Opinión

El peronismo y la crisis

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El año electoral reavivó el fuego cruzado en el Frente de Todos contra todos. El primero en disparar —camuflado en el off— fue el ministro de Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, cuando dejó trascender su malestar por no haber sido invitado a una reunión con el flamante presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva y referentes de organismos de derechos humanos en su visita a nuestro país. Lo siguieron otros camporistas como Andrés “Cuervo” Larroque que acusó a Alberto Fernández de haber sido partícipe —nada menos— que de la “licuación” en la agenda público-mediática del grave atentado sufrido por Cristina Kirchner. Los dirigentes del cristinismo recibieron sus correspondientes respuestas de parte de los funcionarios y funcionarias de esa entelequia a la que llaman “albertismo” (Victoria Tolosa Paz y Aníbal Fernández).

En una amigable y extensa entrevista para el portal El Cohete a la Luna, Máximo Kirchner también castigó al presidente con un sutil ninguneo. Dijo que era alguien “de carácter inexistente para la sociedad en términos reales de poder” cuando fue designado como candidato presidencial por el dedo de Cristina Fernández de Kirchner.

En la entrevista, el dirigente de La Cámpora desplegó algunos juicios y evaluaciones interesantes sobre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, sus vencimientos imposibles y sus consecuencias ruinosas para el futuro inmediato del país. Sin embargo, el diagnóstico fue incongruente con la política ya que en su momento el diputado del FdT (y jefe del bloque oficialista) se diferenció simbólica e individualmente con su voto en contra cuando estaban garantizadas todas las condiciones para que el pacto se aprobara en el Congreso. Se desmarcó diez minutos después de la aprobación del pacto para buscar un equilibrio imposible: no apoyar el acuerdo con su voto y no hacer mucho para evitarlo. En los hechos, darle una cobertura por izquierda.

La disputa escaló cuando los principales dirigentes del Frente de Todos de la estratégica provincia Buenos Aires se reunieron en la Quinta Municipal La Colonial de Merlo para comenzar a debatir la estrategia política y electoral. Estuvieron todos —hasta Sergio Massa— menos Alberto Fernández, el presidente que no fue.

Junto con el internismo feroz retornó un debate clásico: ¿los enfrentamientos “fratricidas” tienen su fundamento en el festival de egos que habita en el FdT o existen razones más de fondo?

Números duros

Esta semana se conocieron datos oficiales brindados por el Ministerio de Trabajo que muestran que los salarios del sector registrado formal cayeron en 2022 (2,8%) con respecto al año anterior. Un informe del grupo de investigadores que integran el Mirador de la actualidad del trabajo y la economía (MATE) con sede en Rosario reveló que “con el 5,1% registrado en diciembre, la inflación de 2022 cerró en 95%. Este valor marca un máximo absoluto para las últimas tres décadas y prácticamente duplica los picos inflacionarios anteriores”. En ese marco, tras cumplirse el tercer año de gestión del FdT “la recuperación salarial sigue siendo una materia pendiente”. En los dos primeros años “se evidenció un empate entre precios y salarios. En el tercero, la elevada inflación doblegó al salario real”. En números duros: “El salario bruto medio en noviembre de 2022 fue de $175.500. Siete años atrás, pero expresado en pesos actuales, ascendía a $234.000. Es una diferencia de $58.500 por cada trabajador registrado en el sector privado. Así, cada persona asalariada cuenta con unos $48.000 de bolsillo menos todos los meses y el Estado deja de recaudar un poco más de $10.000 por cada salario en concepto de aportes y otro tanto equivalente por contribuciones al sistema de seguridad social. Se desfinancia a la familia trabajadora en primera instancia, y al Estado en segundo lugar”.

En el contexto de una tendencia al enfriamiento de la economía por el ajuste y la inflación “la distribución del ingreso en el tercer trimestre de 2022 fue similar a la de un año atrás —asegura el informe de MATE—, con una leve caída en la participación de las personas asalariadas. La porción del ingreso que se apropia el trabajo se achicó en comparación con el nivel dejado por el gobierno de Cambiemos”.

Con respecto a la dinámica futura de la macroeconomía, el último resumen semanal de la consultora PxQ que dirige Emmanuel Álvarez Agis, sentencia que “lo cierto es que, si el Gobierno quiere impulsar la economía tiene que flexibilizar los pagos de importaciones y, sin fuentes adicionales de ingreso de divisas, eso solo se puede hacer gastando las reservas netas que acumuló en 2022 e incumpliendo, por lo tanto, la meta con el FMI. Si, por el contrario, el Gobierno quiere cumplir la meta a toda costa, tendrá que soportar el estancamiento de la economía en un año electoral”. Llegan a esta conclusión después de analizar la tendencia de las importaciones y exportaciones, las posibles fuentes de acceso a divisas (hasta hora muchas promesas y ninguna flor) y las metas que marca el acuerdo con el FMI.

Alma y cuerpo

“La pelea es por el alma del peronismo que viene”, escribió el periodista Marcelo Falak en su recomendable newsletter diario (desPertar). Es cierto, pero también es por el cuerpo del peronismo de hoy. En esa dinámica perversa de saqueos fuertes y recomposiciones débiles (que siempre dejan al país varios escalones más bajo después de cada crisis), el peronismo se postulaba como el reparador parcial de los daños anteriores. Su “programa mínimo” se había reducido a emparchar lo que otros rompían, recomponer algo del saqueo. Este peronismo con todos adentro consolidó el saqueo y bajo su gestión hubo mayores retrocesos en las condiciones de vida de las mayorías populares. Esencialmente, ahí reside la raíz de la crisis. Las rencillas de sus dirigentes no son más que expresiones superficiales en las que se discuten miles de pequeños rencores y ningún programa económico alternativo. El respaldo del que goza Sergio Massa, transformado en un Bonaparte de una suma de debilidades es una muestra de esta realidad.   

El sociólogo Juan Carlos Torre afirmó alguna vez que “uno podría decir que en el peronismo hay un alma permanente y un corazón contingente. El alma permanente está alimentada por principios rectores que hacen a los valores tradicionales del peronismo, como el nacionalismo, el estatismo, la justicia social, la protección social... Sobre ese telón de fondo, la conducción del peronismo se sintoniza con el clima de época bajo la inspiración de su corazón contingente. Sea porque ese clima de época se eclipsa, sea porque se cometen errores políticos, la estrella de ese peronismo contingente puede perder su brillo. En estas condiciones, se activan los reflejos del peronismo permanente para ofrecer una nueva oferta a fin de continuar en carrera y seguir siendo el partido predominante en Argentina”. Puede ser que haya sido esa la dinámica hasta hoy, pero los resultados ponen en cuestión si al peronismo le puede volver el alma al cuerpo.

El pasado por delante

Hace una vida, allá por el año 2013 se publicó un número doble de la revista El Ojo Mocho (segunda época). En la sección Diálogos, los editores entrevistaron a Nicolás Prividera, director de cine e hijo de desaparecidos. Todos —cada uno a su manera— adherían políticamente al kirchnerismo y debatían sus perspectivas.

Se preguntaban si el “sciolismo” (Daniel Scioli asomaba como posible candidato) sería “el fin del kirchnerismo”. Especulaban si todavía era posible superar al PJ tradicional como estructura de poder. Debatían en torno a la vieja transversalidad cuando Prividera afirmó: “Yo creo que el ala izquierda del kirchnerismo sigue soñando con salirse del PJ, pero el ala derecha los convence, quizá con razón, de que las condiciones objetivas no están dadas. Lo que es un gran problema porque a partir de ahí no se puede sino retroceder: o sea, el peronismo se termina de comer al kirchnerismo”. Destacaba la paradoja de que “el mejor fin posible del kirchnerismo en términos institucionales, tal vez sea políticamente el peor. Pero si se diluye en el sciolismo habrá demostrado que era sólo una astucia más de la razón peronista”.

Aseguraban que las divergencias y convergencias entre Mauricio Macri y Scioli eran comparables a las que existían entre el demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney porque “siempre va a ser menos brutal el moderado, aunque más no sea para guardar las formas de las veinte verdades o porque no va a poder ir para atrás con todo”.

Con agudeza analítica, el cineasta alertaba sobre el riesgo del posibilismo que al “final puede ser lo que termine siendo su gran derrota histórica: encarnar finalmente una izquierda peronista institucionalizada. Porque tal vez el sciolismo no retroceda tanto, lo que demostraría que este Gobierno no fue tan a fondo”.

Finalmente, ante la afirmación de uno de los editores que aseguraba que si el kirchnerismo no rebasaba al peronismo tradicional podía terminar muriendo, Prividera respondió con un pronóstico temerario, pero real: “No, no, va a ser peor que terminar muriendo: va a ser un muerto vivo dentro del peronismo.”

Altri tempi diría la vicepresidenta, pero más allá de los ritmos, la discordancia de los tiempos y los nombres propios, las reflexiones mantienen una perturbadora actualidad.

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