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CRÓNICAS MILE(I)NARISTAS

Cuando la farsa es peor que la tragedia

Patricia Bullrich y Leslie Nielsen

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Una ministra que se encarga de asuntos exteriores (podría pensarse en puras superficies) advierte sobre la presencia de agentes cubanos y venezolanos en el país. Se han camuflado con fines aviesos, como si esos esperpentos caribeños fueran en la actualidad revoluciones que, sobre la base de su prestigio internacional, buscaran expandirse.

Un usuario de Instagram con 17 seguidores es objeto de una cacería policial por estar “apegado a la propaganda de la exUnión Soviética” y exhibir en su remera la sigla “CCCP” que identificaba al difunto socialismo real.

Un niño se desmaya al lado del jefe de Estado, quien atribuye la caída a una palabra que no es expecto patronus, propia de los nigromantes en Harry Potter, sino zurdo.

Escenas costumbristas.

¿Pasamos de El cuento de la criada a un probable Cuento del arquero de fútbol que se representa en tiempo real? Llama la atención la insistencia con la que se convoca la figura de un fantasmal enemigo interno, el mismo que el peronismo isabelino agitó con desmesura antes de pasarle la posta a los militares, en 1976 (bastaría revisar Un enemigo para la nación, de Marina Franco, para detectar los orígenes de ese discurso paranoico y disciplinador). En adelante, ¿citar al alemán de nombre Karl y apellido acá sugerido con tres puntos será motivo de una causa judicial? ¿Sentiremos la culpa de nombrarlo o no sabremos la razón del castigo?

“...”, entonces.

Podría parecer un chiste, pero, ¿lo es? O, en todo caso, ¿no estamos ante una recreación de La broma, aquella novela de Milan Kundera? Recordemos sucintamente el argumento: el joven Ludvik, afiliado al Partido Comunista, le envía una carta socarrona a su novia. “¡El optimismo es el opio del pueblo!”, escribe, pero la ironía le saldrá muy caro. Lo toman por un desviacionista ideológico. Transcurre la Guerra Fría y las palabras todavía se toman en serio. Lo mismo sucede en Nuestro hombre en La Habana, de Graham Greene: Wormold, agente británico por azar, informa sobre la existencia en la Cuba batistiana de una instalación nuclear. Presenta un plano que diseña con componentes de una aspiradora eléctrica y produce un verosimil que nos desternilla porque no se puede tomar por cierto. Las dos narraciones tuvieron sin embargo un efecto anticipatorio: tras la intervención soviética en Checoslovaquia, en 1968, Kundera sería objeto de persecución. Seis años antes, en la isla había estallado la Crisis de los misiles que puso al mundo al borde del holocausto nuclear.

Más allá de la derecha

Lo que nos lleva a abandonar toda presunción de superioridad intelectual y tomarnos en serio los derrapes de un presidente que se siente capaz de demostrar “matemáticamente” que el aborto es un crimen. ¿Habrá también una fórmula, tabla o ecuación que nos incrimine? Qué señalar sobre una de sus escuderas más elocuentes, Lilia Lemoine. Su ojo avizor detecta hoces y martillos en todas partes, hasta en el radicalismo de Gerardo Morales, aunque, reconoce, en estado embrionario. Su reciente diálogo con Ernesto Tenembaun podría entrar en los anales del disparate.

La cosplayer-diputada es una artista de otro disfraz, aquel capaz de cancelar el lenguaje. “Socialdemócrata quiere decir socialista…es un paso previo al comunismo”. ¿Socialcristiano también? ¿Y turismo social? Debe pensar que las palabras y las cosas son lo mismo. El diálogo radiofónico de días atrás provocará estupor en los arqueólogos del futuro. “No soy conspiranoica”, asegura a su interlocutor. Pero la acción comunicativa se frustra y Tenembaun, un hombre de sosiego y equilibrios, incluso sobre alambres de púa, se rinde esta vez, dice basta con amabilidad, esto es inverosímil, debe pensar para sí, y la despide porque no hay intercambio. Ha cesado, la lengua es puro ruido. Un aturdimiento peligroso.

En una de las novelas más interesantes de Jorge Asís, Lesca, el fascista irreductible, se recrea el mundo de la intelectualidad francesa de entreguerras, inclinada sin miramientos más allá de la derecha: Pierre Drieu de la Rochelle, Jacques Bainville, Robert Brasillach, Louis-Ferdinand Celine. La era mile(i)narista carece de esas plumas exasperadas e idelógicas (Agustín Laje y Agustín Márquez son apenas divulgadores, por ahora). Abunda, en cambio, lo farsesco. Hay una sentencia de Karl “…” que ha tomado con los años el carácter de vulgata. “…” comenzó su Dieciocho brumario de Luis Bonaparte con una enmienda a la idea de Hegel de que la historia necesariamente se repite a sí misma. La transcribo textual: “Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”.

Recuerda al respecto Slavoj Zizek que ese complemento de la noción de Hegel sobre la repetición histórica era una figura retórica que “…” había utilizado en su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Allí diagnostica la decadencia del Antiguo Régimen alemán en las décadas de 1830 y 1840 como una absurda “repetición” de la trágica caída del Antiguo Régimen francés. Y añade algo que, leído desde nuestro presente, recobra actualidad: el Antiguo Régimen “no hace más que imaginarse que cree en sí mismo y exige del mundo la misma fantasía”.

Hay algunos que creen que creen y otros que se resisten a la incredulidad. ¿No sucede acaso eso cuando la vemos actuar a la ministra de Seguridad, también obsesionada con la presencia subrepticia de cubanos y venezolanos dispuestos a encender la mecha de conjura (CCPP o un recuerdo onomatopéyico del eaeapepé de Carlitos Balá cuando hacía de policía encubierto en Brigada en acción, de Palito Ortega)? Ella aspira a ser una Nayib Bukele de segunda o tercera marca y exhibe imágenes de una prisión rosarina con los reclusos en cuero y en fila india, al estilo de lo que ocurre en El Salvador, como ejemplo de rigor, templanza e implacabilidad.

La argentinización de Rosario

Claro que, días más tarde, el narcotráfico le responde con un reguero de sangre que paraliza a la ciudad y deja a sus ciudadanos ateridos por el miedo. Aunque se presenta como el azote del crimen, no es más que una versión corregida de La pistola desnuda. El protagonista de esa película, Leslie Nielsen, el teniente Frank Drebin, resuelve el crimen después de tropezones hilarantes, deudores de Maxwell Smart, el superagente 86. El absurdo es el camino que conduce a la dilucidación del enigma. El Estado argentino no puede desenrollar la madeja del delito por medio de la risa. No sería Estado. Sin embargo, incita a la risa con sus sobreactuaciones, mientras Rosario amenaza con argentinizarse. Lo sabemos: el desastre urbano no es solo responsabilidad de esta administración, pero su altisonancia y pasos de comedia nos hacen temer un inexorable crecimiento y diseminación de la violencia y el delito más allá de los límites provinciales.

“Rosario siempre estuvo cerca”, cantaba Fito Páez en 1993. Debemos tomar nota de lo que la canción ahora nos avisa en las páginas policiales. Hubo un tiempo, 1969 y 1971, en que El Rosariazo tuvo la marca de la convulsión social. La fuerza de las heroicas protestas contra la dictadura militar contribuyó a su retroceso. Las encabezaba una clase obrera que, décadas más tarde, ha sido reducida a la mínima expresión y corre peligro de perder aún más su peso específico (solo resta seguir las noticias sobre la suerte de Acindar y Villa Constitución). El cordón industrial de la ciudad y alrededores amenaza a su vez con convertirse en una fábrica de soldaditos del narco. Se reproducen al compás del aumento de la pobreza. El nuevo rosariazo. La ministra quiere resolverlo con la intervención castrense. ¿Sabrá sobre lo ocurrido en México?

A Zizek, astuto lector, no se le pasó por alto que la paráfrasis de “…” sobre Hegel tuvo una interpretación más inquietante de Herbert Marcuse en su prólogo a una nueva edición del Dieciocho Brumario, en los años sesenta: algunas veces, pensaba Marcuse, la repetición a modo de farsa puede “ser más terrorífica que la tragedia a la que sigue”. Y añade: “la mezcla de estupidez, codicia, bajeza y brutalidad que constituye la política deja sin palabras a la seriedad. Lo que ocurre entonces es cómico: cada partido se sube a los hombros del primero que tiene enfrente hasta que lo deja caer, entonces se sube al siguiente”.

De esto se trata nuestra actualidad, con un agregado: detrás de la carcajada que provocan los nostálgicos de la Guerra Fría se esconden augurios y no demostraciones matemáticas. Por eso son de temer esas voces, esos gritos. Que conste.

AG / MF

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