En edades tempranas, a los menores les puede resultar difícil explicar cómo se sienten. Es probable incluso que en muchos momentos lo expresen de forma contraria y que no entendamos qué les pasa. “El desarrollo emocional y el desarrollo del lenguaje no siempre avanzan al mismo ritmo”, explica a elDiario.es Mariana Capurro. Esta psicóloga general sanitaria revela que, especialmente hasta que cumplen siete u ocho años, los menores pueden no saber cómo nombrar sus emociones, y muchas veces el idioma que utilizan es la conducta. ¿Cómo pueden entonces los padres trabajar con sus hijos ese reconocimiento de las emociones desde pequeños? ¿De qué manera validar el mensaje? ¿Qué cambios en el comportamiento se pueden observar si existe algún tipo de desajuste?
Capurro, que también es autora de Permiso para educar (Zenith, 2025), asegura que un problema emocional en la infancia tiene relación con un patrón de malestar que interfiere en el bienestar del niño, en su vida cotidiana o en sus vínculos. “Frecuentemente, estos desafíos emocionales se manifiestan a través de conductas que llamamos ”difíciles“: irritabilidad, impulsividad, aislamiento, rabietas excesivas o regresiones. No obstante, no debemos confundir la expresión con la causa”.
La psicóloga subraya que, en la infancia, los problemas emocionales más frecuentes son la ansiedad, los miedos intensos, la baja autoestima, el enojo desregulado o las dificultades para gestionar frustraciones. Por otro lado, Capurro explica que no solo se trata de identificar y verbalizar una emoción, sino confiar en que el adulto que escucha va a entender y validar el mensaje: “Es un proceso que requiere tiempo, madurez y, sobre todo, experiencias de escucha segura”.
El menor que golpea, grita, desobedece o se aísla puede estar diciendo con su cuerpo lo que aún no sabe expresar con su voz
La especialista en educación emocional sostiene que resulta muy necesario, desde muy temprano, que los adultos pongan palabras a lo que creen que les ocurre a los niños. “El menor que golpea, grita, desobedece o se aísla puede estar diciendo con su cuerpo lo que aún no sabe expresar con su voz ('algo no está bien dentro de mí')”, refiere. Para ella, el 'mal comportamiento' suele ser un intento de adaptación, una búsqueda de regulación o un pedido de ayuda encubierta. “Más que castigar la conducta, necesitamos entender su origen. Los niños no se portan mal, la están pasando mal. Educar también implica tener la sensibilidad de ver el dolor detrás del síntoma”, apunta.
Silvia Álava Sordo, psicóloga sanitaria y educativa, y coautora de Inteligencia emocional en familia (Editorial Síntesis, 2023), añade que no existen las emociones buenas y malas. Prefiere hablar de emociones “agradables” y “desagradables”, ya que considera que todas son necesarias porque aportan información. Y aconseja acompañar a los niños cuando estén transitando las emociones desagradables y dotarlos de las herramientas necesarias para regularlas. Atendiendo a que a la hora de educar no hay reglas exactas, incide en evitar un estilo educativo sobreprotector que pretenda tapar lo que el menor siente, que banalice o que procure evitar situaciones conflictivas porque —como resalta— eso lo deja sin recursos para resolver situaciones propias de la vida.
Atendiendo a que a la hora de educar no hay reglas exactas, Álava incide en que no es para nada acertado un estilo educativo sobreprotector que pretenda tapar lo que el menor siente, banalice o que procure evitar situaciones conflictivas
Favorecer la educación emocional
El desarrollo evolutivo de los niños es clave. Álava afirma que hasta en torno a los tres o cuatro años (cuando empieza a madurar la red de control ejecutivo, hasta los 25), los menores no son capaces de regular sus emociones y necesitan que su padre, madre o profesor esté ahí y les ofrezca apoyo, incluso en muchas ocasiones precisan de contacto físico.
La psicóloga reconoce que es conveniente acompañar con una correcta corregulación, esto es, nombrando la emoción, la causa y una estrategia de regulación. Por ejemplo: “Creo que te enojaste mucho por pedirte que levantes los juguetes para ir a la ducha”; “Pienso que querías seguir jugando”; “¿Qué te parece si la próxima vez te aviso cinco minutos antes para que te despidas del juego?”.
En el caso de que exista mucho estallido emocional –lo que puede llamarse rabieta– y esta sea desproporcionada para su edad o para el problema que a priori acusen, la profesional indica que puede resultar óptima una intervención a nivel psicológico.
La psicóloga reconoce que es conveniente acompañar con una correcta corregulación, esto es, nombrando la emoción, la causa y una estrategia de regulación
Jesús Jarque, pedagogo y orientador educativo, enumera algunos ejemplos de señales de alerta (comportamientos) de problemas emocionales que pueden aparecer en la infancia, que indican una probabilidad de que se está produciendo algún tipo de desajuste en la regulación emocional del menor y pueden requerir derivación a especialistas, entre otras:
- Se vuelve más irritable o sensible sin un motivo aparente.
- Hay un cambio en el comportamiento habitual.
- Dejan de interesarle actividades que antes le resultaban atractivas.
- Comienza a verbalizar valoraciones negativas de sí mismo.
- Empieza a manifestar una responsabilidad excesiva, impropia para su edad.
- Aparecen miedos que antes no tenía.
Este pedagogo perfila que la autorregulación emocional es clave para adaptarnos a la vida social y es efectivo enseñarla progresivamente desde los primeros años de vida. “A lo largo de la infancia y la adolescencia se va trabajando y madurando el lóbulo frontal y, se va adquiriendo la capacidad de autorregularse a lo largo de toda la vida, porque también tiene una parte muy importante de educación y entrenamiento”. Esto, dice Jarque, “no asegura que la adolescencia sea más tranquila, pero al menos se afrontará con un recorrido de aprendizaje emocional que ayudará, y mucho”, manifiesta.
Algunas estrategias que pueden favorecer una educación emocional apropiada en casa y en la escuela, y que también facilitarán afrontar la etapa adolescente son –para Jarque– las siguientes:
- Establecer un vínculo seguro con los hijos: atender todas las necesidades del niño, también las emocionales.
- Ofrecer una narrativa de lo que sucede: los niños necesitan explicaciones, comprensibles, verdaderas y coherentes de los acontecimientos que les afectan emocionalmente o por los que preguntan.
- Experimentar situaciones de aplazar la recompensa: saber esperar y que un objetivo se alcanza cuando se cubren una serie de etapas.
- Tolerar la frustración: comprobar que las cosas no se alcanzan siempre.
- Sembrar la semilla de la empatía: ponerse en el lugar del otro y que conozcan las necesidades y dificultades de otras personas.
- Enseñar habilidades sociales adecuadas.
- Inspirar metas y transmitir valores.
- Ser, como padres, madres o educadores, ejemplos positivos sobre cómo gestionar las emociones.
“Cada niño es diferente, con sus peculiaridades, y en la crianza los padres no pueden regirse por un manual. Tampoco podemos olvidar que la educación emocional debe realizarse de manera colaborativa entre la familia y la escuela”, concluye el pedagogo.