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En primera persona

La comunidad judía en Argentina, paralizada: “Si mi hija está en el colegio, no estoy tranquila”

La sede de Núñez del colegio ORT, una de las instituciones elegidas por la comunidad judía

Agustina Said

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Eran casi las 11 de la mañana cuando comenzó a salir en todos los medios y portales la noticia de que habían evacuado la Embajada de Israel y la de Estados Unidos por una amenaza de bomba. Junto a otra amigas estábamos participando de un “amasado de jalá” (pan trenzado) comunitario organizado para promover la unión de “Am Israel” (del pueblo judío) frente a los sucesos de los últimos diez días. No era una iniciativa aislada: desde el ataque terrorista perpetrado por Hamas el sábado 7 de octubre por la mañana, las distintas comunidades judías en Argentina organizaron cadenas de oraciones por los muertos y por los secuestrados –el 10% de ellos argentinos– y juntaron comida y ropa para mandarle a los desplazados de los territorios del sur, entre otras acciones.

Tras la amenaza de bomba, una de las mujeres con la que compartía la actividad llamó rápidamente a su hermano de 16 años, que asiste a la secundaria de la comunidad, a ver cómo estaba todo. Le rogó que se fuera de la institución y le pidió si podía retirar del jardín, que está a la vuelta, a su hija de 3 años. “Me da miedo que esté en el colegio. No me siento segura. Por favor, sácala de ahí”, le dijo Ivana a su hermano. 

El grupo de Whatsapp de mis amigas, la mayoría con hijos en ese mismo colegio, ardía: “Lo voy a ir a retirar ahora”; “Si pasa algo no me lo voy a perdonar, estoy más tranquila si está en mi casa”, eran solo algunas de las frases que se iban lanzando en el chat. Pasaron unos minutos y Jazmin, otra amiga, mandó la foto de un auto, en pleno Libertador y a solo unas cuadras del colegio, con un símbolo en la parte de atrás. “Urgente, ¿de qué es este símbolo?”. Ahí el pánico ya fue total: “Es algo árabe”, me salió responder a mí, a pesar de no tener ni idea de qué representaba esa figura. “Se dirige directo hacia el colegio, llamo YA al DAC –departamento de la AMIA que se encarga de la seguridad– a denunciarlo”, respondió Jazmín por el grupo. 

“Chicas, esperen, es un símbolo budista ese. Miren, es este”, advirtió otra amiga, afortunadamente con mucha rapidez, lo que calmó un poco los ánimos y nervios y previno, ya en este punto, la evacuación de otra institución más en esta mañana soleada de miércoles. 

Es que, seguido a la tristeza profunda, una suerte de “duelo colectivo” que hizo la comunidad judía en Argentina por sus compatriotas –argentinos y no argentinos–  masacrados y secuestrados por Hamas el 7 de octubre, le siguió el miedo. Desde hace unos días, el pánico se apoderó de los más de 300.000 judiós que habitan en la Argentina, la gran mayoría en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. 

El último domingo estábamos con mi marido junto a mi hijo más grande en la plaza del Club de Campo Hacoaj cuando comenzó a sonar una sirena. Empecé a gritarle a mi marido, con lágrimas en los ojos, piernas flojas y el corazón escapando de mi pecho, que vaya a buscar a nuestro bebé, que había quedado bajo el cuidado de la tía, a la casa familiar. Sentía con todas mis fuerzas, invadida por un miedo absoluto, que habían entrado terroristas al club y que iban a ir casa por casa, como lo hicieron en distintos kibutzim del sur de Israel, a matarnos. Mi marido me tuvo que repetir varias veces que el ruido provenía de la sirena de la estación de bomberos voluntarios que se encuentra frente al Club hasta que le creí y me calme. 

En este contexto, mi amiga Ivana, como muchas otras madres y padres, no mandaron a sus hijos al jardín la semana pasada, por miedo a la ola de antisemitismo que comenzó a asomarse como resultado de los ataques terroristas y a tomar cada vez más fuerza tras las duras represalias por parte del gobierno de Netanyahu. 

Al colegio al que asiste mi hijo, ya vallado desde 1994 para prevenir que se estrelle contra el edificio un coche bomba como en el Atentado a la AMIA, se le sumó en los últimos días una segunda valla, formada por bolsas de cemento, lo que hace que el colegio parezca una especie de fortaleza. Los demás colegios de la colectividad tomaron iniciativas parecidas. Ayer desde el colegio Tarbut enviaron un comunicado solicitando a las familias que manden a sus hijos al colegio sin uniforme, por cuestiones de seguridad. 

Desde hace 10 días, todos, o al menos la gran mayoría de los judíos en Argentina tenemos miedo. A pesar de haber estado descansando en nuestras casas tranquilamente esa fatídica mañana de sábado mientras israelíes –en su gran gran mayoría judíos– eran torturados, quemados y masacrados; a pesar de estar hoy a 12.000 kilómetros de distancia del fuego cruzado entre Israel y Gaza, tenemos miedo. Miedo a que se lleven a cabo ataques terroristas en suelo argentino, como lo fueron el Atentado a la Embajada de Israel y a la AMIA, miedo a perder al Estado de Israel, miedo a que suceda otro Holocausto. Ese que, desde chiquitos, estudiábamos perplejos, sin poder entender cómo había sucedido tal genocidio bajo los ojos del resto del mundo. Tenemos miedo de ser judíos. 

AS/DTC

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