Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
Juan Manuel Strassburger, el puente generacional
El rock siempre fue su faro. No es difícil imaginar al adolescente Juan Manuel Strasburger (Seúl, 1977) –que cursa la secundaria en el colegio San Román (sí, el mismo al que fueron Luis Alberto Spinetta, Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari)– estar cooptado por la magia de las canciones, por las historias detrás de las canciones. Todo a través de ese Google antes de Google que era la memoria del entusiasta, del fan. No por nada su segundo y último libro misceláneo, Tu ídolo es mi ídolo (Qeja ediciones, 2024), hospeda dos veces en su título una palabra tan cara al imaginario del rock.
Aunque también el pop fue su norte. “El rock fue de temprano importante en mi vida, pero también el pop. Recuerdo ser niño en los 80, tener siete u ocho años, y fascinarme mucho con ”Material Girl“ de Madonna y con todos esos temas de la época: ”Bette Davies Eyes“, ”Tarzan Boy“, ”Africa“, ”Girls Just Want to Have Fun“, que me despertaban una atracción inmediata, como de encantamiento, de flautista de Hamelin. Tengo esta imagen: estar solo, en mi casa, prender la radio y literalmente ponerme a bailar durante media hora o más al son de esos hits de los 80 que me arrebataban completamente. Hay gente a la que la música le afecta más hondamente que lo usual y yo me considero una de ellas”, dirá en algún momento de nuestra conversación.
Esa afectación que no es afectada, sino política –si pensamos en su participación en un libro como A la intemperie - Diálogos con Jorge Rulli y Julio Bárbaro sobre una vida en el peronismo (Ciccus, 2022) que firmó con Carlos Mackevicius y Tomás Richards; o sus incursiones en distintos programas de streaming de actualidad en los que habla de política con la misma pasión que pone al escribir de Jonathan Richman o Francisco Bochatón– lo ha hecho un protagonista al margen –pero no marginal– de cierta interpelación a la realidad argentina. Una forma de intervención también.
Strassburger nace en Seúl (Corea del Sure) cuando una revista como Expreso Imaginario cumplía un año de vida. De niño vivirá en Bogotá (Colombia) y en Tegucigalpa (Honduras) por cuestiones laborales de su padre (diplomático). A los quince años, con unos compañeritos del colegio, le hacen una entrevista al líder de los Ratones Paranoicos, Juanse. Además, a esa edad también se plantará frente a unos muchachos mayores y pondrá en el tapete su saber sobre la discografía de David Lebón. En su educación sentimental se cruzarán MTV y la Rock and Pop, el suplemento Sí! de Clarín y revistas como Revolver y Los Inrockutpibles. Además, la lectura ferviente en esos tiempos de la poca pero nutritiva historiografía del rock producido en nuestro país.
Por eso necesitábamos conocer cómo ese muchacho se incorporará al universo del rock, y terminará moldeando un puente entre las voces y las firmas del periodismo en eso días y las que estaban por venir y hoy producen la literatura del rock que supimos conseguir.
- Si no hubieses entrevistado con tus compañeritos de secundario a Juanse, ¿serías periodista de rock?
- Igual hubiera querido ser periodista de rock. ¡Era algo que ya venía madurando bastante fuerte en mí, sobre todo a partir de la periódica lectura del Suplemento Sí! que venía con el Clarín en mi casa y las veces que podía comprar revistas Pelo o Rock en Blanco y Negro. Estoy hablando de principios de los años 90. El rock se transmitía mucho de boca en boca. A partir de la recomendación “de tus mayores” –primos, hermanos mayores o primos y hermanos mayores de tus amigos– y también de los programas de radio que podías seguir.
En mi caso, “Rock de Acá”, que iba los domingos por la noche en la Rock and Pop. Estaba conducido por Conrado Geiger y Ezequiel Ábalos e incluía un segmento, una especie de podcast (hoy se lo llamaría así) en el que Ábalos entrevistaba a históricos del rock nacional como Miguel Cantilo, Alejandro Medina, Billy Bond, etc. Allí Ezequiel hacía una especie de entrevista-investigación y recuerdo que eso me atraía especialmente porque conectaba con mi gusto también por la historia. De hecho, estudiar sobre los orígenes del rock nacional era una de mis actividades favoritas. Buscaba lo que Miguel Gringberg, Marcelo Fernández Bitar, Juan Carlos Kreimer o Alfredo Rosso habían escrito sobre aquellos orígenes y trataba de aprehenderlos como si fueran lecciones de historia argentina. Así fueron mis doce, trece o catorce años. El paso del primario al secundario.
- ¿Qué te llevó a elegir dedicarte al periodismo de rock?
- Se entremezcla la vocación periodística a secas y la afición por el rock. En realidad, también me gustaba mucho la historia (particularmente la historia argentina), así como la actualidad política, las crónicas sociales, las epopeyas deportivas y mucho, pero mucho, la poesía, la literatura y las historietas. Creo que lo que inclinó inicialmente la balanza para el lado del periodismo de rock –luego ya Espectáculos y Cultura– es que imaginaba cierta relativa mayor autonomía respecto a los condicionamientos que ya por entonces detectaba en el periodismo político. Vivíamos el menemismo. Por supuesto, era adolescente y veía todo en términos muy exagerados y dramáticos, con pocos matices. Pero conociendo lo que después pasó con el llamado “periodismo militante” y toda esos posicionamientos acríticos y falsamente morales, teniendo que responder favorablemente a ese relato k bajado de antemano, agradezco haber tomado otro rumbo.
- ¿Tenías referentes?
- En la adolescencia, las notas de Pablo Schanton, Fernando García, Ernesto “Conejo” Martelli y José Bellas en el Sí! me abrieron todo un nuevo mundo de posibilidades; un periodismo lúdico, teórico, que incorporaba formatos y recursos de otras ámbitos para llegar de manera más sorprendente y reveladora a aquello sobre lo que quería conocer y aprender. Luego, ya en mi primera juventud, cuando arranqué la facultad y empecé a comprar el Suplemento No, Radar, la Inrockuptibles, cada tanto la Rolling Stone y antes Revolver, sumé las notas de los periodistas jóvenes de aquella época: Pablo Plotkin, Santiago Rial Ungaro, Mariana Enríquez, Martín Pérez –también era fan de sus programas “Música Cretina” y “Lo que más me gusta hacer” en Supernova–, Cristian Vitale, Roque Casciero, Esteban Guille Pintos, Javier Aguirre, Gustavo Álvarez Núñez, Mariano del Mazo, Sebastián Ramos, Oscar Jalil, Caro Tafoni y seguramente alguno más que me estoy olvidando.
- ¿Qué te sedujo del oficio?
- La mayoría de quienes te nombré pertenecen a la generación inmediatamente anterior a la mía, los que hoy transitan los cincuenta. Visto a la distancia, creo que ellos, como generación, hicieron el mejor periodismo de rock que hubo en la Argentina. Subieron la vara de los que los precedieron y la dejaron en una altura que los que vinimos después no pudimos superar o quizá solo ocasionalmente. Todos ellos me proporcionaron un acercamiento personal, una mirada propia, acompañada por una buena escritura, a la cultura rock, sus fenómenos y sus discos.
La primera nota como periodista Strassburger la firma en 2003, una crónica sobre el Quilmes Rock que salió en la revista G7. Desde ese día ha escrito para varias publicaciones –Radar de Página/12, Sábado de La Nación, suplementos de espectáculos de Clarín y Tiempo Argentino, el suplemento No, La Mano y El Acople.com, entre otras– pero siempre con una premisa: seguir las huellas de esos que abrieron la puerta a un nuevo modo de mirar el mundo a través de escribir alrededor de las canciones.
En el medio, Strassburger ha editado dos libros donde la escala poética se rinde a sus desvelos y remembranzas. Primero, Ahora o no (Nulú Bonsai, 2017), donde rescata ciertas figuras que lo han marcado: desde clásicos como Bob Dylan y Bruces Springsteen a Andrés Calamaro y Celeste Carballo, desde los hermanos Esteban y Santiago Rial Ungaro (Perdedores Pop) y los 107 Faunos a Ricardo Darín. Y hace poco, el citado Tu ídolo es mi ídolo, en el que podemos seguir el latido de una generación, la que creció a la luz borrosa del grunge y los castigos meritocráticos del menemato.
- ¿Cuál sería tu definición de ser periodista de rock? (Recuerdo esa que leí en una entrevista que te hizo Julia González: “El periodismo de rock es una forma de ser que, una vez que te sucedió, no se te va más”)
- No recordaba esa definición. Me sigue gustando. Creo que un periodista de rock tiene un riesgo que es volverse la versión musical del ejercicio más plano del periodismo deportivo. Ese que determina tácticas, contabiliza córners, advierte sobre huecos en la defensa o pide por un lateral más incisivo. De la misma manera se puede ejercer el periodismo de rock –y no digo que no tenga que existir (alguien lo tiene que hacer) y que no pueda ser ejercido de manera profesional– pero a mí, eso, siempre me aburrió bastante y ahora más. Por eso, de entrada, me gustó más ese otro periodismo de rock, tal vez más pretencioso, aunque sin duda también más entretenido y audaz, cercano a la sociología, a la poesía, a la fenomenología, a la crónica vital. Por otro lado, hay una clase de periodista de rock que desde muy temprano no quise ser: es el que te dice desde un lugar casi policial lo que está bien y lo que está mal. En Ahora o no, un libro que saqué en 2017, escribí: “En la crítica de rock, siempre preferí la que apela a lo sensorial y al linaje cultural que aquella que jerarquiza entre bueno y malo según criterios endogámicos. Pocas cosas me aburren más que una conversación de periodistas separando la paja del trigo. Ese púlpito. Esa alarma que suena indignada”.
- Con el Festipulenta y el programa de radio “La hora pulenta” en FM Nacional Rock te volviste un vocero de cierto indie, entre la movida platense y los grupos porteños que nacían con el nuevo siglo. En esta intervención, ¿había que embarrarse, bajar a los tugurios para seguir interpelando ya no solo a los lectores sino también al público de rock?
- Hacer el Festipulenta, definitivamente, me proporcionó un saber y entendimiento sobre “el hecho de rock”, que solo con el periodismo hubiera sido imposible adquirir. Todo lo relacionado a producir una fecha –arreglar con los lugares, con las bandas, organizar, difundir, prever y, más importante de todo, otorgarle una mística y un aura al evento para que sea, además de una sucesión de recitales, un acontecimiento, una intervención cultural, ese toque especial que lo haga memorable–, son cosas sobre las que los periodistas suelen escribir, pero tal vez no llegan a comprender bien cómo se consigue. Lo pueden identificar cuando sucede, pero es difícil que puedan conocer su génesis. Y no está mal, son roles diferentes. Sin embargo, con el Festipulenta, Nico (Lantos) y yo pudimos aprehender algo de todo eso y usarlo para nuestras vidas, algo que como meros periodistas difícilmente hubiésemos podido acceder.
- En redes sociales como X (@lowfirocker) tenés arrastre, tu palabra se amplifica. ¿Es hora de ensuciarse las manos en el tiempo histórico que nos toca vivir?
- Creo que hay que hablar de lo que entusiasma y apasiona, pero con fundamento. Sé que conciliar ambas cosas no siempre es posible. En ese caso, la opción odiador con humor, que a veces encuentro en algunas cuentas de Twitter (hoy X), me parece mejor que la de bancador sin argumento. La crítica cultural históricamente se ha beneficiado mucho de los odiadores con gracia, de los haters con humor. Eso sí: tienen que tener ese plus. El resentimiento o enojo puro debilita y quita brillo a todo buen planteo ulterior.
- He leído varias veces una suerte de programa en tu mirada del mundo (del rock): “política y amor”. ¿Cómo sería ese programa?
- Es que la política puede ser muy inspiradora. Lo es, de hecho. El tema es cuando se la asfixia con mandatos que no son de todos sino de un sector social específico, supuestamente más formado y preparado. Ahí es cuando la política deja de ser inspiradora y luminosa para ser enojosa, castradora y hasta gorila, que es lo que supuestamente este sector busca combatir (se vuelven gorilas combatiendo a los gorilas). Cuando ocurre eso, prefiero a un apolítico toda la vida. Por los demás, no hay un programa. Sí me pasó que la política me inspire y me una a una persona; que se mezcle el amor con el interés por la política en un vínculo. Que me enamore el compartir profundamente la visión de la historia, las cosas del país, la admiración por ciertas figuras. Cuando pasa eso, sentís que tocás el cielo con las manos. Pero creo que tenés que ser joven. De grande es más difícil.
- ¿Dónde encontrás hoy periodismo de rock?
- Creo que hoy parte importante del más interesante periodismo de rock ocurre desperdigado en las redes y por ese lado está lejos de haberse extinguido; sí cambió de soporte, relevancia o sustento –ya no hay más sustento–; y para apreciarlo exige estar atento. Por eso hoy encuentro mucho periodismo de rock en formato de posteos en redes, principalmente en Facebook. Aunque parezca mentira, se ha convertido en EL lugar donde viene aflorando una especie de “columnismo”, mezcla de coyuntura, cotidianeidad y biografía, que es deudor del mejor periodismo de rock. En ese plan, sigo los posteos de Martín Pérez y sus micros de Música Cretina que siempre me derivan a zonas de interés que descubro o tenía olvidadas, los de Franco Varise, Martín Graziano, Gustavo Álvarez Núñez y Valentín Prieto, músico rosarino que me parece de los más lúcidos e inteligentes a la hora de hablar de música. Por lo demás, trato de no perderme ninguna nota de Santi Rial Ungaro, que aparte de letrista y cantante genio, es un escritor cultural único con una mirada alucinada. Alguien que construye su propia agenda de interés.
- En tus dos libros vas desde la mirada del periodista al regocijo del fan. ¿Te hiciste periodista de rock porque estabas fascinado o estabas fascinado porque te hiciste periodista de rock?
- La fascinación siempre viene primero, para todo. El resto puede esperar.
Nuestro próximo invitado es Pipo Lernoud
Sobre este blog
Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
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