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Sobre este blog

Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.

Romina Zanellato, el feminismo rockero al poder

Romina Zanellato

Gustavo Álvarez Núñez

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No todo fue igual para el rock argentino luego de la aparición a fines de 2020 de Brilla la luz para ellas (Marea Editorial), el libro con el que Romina Zanellato (Neuquén, 1984) saldó una deuda con una historia en muchas ocasiones invisibilizada u olvidada: la de “las mujeres en el rock argentino 1960-2020”, como reza la bajada del título. A lo largo de casi cuatrocientas cincuenta páginas, podemos reconocer y seguir las trayectorias y las travesías de las músicas de un género que se escribió en una gran parte de su recorrido con los códigos y los mandatos de los hombres.

Y todo nació por una pregunta –“¿cuál fue la primera música feminista del país?”– que intentaron responder con varias de sus amigas una noche de pizzas y debates al calor de un paro de mujeres para un 8M. Prosigue Zanellato en su libro: “¿Cómo era la tradición de rockeras nacionales? ¿Quiénes fueron las pioneras en el rock argentino? Aparecían nombres sueltos, pero poco sabíamos del recorrido. El descubrimiento fue revelador: en los feminismos honrábamos a las pioneras en la lucha por el aborto legal, las que abrieron espacios y armaron la red. En la música ni siquiera se sabía quiénes habían sido las primeras rockeras”.

En la hora en que conversaremos vía Zoom –ella pasando unos días en su Neuquén natal–, varias veces estuve por comentarle sobre una cuenta de Instagram que me gusta mucho, Amiga, Hablemos de Plata. Porque ciertos ítems que toca su hacedora resuenan en varias de las entradas de Brilla la luz para ellas a la hora de discutir el patriarcado “Replicar el modelo masculino o buscar uno nuevo.” “Se la bancó como una lady.” “Hablemos de la obsesión con las mujeres exitosas. Con opinión. Que no se callan.” “En la Argentina la brecha salarial entre hombres y mujeres llega al 27%, la más alta de América Latina, aunque es el país con la mayor cantidad de mujeres en la fuerza laboral de la región.”

En la página noventa del libro leemos la remembranza de una entrevista que la poeta Diana Bellessi le hizo a la también poeta y cantautora Mirtha Defilpo para la revista Expreso Imaginario, tiempos en que Defilpo se ocupaba de las letras de las composiciones de su pareja del momento, Litto Nebbia. “En uno de los primeros ejemplares, en diciembre de ese año, Bellessi le hizo una nota a Mirtha bajo un título provocador: ‘No está mal por ser una chica’. La nota empezaba así: ‘Tanto en las carteleras como en los afiches que anuncian recitales de música progresiva sobresalen en número los nombres de músicos solistas, cantantes, compositores; pero ¿qué pasa con las mujeres intérpretes, compositoras o cantantes, salvo honrosas excepciones? ¿Hasta qué punto no han sido marginadas, obstaculizadas o rechazadas agresivamente si no coquetean con una versión y una imagen impuesta en la sociedad y también en el rock? ¿Qué pasa con las artistas mujeres?’”

¿Qué pasa con las artistas mujeres hoy? De un modo esto lo viene respondiendo Zanellato con pasión y agudeza desde esa noche en que frente al enigma que cubrió el cielo de la pizzería de Chacarita le dio rienda suelta a la desfachatez y al orgullo. Aquí y ahora su gran apuesta es la conducción del canal de YouTube Ruido y Sentimiento, donde conversa de música con músicas. En tanto, colaboró en varios medios –Rolling Stone, Rockdelux, Los Inrockuptibles, Indie Hoy, Infobae, Brando y Viva, entre otros– y en la actualidad está a cargo de la edición de los newsletters y el sitio web Cenital.

- Hay una escena digna de una epifanía detrás de Brilla la luz para ellas. Ese día te cayó la ficha. ¿Cómo fuiste encontrando el hilo ante la ausencia de muchas de esas historias de músicas en la bibliografía rockera?

- Me hice unas unas cartulinas que pegué en la pared de mi estudio y realicé una línea de tiempo como cuando escribí mi tesis de grado en la universidad. Primero fui agarrando los libros que había en casa. Después me fui comprando varios: una primera edición usada de la Historia del rock en Argentina (Distal, 1987) de Marcelo Fernández Bitar, los dos de Ezequiel Ábalos –Historias del Rock de acá I (Editora AC, 1995) y II (Edición de autor, 2011)–, Cómo vino la mano (Mutantia, 1985) de Miguel Grinberg, Agarrate!!! (Galerna, 1970) de Juan Carlos Kreimer. A medida que iba leyendo, iba marcando en ese hilo conductor nombres que aparecían para investigar. Habré comenzado en 2018. Pero además de esa epifanía con mis amigas, me había pasado algo que me avergonzó aunque me dio pie para ir más a fondo. Pablo Schanton me invitó a coordinar con él una mesa de debate sobre “Mujeres en el Rock” en el Di Tella. Estaban Mavi Díaz, Juana Molina, Miss Bolivia y Pilar Arrese de She Devils.

En un momento Juana (Molina) menciona a Gabriela y yo digo: “María Gabriela Epumer”. Y ella dice: “No, Gabriela, la primera mujer en el rock”. Yo no sabía quién era Gabriela Parodi y para mí fue terrible porque soy muy buena alumna. (Risas) Me sentí muy avergonzada y a partir de ahí me planteé: “No puedo decirme periodista feminista ni periodista de música, si no tengo esta genealogía completamente clara en mi mente”. Sin embargo, yo tampoco conocía muchas periodistas de música en ese momento con quienes hablar. Entonces recurrí a los libros y a las revistas. Ahí me fui anotando esos nombres y armando un word –un poco como un identikit– con cada una de ellas. Fui a ferias, me compré discos usados y revistas viejas, también muchos CDs (soy coleccionista). Como que fui montando un archivo. Todo eso me encantó, fue la parte más linda de toda la investigación: fui hablando con distintas personas y entonces cada vez se iban sumando más nombres, más nombres, más nombres y se fue abriendo y ampliando ese mapa que estaba trazando.

- ¿Qué vida cobró el libro después de su edición?

- Unas semanas atrás había tenido un día de mierda y me subo al subte a las once de la noche. El vagón estaba casi vacío. Me siento, había una chica enfrente y una al lado. La chica que estaba enfrente me mira, sonríe, se me sienta al lado y me dice: “Tu libro fue muy importante para mí. A partir de eso empecé a escribir sobre música”. Y yo: “Guau, ¡qué hermosa!”. Me siguen pasando esas cosas. No lo puedo creer. Yo medio que disocié: escribí el libro, lo publiqué y ahora es como si lo hubiera hecho otra persona. Me resulta algo completamente ajeno. Pero me siguen llegando mensajes de algunas músicas muy emocionadas por haber sido recordadas. Es el caso de Leonor Marchesi de Púrpura; hablo con ella todo el tiempo y flashea con ese rescate. Me sigue pasando de que yo sigo obsesionada con algunas de ellas. Con Cristina Plate, con Diana Nylon; sigo pensando en ellas. En lo personal, creo también que me dio una seguridad para trabajar que no tenía. Esa vergüenza y esa inseguridad que sentí en el momento en que Juana (Molina) me dijo: “¿Cómo no sabés quién es Gabriela?”, ya no las tengo. Ahora me puedo plantar ante cualquiera sin dudar: gané una seguridad que me cambió la vida. Me siento una voz autorizada, algo que antes no me pasaba.

- Unos meses antes de que aparezca el libro se sancionó la Ley 27.539, que regula el acceso de artistas mujeres y no binaries a eventos musicales. ¿Qué cambios se fueron dando desde que nació el cupo?

- Creo que el libro salió en un momento clave. Al mes del mío, se editó el de Barbi Recanati, Mostras del Rock (Futurock, 2020), que lo presentamos juntas en El Galpón de Guevara. Después más adelante vio la luz Al taco. Historia del rock argentino hecho por mujeres (1954-1999), de Carolina Santos, Gabriela Cei y Silvia Arcidiacono –editado por Gourmet Musical en 2023– que continúa con esa discusión. Esos tres libros junto con la serie documental que hizo Carolina Santos, Sirenas rock (2021), abrieron un debate y pusieron a las mujeres del rock en el lugar que se merecían. La visión que todas tuvimos fue inevitablemente distinta a una producción que puede hacer un varón. La admiración de haber visto a determinadas mujeres haciendo música nos posibilitó llegar hasta acá.

Sé que suena vacío y tonto decirlo, pero si vos ves a alguien realizando algo con lo que soñás, decís: “Ah, bueno, lo puedo hacer, eso es posible”. ¿Cuánto me marcó una canción de Fabi Cantilo cuando yo era chica y a la que repetía sin parar? Esas cosas desde un punto de vista masculino clásico del periodismo de rock argentino no se contaban. Por eso la producción de nosotras cinco lo logró y con el paso del tiempo lo fuimos confirmando. Aquí y ahora salen cuentas en Instagram de chicas que relatan esto, que rescatan un disco, de lo que significó tal banda en sus vidas. El domingo estaba leyendo una nota a Carmen Sánchez Viamonte y ella dice: “Yo hago esto porque la vi a Marilina (Bertoldi) haciendo eso y me cambió la vida”.

- Brilla la luz para ellas está dedicado a Rosario Bléfari. ¿Cómo dimensionás la figura de ella?

- Me cuesta muchísimo porque el libro salió dos o tres meses después de su muerte y nosotras éramos amigas; habíamos hecho junto con Nahuel Ugazio el podcast Los Cartógrafos. Creo que escribí una nota ni bien falleció porque un poco la había estado escribiendo antes; uno a veces escribe para saber qué piensa y así procesar ciertas cosas. Salió en LatFem pero después intenté hablar poco de ella, tratando de proteger nuestra amistad. Creo que su legado ha crecido y que su familia es la que ocupa ese rol. El otro día la entrevisté a Nina Suárez en el ciclo de YouTube Ruido y Sentimiento y le digo: “A mí me sigue flasheando verla en remeras o ver un grafiti en la calle con su nombre”. Y una chica escribió en el chat de la entrevista que ella seguía a Nina pero no sabía que ¡Nina era hija de Rosario Bléfari y que lo descubrió ahí! He recibido muchos comentarios del estilo: “Yo la conozco por la película Silvia Prieto, pero no sabía que era música”. (Risas) Son chicos muy jóvenes, ¡que es hermoso! Su figura en un punto no para de crecer y se está moviendo por los lugares en los que ella le gustaría haberlo hecho. Todo muy alternativo, muy under, pero con un consenso de reconocimiento que su figura se merece. Entonces, me siento muy satisfecha con eso y siento que el mundo está haciendo justicia sin que nadie intervenga.

- En paralelo a la devoción por Rosario Bléfari se encuentra otro ícono de los años 90 como María Fernanda Aldana, a cuya historia también abordás en el libro. Además, fuiste a cubrir el juicio a su hermano Cristian Aldana para la revista Rolling Stone.

- En principio, como la mayoría de las personas, he ido cambiando de idea a lo largo de estos años. Hay momentos donde fui más radicalizada, otros más moderada. Ahora estoy súper radicalizada de vuelta. Pero en todos esos momentos nunca dudé de la importancia de María Fernanda Aldana en esta historia que yo estaba contando en el libro, que es la historia de las mujeres en el rock y sobre todo de cuánto influyeron ciertas de ellas en esa época a las demás. Tengo cuarenta años. Cuando iba a la secundaria, todas mis compañeras estaban vestidas como María Fernanda, yo iba a los recitales de El Otro Yo, ella era nuestra ídola absoluta. No sé si tuvo responsabilidad, si hubo complicidad –la justicia no lo determinó así–, pero para mí es innegable el valor y la marca que ella dejó en la historia del rock, sobre todo de las mujeres. Para mí nunca estuvo en discusión si incluirla o no. Sí me debatí el hecho de entrevistarla pero decidí no buscarla e intentar retratarla solo desde su obra. Dado que en el último capítulo hablo del juicio a Cristian Aldana, resolví darle voz a Ariell Carolina Luján, una de sus víctimas.

- ¿Qué implica ser periodista musical y feminista?

- Es un compromiso político. Yo aplico el feminismo en toda mi vida. Es una forma de ver el mundo. Y conlleva el uso de ciertos valores que tengo: desde hablar con vos hasta ejercer mi trabajo como periodista. Creo que eso implica hacerme siempre preguntas y cuestionar lo establecido. Es volver a esa imagen de la pizzería Imperio, cuando estoy con mis amigas y me doy cuenta de que nunca me había cuestionado la genealogía de la música que a mí más me gustaba. Y eso que hacía mucho tiempo yo venía escribiendo sobre sobre música… Bueno, yo intento tener esa pregunta constantemente en mi cabeza: “¿Qué es lo que no estoy viendo?” “¿A quién no estoy mirando?” “¿A quién no le estoy dando lugar?” “¿Qué está pasando que yo no entiendo?” Por ejemplo, ahora escribí una nota para Cenital sobre unas popstar underground actuales que tienen al sexo como la narrativa principal de su estética y de su música. Es que después de Madonna, no entiendo por qué el sexo es escandaloso. Es decir, en 2025, ¿qué hay ahí que yo no veo? Es meterme de una manera respetuosa y sin prejuicios en ese tema e intentar responder eso que a mí me provoca curiosidad.

- ¿Te genera también incordio esta incertidumbre?

- Siempre lo hablamos con Lala Toutonian. Soy rockera: primero odio y después te doy la posibilidad de cambiar de opinión. (Risas) A mí me interesa entender incluso lo que no me gusta. Por eso hago un poco el canal Ruido y Sentimiento: para no quedarme afuera y para poder entender qué le ve la gente a determinadas escenas, a determinadas música, a determinados personajes. O sea, me parece que es por eso que somos periodistas, más allá de escribir sobre lo que a uno le gusta. Intento siempre estar un poco incómoda. Hay que manejar siempre cierta distancia para poder analizar un poquitito más allá. Esa incomodidad de no entender bien del todo es mejor para la profesión. Y cuando estás muy metido y sentís que tenés que defender algo…

- El activismo te gana, en ciertas ocasiones, en el mal sentido del caso.

- Al tener cuarenta años, yo ya fui parte de una escena como la del indie. Ahora soy espectadora de otras escenas que van naciendo. Uno es público pero además soy una trabajadora de la industria musical, entonces soy parte de una cadena. El problema es que muchas veces los periodistas no nos sentimos parte de la cadena de producción de la industria de la música, pero lo somos. Y eso abre otro debate: la calidad del periodismo musical, de los espacios que se usan en los roles en los medios. La industria ha cambiado mucho y nosotros también debemos ir cambiando. Pero es otro debate.

- ¿Qué es significa en este momento de tu trayectoria el canal en YouTube Ruido y Sentimiento?

- Es un proyecto que hago muy a pulmón. Es mucho más barato escribir un libro por cinco años que hacer un contenido digital. (Risas) Un poco lo pensé como la continuidad de Brilla la luz para ellas. Se trata de hacer entrevistas largas, fuera del algoritmo, de la vorágine del recorte, con las músicas que están surgiendo y que no pude abordar en el libro porque su aparición es posterior a 2020.

- En varias de tus últimas notas, sos de revindicar al pogo como una muestra de comunidad, de suerte de conciencia de clase rockera, casi como una resistencia ante la IA. ¿Hay algo de eso? ¿El pogo como un modo de materializar la unión frente a la ira?

- Yo tengo mucha bronca. (Risas) Para mí es muy importante la bronca como elemento estético del arte. Como pulsión. En los últimos años estuve muy enojada. Y no quiero ir a bailar a una disco, no quiero que el rock sea pop. Antes de la pandemia, las grandes bandas eran Babasónicos, Bándalos Chinos. El sonido era mucho más proveniente de teclados, había menos guitarras eléctricas. Yo no encontraba en ese presente algo que canalizara eso que sentía. Por suerte estaba una Marilina Bertoldi –que es muy rockera– con esa sensación de enojo, de te escupo en la cara. Pero yo veía que el rock se estaba yendo a otro lado. Después de la pandemia toda esta escena muy post punk de pibes –de la que soy espectadora– por suerte la empezó a encauzar y me encanta. Bandas como Mujer Cebra o Buenos Vampiros. Como que después de la pandemia, la corporalidad y la forma de emocionarse cambió radicalmente y todavía no se habló lo suficiente sobre eso. Y es clarísimo que esto tiene un efecto en la música y en los pibes.

- Me quedo con esto porque el emergente de la pandemia fue un rock más crudo, más visceral, y a veces encarnado en grupos de mujeres como Dum Chica o Las Tussi.

- Ya no existe más la idea que teníamos de bandas de chicas o bandas de chicos. Ya todos son mixtas; o sea, se piensa distinto, los pibes lo piensan distinto. Ni siquiera piensan: “Pongamos a una chica en tal lugar”. Eso ya fue. Es maravilloso. Es una conquista.

- No hace mucho te preguntaste: “¿Hace cuántas décadas que Buenos Aires no era el epicentro de algo nuevo en el rock?” ¿Qué transformaciones has notado al respecto en los últimos años?

- Tengo esta intuición que quiero compartir. Las personas que tienen la vida más o menos hecha, ordenada, al tener las condiciones básicas satisfechas, el arte que generan es menos urgente o menos excitante; es menos visceral. Son decisiones estéticas más pensadas, más conceptualizadas. Pero cuando el arte y la música se produce en los márgenes, en personas con una pulsión de crear realmente tan grande, digamos, que se superpone a sus propias limitaciones socioeconómicas, hay algo ahí de esa urgencia y esa realidad que a mí me interesa bastante más. Lo digo por esto de preguntarnos de dónde proviene la creación. No me olvido que desde los años 70 para acá personas como Charly García y Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, venían de cunas más privilegiadas, y que esas comunidades que se generaron a su alrededor o en su contra fueron también las que alimentaron el rock de los 80, y el que a mí más me interesa es el que fue más revolucionario y vanguardista, el que vivía en los márgenes de la sexualidad, de lo económico, de lo social.

Mientras que ahora lo que veo es que un poco la pandemia democratizó otro tipo de carencia o de malestar para los jóvenes. Porque tanto un pibe en una habitación en Palermo como un pibe en una habitación en el conurbano más vulnerable, estaban viviendo cosas similares –más allá del plato de comida.

Ahora bien, creo que toda esa generación de pibes sufrió el mismo mal todos por igual: el encierro, la angustia, la sensación de agonía, la ansiedad. Como que de ahí parte mucha de esta escena nueva y que tiene como epicentro a Buenos Aires. Eso que empezó en ciertos sucuchos, en esos lugares por afuera del circuito oficial, ahora explotó. Y cada vez más esas bandas llaman la atención a través de notas en los medios más grandes. Creo que esta generación que sufrió tanto el encierro, la pandemia; que nació con las redes sociales, con el teléfono en las manos, que sufre tanto esa ansiedad, es la que busca también respuestas alternativas y crea esta nueva escena. Esas bandas y solistas están generando estrategias para salir del algoritmo, de la ansiedad y de la agenda impuesta.

 

Nuestro próximo invitado será Daniel Flores.

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