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Vaticano

Murió Francisco, el jesuita argentino que reconcilió a la Iglesia con sus fieles

Murió el papa Francisco a los 88 años

Natalia Chientaroli / Jesús Bastante

21 de abril de 2025 05:32 h

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Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa jesuita, el primer pontífice argentino y latinoamericano, murió en Roma este lunes. El Pontífice se recuperaba de la neumonía bilateral que los médicos le detectaron después de que ingresara al Policlinico A. Gemelli el viernes 14 de febrero, aquejado de una bronquitis persistente. A sus 88 años, Francisco cumplió 12 años como jefe de la Iglesia católica el pasado 13 de marzo.

La infección respiratoria por la que fue hospitalizado, que repetía un cuadro similar sufrido dos años antes, fue complicándose con los días hasta desembocar en una neumonía que afectaba a los dos pulmones y que se vio agravada por los problemas de salud que llevaba tiempo arrastrando. A esto se sumaba que una grave infección ocurrida en su juventud había obligado a extirparle en 1969 parte del pulmón derecho, lo que podía afectar a su capacidad respiratoria. Parecía haberse recuperado, aunque con dificultad, e insistió en aparecer en algunos de los actos previstos para la Semana Santa. Una de sus últimas imágenes públicas fue durante la bendición Urbi et Orbi, poco después de reunirse con el vicepresidente de Estads Unidos, JD Vance.

El Papa fallece en mitad del Año Jubilar de la Esperanza, y en un momento de gran exposición pública, en el que había decidido posicionarse como líder global frente al discurso antiderechos de la segunda administración Donald Trump en Estados Unidos. De hecho, una de sus últimas decisiones fue enviar una carta a los obispos estadounidenses para que encabezaran la resistencia a las deportaciones masivas de migrantes que comenzaron a producirse en ese país por orden de la Casa Blanca.

La muerte de Francisco abre una crisis de difícil resolución en la Iglesia católica, sin candidatos claros a continuar su operación de reforma de la institución, y con un fuerte movimiento restauracionista, es decir, de retroceso. Las reformas emprendidas por Bergoglio en el Vaticano, como la búsqueda de transparencia y lucha contra la corrupción, la revisión del papel de las mujeres en la Iglesia o la acogida a las personas LGTBIQ+ o a los divorciados le valieron una fortísima oposición de los sectores ultraconservadores en el mundo y en el propio Vaticano.

A diferencia de lo sucedido con la muerte de Juan Pablo II –cuya agonía se vivió durante semanas, y fue sucedido por su relevo natural, Joseph Ratzinger– y del propio Benedicto XVI, quien renunció al cargo en una decisión histórica, pero que permitió algo de tiempo para que los cardenales pudieran ponerse de acuerdo antes de entrar en cónclave, en esta ocasión nadie esperaba el fallecimiento de Francisco, que muere dejando abiertas muchas incógnitas, y sin que haya consenso sobre su sucesor. 

El jesuita que reconcilió a fieles con la Iglesia

Eligió llamarse Francisco el 13 de marzo de 2013, pero había nacido Jorge Mario Bergoglio 76 años antes, el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en Buenos Aires. “Ustedes saben que el deber del cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”, soltó el argentino a la multitud fervorosa agolpada frente al balcón papal. Esos dos detalles de su primer día al frente de la Iglesia católica, vistos a la distancia, marcaban ya la línea por la que caminaría su pontificado. Un nombre que remite a Francisco de Asís, el santo pobre, el amante de la naturaleza, y una broma que resumía la sorpresa de su elección y su excepcionalidad: el primer Papa latinoamericano, el primero jesuita. Un pontífice que llegaba desde el Sur global y conquistaba San Pietro con una sonrisa.

Se fue de la misma manera, a los 88 años. Bromeando casi hasta el último día sobre la impotencia de aquellos que le deseaban la muerte. Que no eran pocos. Algunos incluso lo hacían abiertamente, para “salvar” a la Iglesia de sus impulsos refromistas. Otros, más sibilinos, llevaban casi desde su nombramiento preparando el terreno para reemplazarlo por alguien en línea con el sector más conservador de una institución con casi 1.400 millones de creyentes, alrededor del 18% de la población mundial.

Durante sus casi 12 años de pontificado, Francisco promovió la reforma de la Curia Romana bajo la bandera de la lucha contra la corrupción y la falta de transparencia, dos grandes males que aquejaban a una Iglesia en progresiva desconexión con sus fieles. También impulsó una visión más inclusiva, abriendo las puertas a divorciados y personas LGTBIQ, y pensando un nuevo y más relevante papel para las mujeres. De hecho, uno de sus últimos nombramientos fue el de una monja, sor Raffaella Petrini, al frente de la Gobernación vaticana. Encontró resistencia a cada uno de estos movimientos. Sus enemigos incluso intentaron utilizar a su antecesor, Benedicto XVI, que renunció al cargo pero siguió viviendo en el Vaticano, para intentar frenarlo.

Francisco dejó clara desde el principio su idea de una Iglesia más simple y al servicio de los más necesitados, con gestos concretos como el lavado de pies a prisioneros y refugiados, su apoyo a los migrantes y su llamado a una “Iglesia en salida”. Su encíclica Laudato Si marcó un hito en la conciencia ecológica de la Iglesia, instando al mundo a cuidar la “casa común”. 

Enfrentó resistencias dentro de la Iglesia por su apertura en temas como la pastoral para personas divorciadas y la comunidad LGBTQ+. También tuvo que lidiar con la crisis de los abusos sexuales, promoviendo medidas más estrictas contra la pederastia clerical. Medidas que no han sido siempre bien entendidas en el interior de la institución. Así, fueron famosas las ‘dubia’ de varios cardenales tras los pasos dados para permitir comulgar a los divorciados, que se multiplicaron con otra serie de temas, desde la convocatoria de un Sínodo en el que, por primera vez, las mujeres y los laicos tuvieron voz, y voto, la ordenación sacerdotal de mujeres o encíclicas como Fratelli Tutti, la primera dedicada no sólo a los fieles católicos, sino a toda la humanidad.  

Junto a su liderazgo en la Iglesia, Francisco se convirtió en una voz moral en la escena global, con llamamientos claros contra la “tercera Guerra Mundial a pedazos”, que visibilizó en Ucrania o Gaza, su petición de desarme global, su lucha contra el hambre o la denuncia de las injusticias del capitalismo, lo que le valió el título de “Papa comunista”. En sus últimos momentos, Bergoglio se erigió como el mayor crítico de la política de deportaciones lanzada por Trump. Un papel que, tras su muerte, queda huérfano.

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