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IMPRONTA

Chapadmalal, donde los surfers sueñan con olas de izquierda

Chapadmalal, donde los surfers sueñan con olas de izquierda

Julia Narcy

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Estoy en la arena, sobre una lona, leyendo boca abajo. Veo pies y piernas que pasan en diagonal delante de mí. Pasan tablas de surf cargadas por sus dueños. Estoy en Chapadmalal, la capital de las olas surfeables de la Argentina. Ese deporte se concentra acá, y en algunas otras playas del sur de Mar del Plata. El balneario Luna Roja, donde paramos con mis amigas y mis dos hijos, es un clásico de ‘Chapa’. A diferencia del resto de la costa argentina donde las olas rompen derechas, acá la orientación al suroeste genera un tipo de ola ‘de izquierda’, soñada por muchos surfistas. 

Es un balneario que ya tiene unos 40 años, pero esta temporada el aspecto del restaurante dejó su impronta ochentosa y fue remodelado por Ailín, una chica de Belgrano que se dedica al diseño de ropa, accesorios y espacios y que trabajó y viajó por el mundo buscando olas y buen vivir. Durante la cuarentena acondicionó junto a su novio chef un colectivo escolar transformándolo en una casa de estilo folk sobre el acantilado, con vista al mar. Ailín camina por el restaurante con su pelo largo y rubio, con vestidos de seda india y una gargantilla enorme, siempre seguida por su perro. Los mozos corren entre las mesas, la terraza y la caja y ella se mueve espléndida, lenta y sonriente. 

Es el bar más canchero de la ciudad balnearia, lejos. Tiene una carta veggie y está auspiciado por Corona.

Acá no se concentran familias, como en Gesell, Mar de las Pampas o San Clemente. Mi hija de 12 y mi hijo de 7 no tienen con quien jugar. Buscan piedras, se meten al mar cerca de la orilla con cuidado: el mar siempre tiene la bandera de precaución, peligro, dudoso. Es el balneario de los jóvenes. Las pocas familias que hay las reconozco enseguida y de lejos porque son los que traen sombrilla, reposeras y heladerita o paran en las carpas del balneario. Los grupos de pibes, en cambio, se tiran en lonas o toallas, y si traen heladera es para enfriar la cerveza, el vino blanco, la ensalada y los sándwiches y hasta el champagne.

Los jóvenes se exhiben, las familias se esconden en las carpas. Los jóvenes no usan barbijo, la gente mayor sí. Los jóvenes se juntan en grupos grandes, las familias no. La juventud parece haber elegido este lugar porque casi no hay indicios de la pandemia. Pasean con sus trajes de surf hasta la cintura como centauros de mar. Panzas chatas, colas sin celulitis, tetas turgentes, bíceps como piedras, desfilan entre un público deseante de distracción y encuentro. 

A finales del siglo XIX, Chapadmalal era una estancia de la familia Martínez de Hoz, que construyó su castillo inglés en 1906, y otro casco de estilo colonial con un haras de pura sangre unos años más tarde, cuando entre los herederos repartieron sus miles de hectáreas. Los dos cascos de aquella antigua estancia que fue Chapdamalal cuando la montaron los Martínez de Hoz se mantienen todavía, pertenecen a otras familias de la oligarquía bonaerense y el colonial “Santa Isabel” es un espacio para eventos que convive con la bodega Costa y Pampa, de Trapiche, productora de vinos de gama media y alta. 

La familia Martínez de Hoz explotó esta tierra durante la primera mitad del siglo XX. En 1910 se inauguró la estación de tren que une Chapadmalal con Mar del Plata y eso le dio un impulso mayor a la producción agrícola y ganadera. En la década de 1930 y después de la crisis mundial, los herederos de la familia que construyó su fortuna contrabandeando esclavos y bienes durante el virreinato tuvieron que lotear la estancia para convertirla en chacras más pequeñas. Llegaron otras familias amigas al que, años después, se convertiría en el actual pueblo de Chapadmalal.

Fue recién en la década de 1940 cuando Chapadmalal fue imaginada por primera vez como ciudad balnearia. En 1945, durante el gobierno de Edelmiro Farrell, se anunció el proyecto. La Unidad Turística (UT) Chapadmalal fue una colonia de veraneo destinada a empleados públicos y sindicatos. Se utilizaron para eso tierras fiscales y un año después, se expropiaron unas cuantas hectáreas a la estancia de Martínez de Hoz para el programa Hoteles y Colonias, bajo la dirección del ministro de Obras Públicas, general Juan Pistarini. 

En 1948, el complejo pasó del Ministerio de Obras Públicas a la Fundación Eva Perón y se amplió el beneficio del turismo a niños, adolescentes, discapacitados y ancianos sin recursos de todo el país. Sobre los acantilados y con una vista increíble a la costa, se construyeron 9 hoteles, 19 bungalows, una estación pluvial, una usina, una central de agua y energía eléctrica, depósitos, enfermería, un destacamento policial, una capilla y un edificio destinado a la administración. También se abastecía con quintas, corral y matadero de animales propios. 

En turnos rotativos de 6 días, llegaban a la colonia contingentes de miles de personas entre octubre y abril. Un monstruo del bienestar social construido con materiales traídos de Europa, levantado en pocos años por obreros argentinos e inmigrantes que además poblaron la zona. Una ciudad balnearia de estilo pabellonario para que los pobres vieran por primera vez el mar. Preparada para recibir 6000 personas, atendida y cuidada por 650 trabajadores, llegó a ser en su época de esplendor el segundo complejo vacacional del mundo después del alemán PRORA. Esta propuesta de promoción turística estatal alentó a sectores de la clase trabajadora a construir sus propias casas de veraneo en Chapadmalal en un ambiente agreste que no cambiaría demasiado en 80 años.

Durante la última dictadura el complejo se desfinanció, se despidieron trabajadores y entró en una decadencia que abrió las puertas al vandalismo. Mantener ese monstruo bien alimentado se volvió contradictorio con un Estado que fantaseaba con aniquilarlo. 

Con la vuelta de la democracia se activó gradualmente el turismo social. En los 90 se creó en la Unidad Turística el museo Eva Perón, con muestras del apogeo del complejo rescatadas, y se promovieron actividades deportivas que intentaron darle vida a un fósil simbólico imposible de esconder. En 2013 la UT fue declarada Patrimonio Histórico Nacional.

Hoy la UT depende del Ministerio de Turismo de la Nación. Dos de sus 9 hoteles están activos para el turismo popular, otros dos habían sido concedidos por Patricia Bullrich a Gendarmería Nacional en una resolución que fue revocada este año, y un quinto es administrado por un equipo de rugby. Los demás hoteles son ruinas que huelen a pis y alojan palomas que construyen alfombras con sus excrementos. La estructura se sostiene con paredes sin ventanas ni puertas, huecos enormes que enmarcan la vista al cielo y al mar. La presencia de ratas no se ve se siente, como se siente el fantasma de lo que alguna vez fue una fuerza vital. Los árboles y arbustos del terreno inmenso resisten, como el lago y la ermita, como algunos trabajadores que son hijos y nietos de aquellos del esplendor peronista, que cuidan el predio con la impotencia de saber que con ellos solos no alcanza, que la inclusión a través del turismo ya fue. Hoy el atractivo de Chapadmalal está en las playas cancheras que interrumpen el campo y sirven de pasarela para un sector social que necesita verse y mostrarse. En la costa, bajando los acantilados al borde de la ruta 11, pasa una película que dejó el siglo XX atrás. 

Hay una chica con su novio justo en frente de mí. Tiene rastas, una bikini roja que le queda perfecta. Es como un maniquí encerado que se mueve. Se mueve poco. El novio se para, se sube el cierre del traje, agarra su tabla y se va al mar. Ella saca su celular de inmediato. Lo entierra a penas en la arena para que quede en posición vertical. Lo pone en modo selfie. Se acomoda el pelo, lo distribuye alrededor de sus hombros, los decora con cuidado de no taparlos. Pone el temporizador de la cámara y posa, clava los puños en la arena y acerca el pecho a la pantalla, la cámara dispara. Repetirá esta secuencia 10 o 12 veces hasta que le parezca bien, hasta que se guste del todo. No sale el mar en la foto. No entra en cuadro porque ella lo ocupa entero.

En la playa todos se conocen y se saludan. La tonada con la que hablan delata que son porteños y de lo más cheto del conurbano norte. También hay marplatenses que escapan a la acumulación pegajosa de balnearios y buscan la semi-exclusividad que asegura Chapadmalal: los acantilados, que interrumpen la costa y separan un balneario de otro con una buena distancia. 

Pasando Luna Roja, en dirección a Miramar, está Cruz del Sur. El restaurante no tiene la onda del anterior, y es carísimo. Pero en Cruz del Sur está la élite que fundó Chapadmalal. Parece una sucursal multimarca de Punta del Este: chicas espléndidas de rubios casi blancos y bronceado cuidado, señoras esbeltas tapadas con camisas de lino y capelinas, señores delicados que leen en las carpas. No hay ostentación, acá vibra el lujo de lo simple, la belleza de linaje, la comodidad de lo ya conocido hace mucho tiempo.

En el verano de Chapadmalal del 2021 las familias patricias tradicionales -los Zorraquín, los Bullrich, los Martínez de Hoz, los Bemberg- se cruzan con la nueva élite, con los hippies chic de Buenos Aires, con los herederos de las primeras casitas de veraneo que surfean desde chiquitos, con los progres que quieren tranquilidad y swing y con las huellas del bienestar social. 

El paisaje de Chapadmalal mantiene la esencia del campo pampeano: terrenos grandes, calles de tierra, vacas sueltas y montes de eucaliptus, cedros, cipreses, álamos, sauces, olmos, fresnos y robles. El centro es chiquito y modesto: dos almacenes, dos bares de cerveza artesanal, tres restaurantes, una ferretería, una dietética, un bazar, una casa de pastas, un local de surf. Listo. Si hay viento, cosa frecuente, vuela mucha tierra. No hay bares ni boliches abiertos, no hay fiestas, apenas reuniones chicas al aire libre o fogones en los fondos de las casas. “Acá venimos a disfrutar de la naturaleza, si te gusta la joda andá de vacaciones a Mar del Plata”, me dice Luciana, que veranea en Chapa turnándose con sus primos para usar la casa familiar. Los vecinos se oponen al asfalto “porque con el asfalto viene el alumbrado público y con el alumbrado no vemos más las estrellas” dice Leo, el dueño del balneario Luna Roja. Y sí. Las estrellas en Chapadmalal parecen muchas más que en cualquier otro lugar de la costa. Las noches son oscuras. Y si está nublado, completamente negras.

JN

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