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Opinión - Perdón que interrumpa

De los laberintos se sale para atrás

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa
19 de septiembre de 2021 00:02 h

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Hace una semana en la Argentina se votó. El peronismo perdió. Y el Frente de Todos se puso al límite. Las coaliciones son sólidas bajo un primer incentivo: poder ganar. Alberto tuvo su día de albertismo en que aupó solidaridades entre gobernadores, sindicatos, movimientos sociales, pero faltó alguien a esa cita: su liderazgo. Finalmente retrocedió, negoció, “la carta de Cristina” produjo un nuevo gabinete. Pero llamativamente la primera impresión de muchos es que ese nuevo gabinete huele “nestorista”. Podríamos decir también “duhaldista”, en un sentido: un repertorio de nombres con más músculo y densidad para la gestión pero sin brillo. Extremando la lectura diríamos que asume el personal de Maestranza de un peronismo que va a lo seguro: recuperar gobernabilidad. Podríamos pensarlo en una serie corporativa: Aníbal Fernández ajusta la relación con las fuerzas de seguridad (hay que ver si Berni trata a Aníbal como a Sabina), Julián Domínguez con el campo, “Jimmy” Jaime Perczyk con el sindicato docente y la comunidad –un ministro con más olor a tiza–, y Manzur con el mundo del interior peronista y los laboratorios. No está pensado de cara a noviembre. Está pensado de cara a después de noviembre. A los dos años duros que quedan. 

Hubo un saldo de equilibrio: Santiago Cafiero tuvo una salida decorosa y Wado De Pedro siguió. Detrás, el gabinete económico quedó intacto, aunque muchos dicen que es el nominado para después de noviembre. Y otra triste metáfora de despoder argentino: un funcionario que se sube canciller a un avión y aterriza en El Salvador convertido en simple ciudadano. ¿Qué pasó? Se abrió la ventana en el vuelo y se le voló el saco. Después de la escala salvadoreña, el arribo a México de Felipe Solá para la reunión de la CELAC no merecía esa “crueldad”. “Escuchen a Felipe si quieren saber lo que pienso”, decía Alberto en su lejana campaña dos años atrás. La derrota expuso las costuras con las que está hecho el Frente que, dentro de poco, tiene que volver a decirle a la gente “vótennos”. 

A su primer gabinete Alberto Fernández lo presentó en un acto protocolar, televisado, donde prologó uno por uno a los ministros y secretarios, destacando cualidades técnicas y personales. “Mi amigo”, “él sabe lo que lo valoro”, “nos conocemos hace años” son sus típicas frases envolventes. Este segundo gabinete (parcial) llegó entre los gallos y medianoches del peor viernes. El presidente les mandó un abrazo a los diarios que estaban de cierre. ¿Qué pasó? Votó el pueblo argentino y vivimos la semana de zozobra que produjo la derrota peronista. 

Pero recapitulemos un poco. De los laberintos se sale por arriba es la gran frase de Marechal que de tanto uso y abuso quedó hecha un bodrio. Variemos: de los laberintos se puede salir también para atrás. Volviendo adónde se partió. Veamos. El nacimiento del Frente de Todos se había consolidado en una suerte de acuerdo no escrito pero repetido que decía: “con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede”, u otra variante de loza: “el piso alto y el techo bajo”. Era una idea desplumada, poco lírica, al hueso electoral. El reconocimiento de ese límite venía de la derrota de 2017, cuando Cristina perdió en Provincia de Buenos Aires y cuando las variantes alternativas (Massa o Randazzo) caían en picada. El Frente de Todos entonces tuvo un ciclo de etapas visto en imágenes: la candidatura de Alberto en un video de CFK, las fotos de Cristina con Massa y con Moyano. Los ritos simbólicos cumplidos. Constatación que la crisis macrista permitió acelerar: la pelea que había habido en el peronismo post 2011 “por arriba” era correlativa a la fragmentación de su base “por abajo”. La “aristocracia obrera”, los sectores de las capas medias y medias bajas metropolitanas (lo que Pablo Semán llama “moyanismo social”), se habían ido del horizonte de representación del viejo Frente para la Victoria, cuya fuerza electoral permanecía entre los pobres del Gran Buenos Aires y las capas medias progresistas de las ciudades. Algunas agendas estaban caprichosamente descuidadas en 2015: el mínimo no imponible, la inseguridad o la inflación. Y se proponían ser cuidadas en esta nueva versión. La traducción del Frente era su mejor consigna: “volver mejores”. Lo que suponía asumir la autocrítica más en los hechos. Cada uno que estaba o cada uno que volvía lo hacían por “algo”. Esa fue la fuente conceptual original. No es sólo que Cristina “puso un presidente”, sino que Cristina, socia mayoritaria, reconocía su propio límite, eso que le faltaba para ganar por ella misma. El 28 de diciembre de 2017 tuiteó que haría lo posible para que haya otro presidente en 2019. Los votos le dieron la razón a ese razonamiento. No iban a volver los electores de la zona núcleo, o el cordobesismo ancho y ajeno, pero la base del peronismo mayoritario apareció restablecida. Aquella “coalición” del FPV de la que supo hablar Ana Natalucci. 

“Y bien, perdimos”

Y se perdió en este 2021. Lo imposible tardó un poco menos: se vio de nuevo un bunker “amarillo” festejando. No hubo globos pero sí sonrisas. Hay lugares comunes que se repiten y conforman a cualquiera porque no mienten. Decir: “es la economía, estúpido”. Es verdad entonces: faltó plata. “El Estado moderno puede distribuir bastante apretando enter”, razona un ex funcionario peronista que lo conoce de memoria. Pero, ¿por qué se perdió? ¿Porque sólo faltó plata? Sirve ese argumento, pero hay que vestirlo un poco más. El sostenimiento de la cuarentena, diciendo a medias pero asumiendo la verdad y el costo del “vamos a priorizar la salud por sobre la economía”, era también un modo de decir “vamos a priorizar la salud a ganar una elección”. El FdT en abril de 2020 paró la economía, y, por ejemplo, prácticamente no se fabricó en toda la Argentina un solo auto. Todavía era “el mejor momento de Alberto y Axel”, el nuevo gobierno peronista encontraba su relato definitivo en esa ASPO, que luego fue DISPO y la esperanza se completaba en el plan de vacunación. Pero… los vacunados no fueron votos. El Estado argentino lo sabe: el vacunado te da like, se baja la app, sube la selfie a su red, el abrazo a la enfermera, pero evidentemente para votar cada cual también salta esa tranquera. Diría Simone Weil, que se trata de una de las “obligaciones eternas” de un Estado. Vacunarás a tu comunidad. Pero el Estado que te salva se hacía más pesado; y el cierre de escuelas no tenía ninguna flexibilidad para atender el reclamo de madres y padres, e incubó en esa “salvación de la vida” costos que no podían no ser electorales. Apostaron a la fidelización del electorado en la política sanitaria. Tan así que el segundo candidato en la Provincia de Buenos Aires fue el ministro de Salud, Daniel Gollán. La cara estatal de ese primer vector epidemiológico que iba a mostrar la supremacía de lo estatal por sobre el mercado, y esa imagen que quiso estamparse en una agrupación virtual llamada “La Pedro Cahn”. ¿Pero quién votó a La Pedro Cahn? Luego, y en paralelo, se comenzó a hablar de una “recuperación” económica pero que funciona despareja, en una economía más chica y más desigual, como lo reconocen funcionarios del área económica.  

El Frente es de todos, entonces perdieron todos. Pero esta parece la pelea final que la carta expone: distribuir culpas, romper códigos, mostrar la sangre en el ojo. En sus dos años de gobierno Alberto Fernández fue lineal. Pretendió que el fin del Frente de Todos era solo la unidad, y la condición de esa unidad que él no construyera su liderazgo. Punto. No, no y no dijo siempre. Se puso de moda una palabra: “procrastinar”. Pero en la carta de Cristina se filtra una doble impotencia: exponer en el tal Biondi cierto habitual juego sucio (del que nadie es ajeno) y que la no construcción del liderazgo de Alberto fuese al final una marca personal que la arrastra. O sea: Cristina quiere contar qué cosas decidió él solo. Para preservar el Frente, Alberto pareció decir en campaña: yo soy Cristina. Para preservarse a sí misma, Cristina parece decir tras la derrota que ella no es Alberto. A su modo, en esa contorsión paradójica, también Cristina (que no suele regalar nada) le reclama que no haya construido ese liderazgo. Se perdió porque el Frente se redujo al mínimo que le dio origen: al con Cristina sola no alcanza. ¿Se perdió por la economía? Lo dicen todos, incluso cuando todos dicen “Guzmán de acá no te movés”. Con el ministro de Economía hay una oscilación: están los que valoran que cuida la macro, están los que le piden que la cuide pero le haga un poquito de trampa. ¿Se perdió porque hubo un Olivosgate y un vacunatorio vip? Sí, eso le restó la bandera de ejemplaridad al gobierno. ¿Se perdió porque la política no hizo la demagogia de su ajuste? También. Faltaron gestos de austeridad, aunque sean simulados, con efectos irrisorios en la torta presupuestaria, pero que le dicen a la sociedad “nosotros caminamos con vos”. 

MR

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