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Opinión

Gabriel Boric, Taylor Swift, León Gieco y la sinuosa vida de las canciones

Esta semana Gabriel Boric salió en defensa de Taylor Swift.

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A mitad de la semana pasada, el teniente coronel retirado del Ejército chileno Jaime Manuel Ojeda Torrent vomitó su ira contra el futuro presidente Gabriel Boric por haber nombrado al frente del ministerio de Defensa a Maya Fernández Allende. Su designación, dijo, “representa una severa afrenta y humillación para con nuestra institución y su sagrada historia”, así como “una subrepticia forma de vengar a su abuelo, el ex presidente Salvador Allende Gossens, del cual usted, conforme públicamente lo ha señalado, es admirador”. Ojeda Torres ha sido condenado a 10 años por su participación en la llamada Caravana de la Muerte, las ejecuciones extrajudiciales que tuvieron lugar en el norte del vecino país inmediatamente después del golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973. Quizá porque se trata de un personaje marginal, como todo el pinochetismo de pura cepa, Boric no salió ese mismo día en defensa de su futura ministra y dejó que el ex oficial se tragara su propia bilis. En cambio, fue a socorrer en las redes a Taylor Swift, a quien Damon Albarn, el líder de Blur y Gorillaz, había acusado de “no escribir sus propias canciones”. El joven que, a los 36 años, tomará las riendas del Palacio de La Moneda, el próximo 11 de marzo, decidió auxiliarla. “Aquí en Chile tienes un gran grupo de seguidores que saben que escribes tus propias canciones desde el corazón”, tuiteó en inglés. “No tomes en serio a los chicos que necesitan insultar o mentir para llamar la atención. Abrazos desde el sur, Taylor”. 

Boric y Swift nos permiten tejer, una vez más, una red de apropiaciones de las canciones que a veces pueden migrar hacia zonas impredecibles de una colectividad. Por varios años, Swift fue, como lo recuerda la revista Billboard, la “reina” de los supremacistas blancos de Estados Unidos. Ellos se sintieron sin embargo traicionados cuando Swif comenzó a insinuar signos de una intolerable corrección política. “Creo en la lucha por los derechos LGBTQ y en que cualquier forma de discriminación basada en la orientación sexual o el género es INCORRECTA. Creo que el racismo sistémico que todavía vemos en este país hacia la gente de color es aterrador, enfermizo y prevalente”, dijo tras haber ganado el premio al mejor video del año con You Need To Calm Down. Donald Trump reaccionó ofendido. A partir de ese momento, dijo, su música le gustaba “un 25% menos”. En 2019, Swift lo llamó autócrata. “Después de avivar el fuego de la supremacía blanca y el racismo durante toda su presidencia, ¿tiene el valor de fingir superioridad moral antes de amenazar con la violencia? Te expulsaremos en noviembre”, le dijo antes de las elecciones que quedaron en manos de Joe Biden.

Trump ha hecho utilizaciones insólitas de canciones ubicadas en las antípodas de sus posibles preferencias culturales durante la campaña que lo condujo a la Casa Blanca, en 2016. Los actos republicanos se iniciaban con Here comes the sun, de los Beatles. Olivia Harrison, viuda de George, calificó de “ofensivo” ese usufructo. Pero quizá el uso más insólito y provocador fue el de Revolution, tensando la cuerda de las interpretaciones que tenía como antecedente a Nike, cuando recurrió a la canción de Lennon y McCartney para promocionar sus zapatillas globales. 

Las canciones siempre son situadas. Los significados, por lo tanto, pueden ser inestables e iniciar recorridos que sorprenden. Un caso testigo ha sido en 1985, casi a la par de la publicidad de Nike, Born in the USA, de Bruce Springsteen. “Me pusieron un rifle en la mano/ Me enviaron a una tierra extranjera/ Para ir y matar al hombre amarillo”. Un veterano de la guerra de Vietnam describe un sueño americano hecho jirones. Los escombros golpean especialmente a la clase trabajadora. La crudeza de la letra no fue un obstáculo para convertir a la canción en un emblema musical de la reelección de Ronald Reagan, adalid de la cruzada neocon que terminó derrotando a la Unión Soviética y su “imperio del mal”. Dijo Springsteen: “En verdad no fue solo Born in the USA. Reagan me incluyó en un discurso (...) Y en ese momento los republicanos cooptaban cualquier cosa que fuera estadounidense”. El rocker sabía muy bien “que las políticas (de Reagan) fueron destructivas. Contribuyeron a la disparidad en la distribución de la riqueza que continúa hasta este día”. De repente, su voz prestaba servicios a los republicanos como aditamento emocional. “Me enfureció y me hizo pensar mucho más acerca de lo que estaba haciendo y comunicando”. Algo se le había ido de las manos. “Vos presentás tu música y te vuelve en una variedad de diferentes maneras a través de tu audiencia. Pero un escritor de canciones siempre tiene la oportunidad de clarificar o reclamar su obra”.

Otra de las derivas de Born in the USA llegó a Buenos Aires. La canción, que abría el disco del mismo nombre, tuvo un especial impacto en Charly García. El golpe del redoblante con el que da inicio Demoliendo hoteles es una cita y homenaje de un disco bellísimo que contiene otras glosas. Cerca de la revolución reconoce en su acompañamiento un linaje inequívoco con Venus, de The Shocking Blue, una banda neerlandesa de los años sesenta. No estamos hablando de copia ni mucho menos. Ese es, a veces, el trasiego de la creación. Ricardo Piglia decía que estábamos hechos de citas. Pablo Semán añade: “También estamos hechos de canciones”. Cada una “configura un signo de un lenguaje emocional que se acumula en la historia de los sujetos y las generaciones que forman parte de una dinámica de capas geológicas”. Los cambios en la reproductibilidad han provocado a su vez variantes insospechadas en los días de intercambio físico (el vinilo, el casete, el CD). La digitalización ha puesto a disposición del mundo la historia de todos los repertorios. Los usuarios pueden hacer y rehacer a toda hora una memoria y una sensibilidad musical. Al prologar el libro Las mil y una vida de las canciones, Semán añade una peculiaridad de estos tiempos recientes. Los medios de acceso dominantes, las computadoras y los teléfonos, “intervienen las canciones de una forma hasta ahora desconocida al encuadrarlas y darles sentido en varios sistemas de referencia posibles”. 

Los soportes digitales son fuerzas orientadoras, construyen subjetividades, especialmente a través de los algoritmos. A veces el usuario se rebela y tiene una escucha activa: elige, divulga, instituye un juicio de valor, como en las viejas épocas. Boric (¡era hora de volver a él!) parece formar parte de ese segmento de consumidores y es por eso que, antes de batirse en las redes en defensa de Swift, dejó numerosas marcas de sus predilecciones, entre ellas de Charly García, a quien saludó en su cumpleaños setenta, y el Indio Solari (“Qué increíble que en Chile no se conozca”). La vida política de Boric comenzó casi a la par que el nacimiento de Facebook. La música ha moldeado su educación sentimental y los años de activismo. Ni si quiera en carrera presidencial dejó de hablar de sus gustos en las redes, desde los Prisioneros, recuperados durante el estallido social de 2019, a Camila Moreno, hasta el grupo de metal progresivo Tool. “Me voló la cabeza… la profundidad del bajo, el ritmo oscuro, la potencia sucia de sus guitarras, la explosión de su batería y el misterio de la voz de Maynard (James Keenan) logran una síntesis hermosa entre angustia y libertad”, ha dicho sobre el disco Aenema, y nos invita a imaginarlo cantando en inglés: “Algunos dicen que el fin está cerca/ algunos dicen que pronto veremos el Armagedón/ Ciertamente espero que lo hagamos/ me vendrían bien unas vacaciones/ de esta de esta mierda de circo”. Boric habla como un fan: “Me voló la cabeza”. Claro que no lo hace todavía en ejercicio de funciones ejecutivas, lo que por ahora lo distancia de Alberto Fernández, un recurrente exaltador de sus ídolos musicales (en medio de las dramáticas negociaciones con el FMI encontró tiempo para recordar a Spinetta, aun a sabiendas de que mañana no será mejor).

Boric no se valió de Tool en su campaña sino de León Gieco y de Los Salieris de Charly, en especial por la estrofa que dice:  “queremos ya un presidente joven, que ame la vida que enfrente la muerte (...) Dicen la juventud no tiene para gobernar experiencia suficiente. Menos mal, que nunca la tenga, experiencia de robar. Menos mal, que nunca la tenga, experiencia de mentir”. 

Dejemos de lado el valor de la canción y la ingenua idea de la figura de un Antonio Salieri consumido por la envidia al genio ajeno, tomada de Amadeus, la película de Milos Forman sobre Mozart. El texto de la canción pudo representar de una manera elocuente las aspiraciones de una época anterior a la existencia y la circulación. De eso se trata, finalmente, la larga vida de las canciones. De muchas. Meses antes de la primera vuelta presidencial, en otro punto del continente, una canción chilena, El pueblo unido jamás será vencido, escrita en los días de la Unidad Popular y por lo general reducida en las calles efervescentes a consigna, había reverberado en La Habana. Pero esa vez, su utilización no tenía al Estado cubano detrás sino a parte de aquellos que salieron a protestar contra el agobio y la penuria. En noviembre, esa nueva disidencia, intentó volver a ocupar el espacio público. Para acompañarlas en las redes al menos, un grupo de jóvenes, Pavel Urquiza, Yisel Duque y Boris Larramendi, habían grabado Los dinosaurios, de Charly. La policía esa vez impidió todo tipo de manifestaciones. Esa pregnancia de García en la isla se remonta a fines de los ochenta, cuando Carlos Varela comenzó a mirarse en el espejo de su sonoridad. 

En la actual crisis cubana he encontrado además una huella de Spinetta, mixturada con el Silvio Rodrígez más batallador. Abel González Lescay tiene 23 años y ha grabado un disco, Reflejo de la piedra en el agua. Lleva el cabello largo como Luis en sus días de Pescado Rabioso y por momentos su grupo suena a Jade. Pero el principal indicio spinettiano es el modo en que dice y repite “nena”.

El pasado 11 de julio, Lescay se encontraba en su casa, en la periferia habanera, Bejucal, cuando comenzaron las protestas. “Estaba gritando todo el mundo. Salí para allá y nos pusimos a gritar. Era algo muy emocionante. La policía no salió hasta el final, hasta que (el presidente) Díaz-Canel dio la orden de combate esa”. Lescay había salido con un darbuka, como se conocen los tambores de origen árabe. Estudiante de la carrera de composición en La Habana, improvisó un rap frente a un agente de seguridad. Al otro día lo fueron a buscar a su casa. “El mismo oficial me cogió por el pelo y me arrastró hacia afuera de la patrulla.  Estaba desnudo completamente”. La fiscalía ha pedido que sea condenado con siete años de cárcel. Al comienzo del juicio lo pintaron como un antisocial, contrarrevolucionario y consumidor de drogas. Juan Piñera, sobrino de Virgilio, uno de los grandes escritores cubanos, y a la vez profesor de la cátedra de Composición del Instituto Superior de Arte (ISA), salió en su inmediata defensa. Además de ser un estudiante talentoso, Lescay siempre ha tenido una conducta intachable. Ahora forma parte de las 790 personas encausadas. De ese total, 55 tienen entre 16 y 18 años. El 24 de febrero se conocerá la sentencia. ¿Dirá entonces algo Boric, reconocido crítico del socialismo entrópico?

AG

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