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Julia Mengolini: “En algún momento va a volver a estar de moda no ser un hijo de puta”

Julia Mengolini presentó su libro en Bariloche, en el marco del festival NAVE de No Ficción.
7 de diciembre de 2024 00:00 h

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“Yo te dije que alguna vez nos íbamos a reír de esto, ma”, bromea Julia Mengolini frente a un auditorio repleto en el que también está sentada su mamá. El público estalla en una carcajada, quizá por el efecto sorpresa: nadie esperaba que algún implicado en la anécdota que acaba de contar estuviera presente en la sala. Pero ya pasaron ocho años y lo que en un momento generó tensión en la familia Mengolini se convirtió en un gran inicio para uno de los seis ensayos que componen Las caras del monstruo, su primer libro, que acaba de publicar Ediciones Futurock y que ahora la hija famosa del clan está presentando en su Bariloche natal, en el marco del festival NAVE de No Ficción

Sucedió acá, a unos kilómetros, con estas mismas montañas y sus picos nevados de fondo: Julia celebraba su casamiento con Federico Vázquez, su coequiper en Futurock, la radio que por entonces, en plena victoria macrista, acababan de crear junto a Matías Messoulam. El plan era festejar la boda de día, en la naturaleza y en un círculo más bien íntimo; los novios habían invitado solamente a sus familias y algunos amigos cercanos. En algún momento de la tarde, Julia, su flamante marido y el primer cordón de amigos aceptaron la invitación a probar un poco del LSD que alguien había conseguido. El efecto de la pepa fue epifánico: “Nos fuimos poniendo creativos en el festejo sin ninguna inhibición. Las formas que fue encontrando la alegría se expresaron con total libertad. Y se ve que el espectáculo tuvo algo grotesco desde afuera”, narra Julia en el libro. El resto de los detalles se disipó por completo de sus recuerdos, lo que sí le quedó grabado es el momento exacto en que la luces se prendieron, la fiesta se acabó y la pareja fue echada de su propio casamiento. El mood en que los había hecho entrar la droga no sintonizaba con el clima general del festejo y, después de una guerra de almohadas y de escuchar decir a su hija algunas otras incoherencias, los padres decidieron que había sido suficiente. 

Como esta, muchos otros sucesos biográficos de la historia de Julia dan pie a los textos que vertebran Las caras del monstruo, un libro que tiene algo de manifiesto y de ensayo, y en el que se van intercalando también pequeños fragmentos de una bitácora escrita este año, el primero de la presidencia de Javier Milei. La pandemia, el fugaz ascenso de los libertarios al poder, el feminismo, la discusión en Internet, los trolls, el consumo de drogas, los mandatos de belleza, el amor y la militancia son los temas que Mengolini desmenuza, con soltura y desparpajo, y sobre los que ofrece su visión “para compartir algunos argumentos que puedan servirles a otros cuando discuten con el tío facho”. 

–Un libro es siempre un soporte diferido (primero se escribe, se publica meses después) que propone un ritmo muy distinto a la inmediatez a la que venís acostumbrada en la radio y en las redes sociales. ¿Qué te impulsó a escribir estos textos justo ahora? 

–Decir que ‘el libro se escribió solo’ sería injusto conmigo, porque la verdad es que trabajé mucho para que existiera. Pero surgió de un tirón, de una inspiración muy genuina y ganas de sistematizar un montón de discusiones, opiniones que vengo teniendo hace por lo menos veinte años. Discusiones que no son necesariamente ideas cerradas, porque yo soy de cambiar de opinión sobre las cosas, y me interesaba que eso apareciera; que se viera a una persona que está todo el tiempo pensando y va por la vida con una posición tomada, pero que también puede recular. Hay algo de lo diferido que me venía bien pero, sobre todo, el libro es un dispositivo que ofrece una profundidad distinta y otro peso, que permite ahondar un poco más en algunas ideas que, me parece, pueden darles herramientas a otros, ampliar pensamientos, profundizar preguntas. ¿Por qué ahora? Porque de pronto me encontré con tiempo para hacerlo. Y porque, después de muchos años de estar dando vueltas, tenía ganas de juntar todas estas anécdotas e ideas. 

–Casi todos los ensayos que componen Las caras del monstruo están situados en un territorio específico: la facultad, la Legislatura o Twitter Argentina, que también puede pensarse como un lugar. Da la sensación de que tu pensamiento es siempre situado y, si se quiere, muy local. ¿Cambió tu vínculo con Argentina durante el último año? 

Sí, un poco sí. Estoy algo desilusionada, azorada, me está costando reconocer mi país. A la vez tengo que reconocer que evidentemente yo estaba viviendo en un país que no era exactamente el que yo creía que era, y eso me pone en un lugar que me obliga a repensar muchas cosas. Creo que la necesidad de hacer un libro, de volcar en la escritura algunos pensamientos también tiene que ver con eso. De todas formas, no creo que estos textos sean, como decís, solamente argentinos. Hace unos días presenté el libro en España, di varias entrevistas, conversé con un montón de gente y me di cuenta de que lo que nos está pasando no es un fenómeno exclusivamente local. La pandemia es por definición un fenómeno mundial, los mandatos de belleza son absolutamente interculturales. El patriarcado, los trolls y la imposibilidad de discutir en Twitter también son temas universales, aunque en cada región existan particularidades. Me di cuenta estando allá: te vas al Primer Mundo, todo parece re distinto, y al mismo tiempo no lo es tanto. 

– Sin ir más lejos, allá tienen a VOX tocándoles la puerta. 

–Sí, y no son el único país, al menos por lo menos de Occidente, donde hay una avanzada de las ultraderechas. Y eso no puede ser una casualidad. Creo que en muchos casos ese crecimiento tiene causas parecidas, que tiene que haber un factor común. Por eso creo que explicar la llegada de Milei por la inflación… No sé, no es que yo no quiera reconocer que había una crisis económica y política muy profunda. Por supuesto que la había, y por supuesto que también forma parte de la explicación, pero no es la única. Si las nuevas derechas están ganando en países donde no hay inflación, lo que está pasando es otra cosa. Creo, por ejemplo, que la pandemia es un antecedente al que le estamos prestando poca atención, nadie quiere pensar demasiado en eso que pasó. Y sin dudas fue un acelerador de las extremas derechas, que ya existían, pero que encontraron en ese momento histórico un shot de energía insoslayable. 

Las caras del monstruo está lleno de citas a los libros que leíste mientras lo fuiste escribiendo, pero en las notas al pie también mencionás las ideas y reflexiones que antes escuchaste en boca de otros referentes y amigos, como si hubieras querido dejar testimonio de que pensar siempre es pensar con otros. 

Es que me gustaba dar cuenta de eso: cuando uno respeta las opiniones ajenas, primero las escucha, después las repite, después las absorbe y las vuelve propias. Pero acá estaba ante una oportunidad muy concreta de reconocer a la gente con la que fui pensando todos estos años. Por eso me gustaba reconocer las ideas que alguna vez me regaló Luciana Peker, contar cómo me influenció Lohana Berkins, cómo un montón de amigos y referentes que me ayudaron a construir pensamiento. Y hasta me sorprendió pensar la cantidad de gente grosa con la que me crucé en todos estos años y que me ayudó a moldear mi manera de pensar el mundo. 

– Tomar noción del camino recorrido. 

–Por eso me hincha tanto las pelotas cuando en Twitter cualquier troll te contesta con frases del estilo ‘¿Y vos quién sos para opinar de esto?’. Me parece ridículo tener que sacar los pergaminos pero, ¿de verdad querés que te diga quién soy? ¡Hace años que estoy dando vueltas! Soy periodista, abogada, milité, trabajé en un montón de medios, fundé una radio con una comunidad increíble que la banca, escribí un libro… Te puede no gustar lo que pienso, ese es otro tema, ¡pero respetá los rangos! (risas). Cuando a mí me habla Dora Barrancos, yo la escucho. Puedo no estar de acuerdo con algo que ella dice, ¿pero cómo no voy a escuchar? Si yo sé que esta mujer está transitando este mundo hace un montón, que está pensando sobre feminismos hace mil años, que leyó un montón de libros. Y creo que sí: que me importaba que algo de eso, del gesto de reconocer la voz de otros y la influencia que pueden tener en una, también apareciera. 

–La idea de “dar la batalla cultural” aparece de forma rotunda en el libro, ¿no creés que esa noción se volvió, en determinado momento, en contra del progresismo? ¿No es hora de buscar nuevas metáforas? 

–Es un concepto de Gramsci, ¡yo no lo voy a soltar porque al Gordo Dan se le ocurrió que también le gustaba la frase! Todavía me acuerdo de la primera vez que lo escuché. Fue durante una entrevista a Nicolás Casullo para el primer número de Vendetta, la revista que hacíamos con mi agrupación, NBI. Año 2006. La idea de que el kirchnerismo venía a transformar la cultura, que venía a traer una forma distinta de entender el país, a recuperar una autoestima, recién comenzaba a sentirse. Casullo en un momento de la entrevista dijo eso, dijo “hay que dar la batalla cultural” y a mí esa frase me quedó retumbando en la cabeza. Y yo creo que sí, que todavía hoy hay que seguir dando la batalla cultural. Quizá el problema no sea tanto cómo la definimos, sino en qué términos se está dando esa batalla. Porque parecería que ya no importa ponerse a discutir con el otro, sino destruirlo. Y una cosa es confrontar ideas y ver cuál gana, otra es querer aniquilar a tu oponente. Y las ultraderechas siempre hicieron eso, esto no es una novedad de la época: el fascismo también intentó arrebatar ideas. Y nosotros no tenemos el poder económico, tampoco tenemos el poder institucional aunque a veces podamos disputarlo, nosotros no tenemos nada más que nuestras ideas. Cuando nos sacan nuestras ideas no tenemos nada, nos quedamos sin nada. Por eso es importante generar argumentos para defenderlas. 

–En ese sentido, el libro puede leerse como un elogio a la persistencia de ciertas ideas aunque los vientos políticos cambien. En el segundo capítulo, donde repasás tu historia con el feminismo, te peleás con la idea de que “las feministas se pasaron dos pueblos”, por ejemplo. ¿Por qué pensás que tantas mujeres se plegaron a ese discurso y ahora llaman a hacer autocrítica? 

Creo que el feminismo ahora está desdibujado, un poco atontado, en parte porque se nos estuvo echando mucho la culpa. Recién pasó un año del triunfo de Milei, dentro del campo nacional y popular prendió mucho el discurso de que nos pasamos varios pueblos. Es evidente que todavía estamos recalculando. Los momentos de reflujo son muy difíciles, sobre todo después de habernos sentido tan empoderadas porque nuestra militancia logró cosas concretas. Y las logramos hinchando las pelotas, saliendo a la calle. Pienso ahora que los escraches y la cancelación quizá hayan sido parte de esa arrogancia, de esa sensación de poder que se sentía. Porque en un momento sentís que nunca más te va a pasar algo malo, que el mundo es tuyo, que ‘esto ya está’. Y la verdad que no, que no está nada. De repente viene una trompada como la que vino y hacer un análisis de la situación no es fácil. Estamos más inhibidas, en un momento de derrota. Pero la historia de la humanidad es así, es de flujos y reflujos. Ojalá no nos sintamos del todo derrotadas, ojalá no nos volvamos para la casa, porque en algún momento nos va a volver a tocar. No nos tienen que ganar moralmente: en algún momento va a volver a estar de moda no ser un hijo de puta. 

–En uno de los capítulos recordás tu arribo a Nacional Rock y la posterior creación de Futurock junto a Federico y Matías. Pasó casi una década desde entonces, ¿les importa renovar público o captar la atención de oyentes más jóvenes en este momento de boom del streaming? 

–Te voy a contestar exclusivamente por mí. No me interesa demasiado la idea de ‘hablarles a los jóvenes’, no porque no me interesen los jóvenes, sino porque no tendría idea de cómo hacerlo. Sí creo que siempre le hablamos a la generación inmediatamente más joven que la nuestra: cuando estábamos en Nacional Rock teníamos treinti y les hablábamos a los de veinti, ahora pasamos los cuarenta y le hablamos a gente que está en sus treintas. Yo no estoy segura de cómo hacer para llegar a los que ahora tienen veintipocos. Y una cosa es decir ‘pasemos más trap, pongamos a Catriel’, eso está perfecto. Pero tratar de impostar una agenda o un lenguaje joven no me interesa, porque corremos el riesgo de parecer el señor Burns con el gorro de Jimbo. Y si hay algo que siempre nos caracterizó fue hacer la radio que a nosotros nos encantaría escuchar. Siempre fuimos fieles a esa idea, y nos fue bien haciendo justamente eso. 

NL/DTC

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