Partido Pirata: los activistas anónimos que resguardan “bienes digitales” y salvaron el archivo de Télam

Guardan el anonimato hasta niveles inauditos. Son ¿decenas? ¿cientos? ¿miles? “Todavía no tenemos los datos del último censo” responde, irónico, un pirata del otro lado de la única plataforma en la que parecen sentirse a gusto: Telegram. “Pero hay de todo, desde gente de más de cincuenta, pibes de mi edad y mucha gente entre treinta y cuarenta”, arriesga. A veces se encuentran cara a cara en eventos como el Cibercirujeo que acaba de celebrarse hace algunos días. Otros no llegan a conocerse nunca en esta dimensión (la física) pero saben de los demás lo único que les interesa saber: que al otro le importa la libertad, lo colectivo, la protección de lo que llaman “bienes comunes digitales”. Eso construído de a muchos y que debe –sostienen– seguir siendo de acceso libre, público y gratuito. No importa si se trata del conocimiento generado colectivamente y preservado en el portal de Educ.ar, de todo lo publicado por el extinto Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad o –su último gran logro– el archivo de la agencia Télam. Para “les pirates” (como se nombran) hay un acervo cultural que es y debe seguir siendo de todos.   

Son todos y ninguno, cualquiera y nadie. Sombras parlantes que responden a las preguntas sin revelar nunca sus identidades. Tanto que en una conversación de semanas los nombres propios serán no más de dos o tres. Del otro lado habrá siempre un cyborg llamado Kropotkin o un bot de apelativo de René Montes, aun cuando ambos encierren multitudes. “Un cyborg es un organismo cibernético. Es decir, una persona aumentada por la tecnología que permite que múltiples personas estén pendientes de este chat y contesten en forma anónima pero con una identidad colectiva”,  explicarán cuando se pregunte al respecto. 

La aclaración no es casual: para el Movimiento, Partido Pirata o el muy argentino Partido Interdimensional Pirata (cambian de nombre, estrategias y tácticas según el país) no es lo individual lo que cuenta sino la acción colectiva, la única –dicen– que  transforma y asegura que lo de todos siga siendo para todos. Y eso, en un momento en donde cada cosa –desde las semillas hasta las ideas– tiene o tendrá dueño, es potencialmente peligroso. Por eso en los intercambios con este diario, que serán muchos, en distintos días y a las más diversas horas, la mayoría de las veces se conversará con un cyborg que, apenas da la bienvenida y saluda, avisa que usa “pronombres neutros” y pregunta por los propios. Defienden un espacio invisible en donde cada quien se sienta a gusto y pueda conversar en paz. “Además, somos cuidadoses porque sabemos lo que pasa. Incluso hemos entrenado a otras organizaciones en temas de autodefensa digital. Hubo gente que no se cuidó tanto con lo de Educ.ar y hubo algunas indicaciones de riesgo pero se atajó a tiempo la situación”, explica el bot. 

Habla de sabotajes. De los cientos de ataques (cibernéticos, y de los otros) que sufrieron las huestes piratas sólo por haber salido a defender los bienes comunes digitales. Por enfrentar a la motosierra gubernamental con miles de agentes tan efectivos como invisibles. 

El poder de las sombras

Los diálogos serán entonces sí o sí vía Telegram (ninguna de las plataformas comerciales parece ser del agrado de los y las piratas, aún cuando sólo en Twitter tengan más de 9.000 seguidores) y todo –hasta responder algunas pocas preguntas para este medio– se analiza y decide en grupo. Como buenos piratas, su llamado a la revolución digital tiene mucho de provocación (“Apostatemos de las redes sociales de vigilancia masiva”, invitan en X) y funcionan en mini equipos de tres personas llamados, cómo no,  “barcas”. 

Cada barca se dedica a un tema específico (feminismo, ecología, derecho a reparar, transfeminismo, archivo, etc) y todas hacen de la libertad y la defensa de lo público dos de sus banderas más agitadas. Precisamente por eso toda práctica privatista (no tener libre  acceso al código fuente de las tecnologías que utilizamos a diario, por ejemplo, o estar condenados a no poder reparar ninguno de los dispositivos que alguna vez compramos) es para quienes integran este colectivo –y sus simpatizantes en general– poco menos que una afrenta. Algo que va en contra de la idea misma de liberación y comunidad que allá lejos y hace tiempo, en los hipposos tiempos  A.C (Antes del Copyright, antes de que cada computadora y sistema operativo tuviera dueño de una vez y para siempre) era la promesa más sexy de la red de redes: millones y millones de personas conversando, compartiendo libremente conocimientos y aprendiendo juntas. 

El final ya lo conocemos; con los años y la expansión vertiginosa del negocio, gigantes tecnológicos como Apple, Microsoft y Google terminaron apropiándose no sólo de la red sino del cardumen en su interior: los clientes y su activo más valioso, los datos. Frente a esto y desde hace ya varios años (“más de veinte”, arriesgan algunos, recordado al Partido Pirata sueco) distintos grupos comenzaron  a organizarse para escapar de lo que no dudan en llamar “una red de vigilancia global”. 

“Aún no está escrita la historia del PiP en Argentina, pero tiene como mínimo quince años”, explica René, el bot. “El PiP de acá se desvinculó de los partidos piratas europeos cuando se decidió que no se iba a buscar ser un partido electoral”, aclara. Sin embargo, eso no significó en absoluto que renunciaran a la lucha política en el más amplio sentido de la palabra. Al contrario. Hoy hay barcas abordando temas tan diversos como software libre y antipatriarcal, desobediencia cibernética, derecho a la comunicación, artes digitales, cultura libre y mucho más. “Somos un grupo de personas que busca defender la cultura libre en general y que no tiene interés en participar como una agrupación política formal pero sí en proteger los bienes comunes digitales. Eso surge como una reacción a la amenaza de motosierra del gobierno actual”, precisa.

Así fue como, gracias a la acción conjunta y coordinada de decenas de ellos y ellas en Argentina lograron salvar la totalidad del sitio Educ.ar, un proyecto estatal con más de dos décadas de trayectoria y una herramienta indispensable para docentes de todos los niveles. Pero no sólo eso. Hoy en el Archivo Pirata Antifascista se preservan y pone a disposición de cualquiera que quiera consultarlos los archivos de todo lo que ya se borró o corre riesgo de ser borrado. Desde el desaparecido Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad hasta los del Museo Sitio de la Memoria ESMA, todo sigue vivo ahí. “Archivando sitios antes de que sean eliminados” es su divisa.  

Contra el gran borrado

Una semana antes de que Javier Milei asumiera la presidencia, el Partido Interdimensional Pirata lanzó un comunicado que terminó siendo profético.  “Ante la inminente toma del poder de un partido político que se comprometió a desaparecer el Estado, cerrar Ministerios y avanzar sobre derechos adquiridos, consideramos necesario y urgente salvaguardar una importante cantidad de información y recursos contenidos en diversos sitios web del Estado que están en riesgo de ser eliminados”. Para ese entonces, muchos seguían agitando la bandera de la “campaña del miedo” y perjuraban que nada de todo lo que los activistas del PiP ya olían en el aire terminaría por suceder. Hasta que un día acceder al sitio Educ.ar ya no fue posible y el temible cartelito de “En mantenimiento” hizo su aparición. “Nada indicaba que iban a eliminar 20 años de recursos educativos, ESI, memoria, historia y construcción social”, ironizaba en un tweet del 26 de enero Juan P. Romano, uno de los pocos héroes con cara en todo este lío. “Tampoco que Educ.ar iba a desaparecer tan rápido”. 

Y, nobleza obliga, en otro tweet explicaba que “el laburo lo hizo el Partido Pirata, yo nomás redirecciono y guardo una copia para compartir a quien quiera y generar más mirrors”. Así y todo, aquella vez Juan fue la cara visible de algo mucho más grande y recibió piropos de todo tipo y tamaño. Desde “No tenés idea de la inmensidad de lo que acabás de hacer” hasta un simple “Gracias”, la cuenta de Romano explotó de agradecimientos pero también de aprendizajes. 

Para ese entonces el sitio completo ya había sido “backupeado”, “torrentizado” y varios verboides más que daban cuenta de la hazaña. Dos décadas de biblioteca colectiva estaban a salvo. Para eso, el ejército anónimo de sandokanes también había compartido las herramientas y los procedimientos para que cualquiera (incluyendo gente sin demasiado conocimiento técnico) pudiera sumarse a la cruzada.  Convocaba explícitamente a la autorganización y a la preservación de plataformas y materiales, entre otras cosas “proponiendo el/los sitios que consideran importantes para preservar en el Archivo Pirata Antifascista (APAF), generando copias de respaldos de código fuente, archivos y bases de datos de los sitios a los que tengan acceso, aportando recursos varios para el alojamiento de las copias de respaldo e involucrando en lo posible a les trabajadores de sistemas de cada organismo”, entre otras tantas cuestiones. Y así fue: hubo quienes ofrecieron espacio de almacenamiento, otros que crearon sitios espejo y otros más que contribuyeron a su modo con la tarea de preservación. 

Un escudo, un escudo argentino. Por estas horas, quienes quieran acceder al archivo histórico de Télam se van a encontrar con eso: con una corona de laureles y un gorro frigio, una bandera argentina y  un mensaje: “Página en reconstrucción”. El archivo histórico de la Agencia Estatal de Noticias “cuenta con más de un millón de registros”, según precisa Google, pero lo cierto es que hoy todo ese tesoro está fuera del alcance de los internautas. Los casi ochenta años de historia (TELAM fue creada por Juan Domingo Perón en abril de 1945) fueron borrados.  O eso se intentó. Una vez más, el PiP activó a tiempo su operativo de rescate preventivo  y –también por estas horas, como el escudo– se puede acceder al material en el Archivo Pirata Antifascista. 

Como alguna vez aprendimos en la escuela, 451 es, en la escala Fahrenheit, “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama, y arde”. El inicio del fuego. Pero ahora que nuestros libros y lecturas son en su mayoría digitales, los procesos de conservación y rescate también deben ser otros. No habrá que memorizar como en la novela de Bradbury, pero sí que funcionar como malla o “personalidad colectiva”, en palabras del bot René Montes. No es el punto lo que cuenta, sino la red. Esa cuyo centro está en todas partes, y en ninguna.  

FS/DTC