dictadura. Comenzó cuando nací, porque yo nací bajo una dictadura, hasta que en un momento terminó después la guerra de Malvinas. Ahí, en un año y medio todo se desarma. Después vi terminar el otro ciclo, el del menemismo, que termina en el 2001, con el presidente (Fernando) De la Rúa y con 27 muertos. Este es el tercer ciclo que me parece que se está desarmando, que surgió entre los años 2006 y 2013, con una conjunción de circunstancias económicas favorables externas a partir de una geopolítica internacional se estaba reorganizando; y con el presidente del momento, Néstor Kirchner, por otro lado, en una especie de mensaje de esperanza contrario al que se decía durante el menemismo, que más o menos lo puedo resumir en Patria Grande, más derechos humanos y vamos para adelante. Con eso enfervorizó a una juventud, entre 18 y 30 años, militantes resistentes contra (Carlos) Menem, pero que hoy están cerca de la jubilación. Nos fuimos haciendo grandes, ¿viste? Seguir repitiendo una serie de consignas que ya no son verosímiles para nuevas juventudes, que tienen sus propios problemas y en un país que no es el de hace 20 años o más... Hay un ciclo que termina. Entonces, aparece un tipo que encuentra una palabra. No lo votan por todas sus ideas de la Escuela Económica austriaca o lo que se llama el Estado mínimo minarquismo. La gente lo vota por otra razón. Nadie sabe lo que es todo eso. El tipo habla de una súper especialidad que sólo entienden cuatro tipos del CONICET. Punto. En segundo lugar, todas las ideas que él tiene sobre el Estado mínimo minarquismo tiene una tradición norteamericana. Nadie sabe. La izquierda no sabe nada de eso porque nunca se preocupó de leer al enemigo, y los propios adherentes a este tipo, incluso los cercanos, tampoco leyeron mucho de todo eso. Esa no es la razón por la que el tipo imanta a millones de personas, sino que evidentemente es el declive de un armado político que no resiste. Si uno analiza la historia argentina, te vas a encontrar con momentos así, es decir, momentos en donde se derrumba algo y hay que poner a otro. En 1890, por ejemplo. O la embestida de los radicales yrigoyenistas que al final consiguen lo que querían con su abstencionismo electoral. Pero, sobre todo, a lo más parecido que hay a la aparición de este tipo, yo sé que la comparación no es agradable, es la aparición de (ex presidente Juan Domingo) Perón en el escenario político argentino. Alguien completamente nuevo, que no estaba identificado con la casta política anterior conservadora o la radical colaboracionista.

‒En este caso, desde fuera del Estado, desde los estudios de televisión, podemos decir.

‒Sí, pero Perón aparece de grupos militares que nadie conocía. Es decir, podés decir que el Ejército era el Estado, de acuerdo, pero sencillamente aparece desde un poder, pero que es muy oscuro para la gente. No importa cuáles son sus propuestas. Lo que digo es que había un momento mesiánico esperando a Perón. No es que Perón creó al peronismo, sino que el peronismo lo estaba esperando. En otras palabras, no aparece un mesías si no hay millones de personas esperando tensamente que aparezca algo que resuelva o creen que van a resolver el problema. Eso es un momento mesiánico, porque no aparece el Mesías si nadie lo reconoce.

‒Después de los años del kirchnerismo y el gobierno de (Mauricio) Macri, que fue un interregno, y de este experimento del Frente de Todos, señalás que se está cerrando un ciclo. Se dice que uno de los motivos que unifica a los distintos votantes de Milei es la crítica al Estado. ¿Vos qué pensás con respecto a eso?

‒No creo. La verdad que no es lo primero que se me aparece. Primero, porque este es un país profundamente estatista. Sólo que a la manera argentina. ¿Y cuál es esa manera? Pedirle todo al Estado sin darle nada a cambio. Este es un país experto en la evasión impositiva, por la razón que sea, y experto en hacer las cosas por izquierda. Es más, si le preguntas a un argentino qué es mejor, hacer las cosas por derecha o por izquierda, si ambas se pueden hacer a la vez, te lo dice por izquierda. O sea, fuera del Estado. En segundo lugar, es un país que, a lo largo de los diez años por lo menos que está en crisis, se acostumbró a crear una red de vínculos confiables con los que más o menos puede manejarse en la vida, que no son solamente redes de amigos, son también conocidos de esos amigos, que cumplen funciones que el Estado ya no cumplía. En tercer lugar, y quizás más importante, este es un país sentimentalmente anticapitalista, pero pragmáticamente hiperconsumista. Eso dio durante muchísimos años un tipo de mentalidad que podemos llamar peronista. Vamos a ponerlo de esta manera, pero que podía ser encarnada por varios, no solamente por el peronismo. Entonces, ¿qué es lo que la gente quiere? Además de que las cosas no empeoren, que es lo que se le pidió a Alberto Fernández. Y es lo que se le pidió a Macri. Por favor, que no empeore. Y empeoró. Por lo tanto, lo que se quiere, no te digo dinero gratis porque sería demasiado, pero lo que se está pidiendo es que alguien ponga orden en el Estado. Este tipo no es Milei, no es un enemigo del Estado. Muy por el contrario, lo quiere conquistar. ¿Cómo va a ser un enemigo? No es un anarquista. Un anarquista andaba con bombas y se las tiraba a presidentes. Este tipo va con una motosierra de utilería. Encontró lo que se podría llamar una metáfora: hay gente, dice él, que vive del Estado y esto no da para más. La gente dice: “Yo, que me muevo fuera de esa estructura, quiero que alguien tome venganza por mí”. Eso es lo que se le pide. Argentina no es un país antiestatalista, puede ser que le guste la ilegalidad, pero de ninguna manera es antiestatal.

‒En el libro El lenguaje libertario, antología del pensamiento anarquista contemporáneo (Terramar, 1990) abre con un texto tuyo que se titula Sobre los libertarios, en el que planteás una idea de democracia. Vos decís que es considerada por muchos como el régimen que logró conceder al habitante el mayor grado de hospitalidad política posible, pero la hegemonía de que disfrutan las instituciones asociadas a la representación quizás sea consecuencia de una abdicación efecto de decepciones históricas. ¿Podrías explicar un poco más esa idea en este contexto?

‒Alguna vez le preguntaron al secretario de Estado del Papa Pío XII cuál era mejor sistema de gobierno, y respondió la democracia, a excepción de la teocracia, es decir, la del Vaticano. En otras palabras, uno puede hacer una especie de cadena del ser político, en la que está en lo más alto una de las formas y abajo la peor, que es la dictadura del tirano. Arriba, la democracia. Ese sistema en griego significa el poder del pueblo: cratos es poder, demos es pueblo. En Grecia no había democracia como la entendemos nosotros. Había reyes, o sea, no existía el político ni había elecciones. Democracia es poner que la ley fuera discutida públicamente y la voz de cada uno valía lo mismo que la de todos, exceptuando mujeres y esclavos en ese momento. La democracia es el poder del pueblo. Aquí lo que está en cuestión son los representantes de esa democracia. No te olvides que la Constitución dice que el pueblo no gobierna ni delibera, sino por sus representantes. Entonces es a ellos a quién se está dirigiendo en este momento una especie de gran signo de interrogación. La pregunta es, ¿qué han hecho? No qué van a hacer. Pueden prometer lo que quieran, pero la pregunta más terrible es qué hicieron con nuestro país. Eso también es una forma de auto amnistiarse que tiene el pueblo. Por algo lo votaron a lo que votaron y por algo hicieron todo lo que hicieron, pero en última instancia son los representantes a quienes se está cuestionando en este momento. Ahora, una vez que terminó la Guerra Fría, una vez que la idea de revolución no tiene ningún asidero -salvo, como dice Jorge Asís imaginariamente en alguna gente o en las universidades-, y una vez que se está reorganizando el mundo geopolítico de una forma que no sabemos muy bien cuál será, tiene que aparecer alguna persona que esté a la altura de ese desafío. No parece haber mucho en oferta. Tenés un tipo que va con una motosierra y dice que va a dinamitar todo. Su discurso es psicópata. Tenés a Patricia Bullrich, que es una especie de neurótica de segundo orden, porque el neurótico verdadero era Horacio Rodríguez Larreta. Robot, robot. Laburar, laburar. Después tenés al típico perverso, a Sergio Massa, que no sabés si en la noche de bodas se va con otra. Es una oferta pobre para los desafíos que tiene este país, que no merece caer tan bajo.

‒Todo el diccionario que utiliza Milei con las ideas de lo libertario y de la libertad que, como vos decías en ese mismo texto, hay una raíz común entre liberalismo, anarquismo y marxismo, pero también hay contradicciones profundas. ¿Qué es este experimento de ese candidato que recupera algunas nociones que obviamente tenían otro sentido? Es como una especie de profanación, ¿o vos ves que hay algún algún sentido en esta taxonomía?

‒Es una pregunta interesante porque el tipo habla de libertad por un lado. Es una palabra que se olvidó toda la izquierda. Desde que yo me acuerdo, no te habla de libertad, te habla de protección y derechos, todo lo que quieras, pero libertad no. La palabra libertad es un emblema que sigue sonando desde la década del 60 hasta el día de hoy. Liberación de las mujeres, liberación sexual, liberación de los pueblos colonizados. O sea, el tipo se apropia de una especie de símbolo que la izquierda olvidó. Por otro lado, está libertario. Ese tipo es tan libertario como Alberto Fernández es Jimi Hendrix. No tiene sentido esa discusión porque la palabra está mal traducida, es el libertarianismo. En Estados Unidos existe el partido libertariano, que se presenta cada cuatro años, tiene un candidato a presidente y saca el 1% de los votos invariablemente desde hace 40 años. Escúchame, los trotskistas de acá sacan mucho más comparativamente. Entonces, ¿qué sentido tiene discutir de palabras este tipo? No voy a discutir esa palabra porque, como te dije, es lo que él entiende por libertario, anarquismo y libertad de mercado, que no es lo contrario del Estado, sino que es lo contrario de la antigua idea eclesiástica medieval de la economía que era renta decorosa y precio justo. Es decir, al dueño de los campos al que alquilaba se merecía tener una renta decorosa y la persona campesino o que compraba merecía un precio justo y no desproporcionado. Todo eso vuela en el siglo XVIII o XIX, con la aparición de las grandes ciudades, las grandes redes comerciales y lo que se llama el capitalismo moderno. Es decir, su dios es el mercado. Vamos a ponerlo de esta manera. Por lo tanto, cuando él habla de anarquismo y libertarianismo se está refiriendo a eso. Nunca habla de otra cosa. Su ignorancia fuera de la economía es inmensa. Cuidado, no te digo que Massa sea un dechado de un enciclopedista, ni tampoco la erudita, pero me refiero a que Milei habla de eso. Ahora, ¿quién está del otro lado? Lo que se llama el populismo de izquierda, que no corta ni pincha. El populismo se quedó sin discurso. La palabra libertad es una palabra que todo el mundo entiende, es decir, desde 1810 a acá, lo entiende todo el mundo. El tipo se apropió de eso. Y como te dije, todos los votantes no lo votan por estas ideas minarquistas o ni mucho menos por la Escuela Austriaca de Economía, que no lo entienden ni los economistas.

‒Vi en las redes sociales, en las que estás un poco más activo últimamente, que hablabas sobre Carlos Maslatón y lo asociabas al encanto de la degradación. Decías que no es él quien está degradado, sino sus simpáticos partenaires. ¿Qué es lo que te llama la atención de este protagonismo exacerbado de Maslatón, a más de 30 años después de que apareció en política como uno de los dirigentes de de la UCEDE?

‒No hay nada interesante en Maslatón. No es un analista político o económico que a mí me me alimente o me ayude a pensar. No es eso lo que me molesta, ni tampoco su pasado. Ni sus ideas tampoco. Lo que sí me molesta es una sensación, como de mezcolanza, que fue cocinándose en los últimos 20 años o un poco más, en la que todo entra transformándose en una olla podrida que se pasó de cocción. Y hay que bancarse de repente un escenario mediático, donde está lleno de energúmenos que dicen cualquier cosa, se gritan unos a otros. Un país está hundiéndose y tenés estos tipos gritándose o gritándole a otros. La voz pública se degradó tanto en Argentina que se parece más bien a un discurso de energúmenos, y en la práctica a una pelea de palos de ciegos. Son ciegos dándose palazos. Lo importante es darse palazos, no dónde ni para qué. Entonces yo veo la degradación, no tanto en que se mezclen defensores del estado de cosas, tal cual lo tenemos en este momento -me refiero al gobierno de Alberto Fernández y a un probable gobierno de Massa- con un tipo que perfectamente podría haber sido el primer candidato a diputado por la capital de Milei, sin ningún problema. Si no se hubiera peleado, sería eso. De repente está ahí jugando un jueguito con toda esta gente, que no me divierte. Los veo como desnudos, y ese juego degrada al periodismo. Es una profesión que aparece en el siglo XIX, una profesión que estuvo asociada a una demanda de que circule la voz pública en la ciudad. De repente, te encontrás con una situación en que la difusión de la verdad se transformó en un estilo de violencia. Eso es lo que hay en Argentina. Vos vas a Uruguay y no te encontrás con lo mismo. Para nada, en absoluto. Nuestra cultura cívica es una de energúmenos prácticamente. Y la misión de los políticos es parar el carro. No lo están haciendo ni lo van a hacer. O sea, en otras palabras, ingresamos en este momento en una especie de aventura y si tenemos suerte, como en el 2003, hace 20 años, ingresaremos en algún tipo de esta ruta comercial que nos lleve a entrar un poco de dinero. Y si no tenemos suerte, se va a degradar cada vez más este país cristiano.

Entrevista realizada por Diego Genoud en su programa Fuera de Tiempo (Radio Con Vos).