Ensayo general Opinión

Algo más sobre la soledad

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Leo mucho sobre la soledad, y paso muchísimo tiempo sola. Desde que me dedico a escribir más o menos a tiempo completo, casi no veo gente durante el día. Casi no veo gente en situaciones laborales; solo veo gente de noche, gente que elijo. Mucha, es cierto. Veo muchos amigos, amigos viejos y nuevos, hago amigos de diversas intensidades todo el tiempo, pero desde que me levanto hasta las 8 o las 9 de la noche en general no veo a nadie. No tengo hijos, y hace poco más de un año que tampoco tengo pareja. Cuando me separé pensé algo que todavía pienso: la mejor parte de vivir sola es llegar a tu casa y que no haya nadie, o más bien, la certeza de que no hay nadie, el no-miedo a que haya alguien que necesite otra cosa que la que vos necesitás en ese momento, alguien que necesite silencio cuando vos necesitás ruido o que quiera ver televisión cuando vos no querés más contenido de nada. Fuera de eso, no tengo nada en contra de la convivencia, ni en contra ni a favor estrictamente. Son cosas que se hacen y que cuanto más espacio (más plata) tengas más fáciles son, como casi todo.

Los textos que leo sobre la soledad en general tienen que ver con esto de tener o no tener pareja. No los leo a propósito, no es que sea un tema que me interese tanto. Los leo porque me los cruzo, porque creo que esta cuestión de la soledad entendida como un estilo de vida, como una forma distinta de habitar el mundo que la de quienes forman familias, está bastante de moda en distintos circuitos de lectura por los que ando como lectora: la teoría social, el ensayo personal, la ficción contemporánea incluso. Libros que investigan el fenómeno de la gente que vive sola, cada vez más gente viviendo sola; libros como el de Vivian Gornick, La mujer singular y la ciudad, que de alguna manera pintan la aventura que implica recortarse del curso natural de las cosas, ese de casarse y tener hijos, sobre todo si se es mujer y sobre todo si se pertenece, como Gornick, a la primera generación de mujeres en hacerlo más o menos masivamente, más o menos abiertamente. En los cuentos de Hombres sin mujeres de Murakami, libro que volví a leer a partir de la película Drive My Car (que se basa en el primero de los relatos) la soledad aparece siempre cruzada por esta idea de hombres a los que les falta una mujer, pero también de alguna manera vinculada con la dificultad para el encuentro genuino; algo de eso, de la idea de esa dificultad, aparece en muchos planteos sobre la vida alienada en las grandes ciudades. La gente está sola, se dice, como un problema que hay que resolver.

Cuando yo era chica estar sola me parecía la cosa más increíble del mundo y una de las más imposibles. Todavía tengo la costumbre de leer encerrada en el baño, sentada en el piso: no solamente porque vivo en un edificio extrañísimo que solo tiene losa radiante en los baños, sino porque me quedó la sensación (que cualquier persona que tenga una familia grande entiende) de que es el único lugar en el que estás a salvo. Desde chica tuve mi propio cuarto: ni bien mi hermana la menor fue un poco más grande se ve que quedó claro, en mi casa, que la que tenía que dormir sola era yo, privilegio de la mayor, seguramente, pero yo también era la única que lo quería. Mis hermanas se pasaban la una a la cama de la otra de chicas, a veces, cuando mi mamá dormía en la guardia del hospital. Yo jamás lo hice. Solo duermo con gente con la que me acuesto. No necesito ni necesité nunca nada parecido a eso. 

Pero hacía mucho, aunque leo sobre el tema, como dije, y pienso mucho en él también desde que vivo completamente sola, hacía mucho que no leía algo sobre la metafísica íntima de la soledad. Me crucé en la poesía completa de Philip Larkin con este poema, lo traduzco sin corregir:

Deseos

Más allá de todo esto, el deseo de estar solo:

Aunque el cielo se oscurece de tarjetas de invitación

Aunque seguimos las instrucciones impresas del sexo

Aunque la familia se fotografíe bajo el mástil:

Más allá de todo esto, el deseo de estar solo.

Debajo de todo eso, corre el deseo del olvido:

A pesar de las tensiones ingeniosas del calendario,

El seguro de vida, los ritos de fertilidad agendados,

La aversión costosa de los ojos a la muerte:

Debajo de todo eso, corre el deseo del olvido.

Otros poemas de Larkin hablan de lo mismo. “La soledad clarifica”, dice en otro verso. Recuerdo dos cosas: primero, la vez que hablé con Vivian Gornick y le pregunté sobre esa vida de mujer singular en la ciudad, de mujer impar, en realidad, que es como yo hubiera traducido The Odd Woman and The City, y me dijo que lo único tenía para decirme al respecto era que sus amigas casadas a veces dudaban de sus vidas, y ella jamás dudaba de la suya. Lo segundo: el otro día hablé con una mujer hermosa, aclaro que es hermosa porque siento que suma algo a la historia y al modo en que yo la recuerdo, aunque no sé bien cómo. Hablé con una mujer profesionalmente hermosa que me dijo que extrañaba no poder pagar internet en el celular cuando viajaba, seguir pendiente de las redes sociales cuando viajaba. Le dije que suponía que lo que extrañaba era la soledad, que el problema de las redes sociales es ese, no que te dejan solo, sino que no te dejan solo ni cuando deberías estar más solo, dando vueltas en una ciudad en la que nadie te conoce y nadie puede verte. Recuerdo esas dos cosas y pienso otra: que en casi todos los libros y artículos que leo sobre la soledad como problema aparece la idea de que en el fondo, lo que anhelamos es la compañía permanente, estar siempre rodeados de personas que nos tranquilicen. Y que Larkin es la primera persona que leo en afirmar —porque la poesía es como la filosofía y como la profecía, la poesía no es ficción: lo que dice lo afirma en un sentido fuerte— lo contrario, o casi lo contrario: que detrás de la ansiedad que nos empuja a llenar la agenda social lo que hay es un deseo incomprensible e inquebrantable de que el mundo se olvide de una. 

 TT