Antes de llegar a la menopausia no leía revistas para mujeres. Mucho menos publicaciones para profesionales de la medicina, la psicología y otras terapias alternativas y complementarias que se ocupan del tema. Ahora sí. Cualquier revista digital o blog que se me pone enfrente. En realidad, los busco. Para ver si alguno me aclara algunas cosas de la larga lista de síntomas que pueden aparecer entre los 50 y 65 años. A veces, antes. Algunos ya los tuve y se fueron, otros los tuve y sigo teniendo. Los demás, los presiento.
Las mujeres viven más que los hombres y una tercera parte de su existencia la pasan bajo el influjo de la menopausia. En Europa –donde las estadísticas se encuentran con cierta facilidad– la esperanza de vida era, en 2013, de 83,3 años para las mujeres y 77,8 años para los hombres; con el siguiente dato revelador: entre 2002 (el primer año con información disponible para los Estados miembros de la Unión Europea) y 2013, la esperanza de vida aumentó 2,4 años para las mujeres. Se sabe que la expectativa de vida sube; pero ¿la calidad de vida acompaña ese crecimiento, sube en igual medida?
Según la Sociedad Europea de Menopausia y Andropausia (EMAS), en 2020 había 985 millones de mujeres en el mundo con una edad de más de 50 años. Para 2030 se proyecta que habrá 1000 millones, y que serán 1650 millones en 2050. Si bien la OMS (Organización Mundial de la Salud), en un estudio realizado en 1981, decía que el 80% presenta algún síntoma menopáusico, lo inexplicable es que se estima que el 70% llega a esa nueva etapa sin la información suficiente para comprender de qué se trata, ejecutar un plan de prevención y ocuparse de su salud.
Existen varios test que surgieron —especialmente en países desarrollados y a partir de los años 90— para ser utilizados por los médicos en las consultas con sus pacientes y así poder diagnosticar con mayor precisión el impacto de la menopausia en cada mujer. Sin embargo, no parece ser una práctica habitual. ¿Alguien escuchó ha- blar alguna vez de la Escala climatérica de Green o de la MRS (Menopause Rating Scale)? No son los únicos disponibles. En las revis- tas científicas se mencionan también el Índice de Blatt-Kupperman, el Women Health Questionnaire (WHQ), la Menopause Quality of Life (MENQOL), la Utian Quality of Life Score (UQOL), la Escala de Cervantes. El conocimiento ha quedado –y parece seguir que- dando– en el ámbito de los especialistas, sin saltar a la parte del mundo donde habitan las personas comunes que deberían ser los y las destinatarias de esa información.
De todos, el de Green es el que se señala como el más utilizado en la clínica médica para detectar los síntomas y evaluar –profesional y paciente de manera conjunta– los tratamientos y acciones posibles. El cuestionario incluye veinte preguntas en total: once sobre síntomas psicológicos, siete sobre alteraciones físicas y dos específicamente sobre el sistema vasomotor (ya que está comprobado que los síntomas más precoces y comunes son los sofocos y sudoraciones).
Al leer las veinte preguntas algo parecido a un manto de alivio desciende trayendo cosas buenas. Cambian los colores, el aroma, la temperatura. Como si entender activara los sentidos espantando la apatía: la Escala de Green revela que ese estado náufrago y viciado de acontecimientos incomprensibles en el que existí tiene nombres y un orden y se clasifica y puede expli- carse. Es un regocijo de redención. La lectura en voz alta de todo lo que puede llegar a sentirse une las partes de un saber fraccio- nado, nombra con precisión un cóctel de síntomas que conozco, una suma de cosas que me convirtieron en una persona extraña- da de los demás, una extraña de mí. Leo en voz alta las veinte preguntas como si fueran la confirmación de una fe, una fe que dice: esas rarezas son síntomas identificados, no solo a mí me pasa. ¿Su corazón late fuerte y rápidamente; se siente tensa o nerviosa; tiene dificultades para dormir; está excitable; tiene ata- ques de ansiedad o de pánico; dificultad para concentrarse; se siente cansada o sin energía; pierde el interés en la mayoría de las cosas; se siente infeliz o deprimida; le dan ganas de llorar; está irritable; se siente mareada o débil; siente opresión en la ca- beza y entumecidas algunas partes del cuerpo; tiene jaquecas; siente dolor muscular y en las articulaciones; sufre pérdida de sensación en manos y pies; dificultad para respirar; bochornos (calores); transpira por la noche; ha perdido el interés sexual?
Cada pregunta admite como respuesta: en absoluto, un poco, muy variable, en extremo. El test me hipnotiza. Todo está ahí. Si alguien me hubiese hecho este cuestionario a tiempo, tal vez, no tendría que haberme convertido en una autodidacta desesperada. No hubiese tenido que transitar el aprendizaje en soledad, casi disuelta.
Pero no me alcanza con una sola versión. Necesito chequear con otro test. Y ahí está la Menopause Rating Scale (MRS). Los síntomas divididos en tres categorías: somático-vasomotor, urogenital y psicológico, y detectables a través de once preguntas: 1) ¿ha sentido bochornos o sofocos, sudoración; 2) latidos atípicos del corazón, palpitaciones, opresión en el pecho; 3) dificultad para conciliar el sueño, para dormir toda la noche; 4) se ha sentido deprimida, decaída, triste, a punto de llorar, sin ganas de vivir; 5) se ha sentido tensa, rabiosa, intolerante, que explota fácilmente; 6) angustiada, temerosa, inquieta, propensa a sentir pánico; 7) ha tenido una disminución general del rendimiento, olvidos frecuentes, falta de memoria, le cuesta concentrarse; 8) ha sentido cambios en el deseo sexual, tiene una menor frecuencia de relaciones sexuales, una menor satisfacción sexual; 9) orina una mayor cantidad de veces, siente urgencia de orinar, se le escapa la orina; 10) tiene sensación de sequedad en los genitales, malestar o ardor en los genitales, malestar o dolor durante las relaciones sexuales; y 11) tiene dolores de huesos y articulaciones, dolores reumáticos?
Cada pregunta admite cinco grados de severidad a los que se les asigna un puntaje: asintomático (0), leve (1), moderado (2), severo (3) e intenso (4). El diagnóstico se desprende del puntaje total revelando según el nivel de intensidad de los síntomas: asintomá- tico o escaso (de 0 a 4), leve (5 a 8), moderado (9 a 15), y grave (más de 16 puntos). Respondo, anoto, calculo, sumo. Una autómata trasnochada confirmando lo que ya sabe. Quisiera rodearme de mujeres asintomáticas, quisiera oírlas, mimetizarme con ellas. Al menos dejar de ser, por un rato, la de más de 16 puntos.
Hay una idea en un cuento de Alice Munro a la que siempre llego cuando pienso en el mundo de la desinformación, en quién será el beneficiario de tanta ignorancia. El personaje, una joven mujer que está construyendo sus convicciones, se da cuenta de que las cosas que ella piensa son ignoradas por su entorno por- que, dicen, no les sirven. Entonces, iluminada por la claridad de la candidez que no debería apagarse jamás, la mujer joven re- flexiona. Dice que, por ejemplo, a ella el álgebra no le sirve para nada pero que no por eso quiere que desaparezca del mundo. A veces, siento que la palabra menopausia ha sido erradicada del mundo, que a nadie le interesa demasiado lo que le sucede a gran parte de los 985 millones que vivimos bajo su influjo.
¿Qué hubiese pasado si además de los test que inundan los medios –gráficos, televisivos, radiales, las redes sociales– sobre el amor, las dietas, los celos, las adicciones, las vacaciones, las mascotas, las preferencias políticas, etcétera, me hubiese topado con un cuestionario sobre menopausia? Un test de alerta (todo esto me puede pasar) o de alivio (esto que me está pasando tiene nombre y hay formas de actuar para modificarlo). Qué pasaría si las políticas públicas se ocuparan de brindar información fidedigna, actualizada con los últimos descubrimientos y recomendacio-nes, sin sesgos comerciales, si hicieran que llegara hasta los luga- res más remotos, a todas las mujeres sin importar su condición social, su educación, atendiendo las dificultades para el acceso al conocimiento y el cuidado de la salud física y mental.
Me pregunto si haber conocido el contenido de la Escala de Green o cualquier otro test me hubiese permitido enfrentar mejor estos últimos años. Me pregunto, una y otra vez, a quién le servirá tanta ignorancia. Si es error, omisión, si es una estrategia, si es intencional o si, como dicen algunas entrevistadas, es una adaptación al deseo del consumidor: las mujeres –en especial las argentinas– no quieren oír hablar del tema, no quieren darle entidad. O si es, como dicen mis hijas –la menor tiene más de veinte y la mayor más de treinta años–, que solo me miro el ombligo. Que el desinterés por las mujeres se da en todas las etapas de la vida. Que yo solo me ocupo de esta parte porque es «la que me pegó mal».
MY