Una historia íntima, una actriz en estado de gracia y un hijo dramaturgo: el recorrido de Silvia en El Método Kairós

“Volví a sentir mariposas en la panza. Y a los 67 años, eso no tiene precio”. Así resume Silvina Ambrosini lo que significó para ella protagonizar Silvia, la obra escrita por su hijo, el dramaturgo Fran Ruiz Barlett, que acaba de concluir su segunda temporada en El Método Kairós. El espectáculo —una joya sensible, escrita con humor y ternura filosa— se convirtió en uno de los más convocantes del teatro independiente porteño. La buena noticia: el año que viene tendrá su tercera temporada.
Silvia cuenta la historia de una madre y un hijo atravesados por la visita inesperada de un técnico de internet. A simple vista, una anécdota mínima. Pero en manos de Ruiz Barlett —uno de los fundadores del espacio Kairós y gran lector de Borges y Dolina—, ese evento trivial se transforma en una experiencia extraordinaria: un relato sobre los vínculos, la comunicación y las fracturas invisibles de las relaciones familiares. Los textos de Borges sobre los espejos y lo circular, y los monólogos fantásticos de Dolina, sobrevuelan la puesta sin solemnidad pero con profundidad.
“Es un desafío enorme haber hecho de madre en una obra escrita por mi propio hijo. Pero lo más impactante fue que esa madre no se parece en nada a mí”, cuenta entre risas y emoción Ambrosini, que es de profesión psicooncóloga y terapeuta especialista en manejo de crisis, y se lanzó a la actuación hace unos pocos años. “Es una madre invasiva, guaranga, que le dice cosas espantosas al hijo sin ningún pudor. Nada que ver conmigo. Y, sin embargo, ahí estaba yo, encarnándola”.

Junto a Silvina Ambrosini completan el elenco Leonel Camo y Félix Walsh, bajo la dirección de Lucía García Paredes, una joven directora que fue alumna de Ruiz Barlett y que logró crear una puesta tan íntima como potente. El trabajo escénico respira la calidez de lo artesanal y lo humano.
Ambrosini no solo interpreta: se zambulle con el cuerpo y el alma en su personaje. “Tuve que aprender larguísimos monólogos que decía sola, hablándole a una táblet, como si fuera mi terapeuta. ¡Terrible! Pero también hermoso. Durante los ensayos volvía llorando a casa, preguntándome para qué me había metido en esto”, recuerda. “Y después, cuando se abría el telón, era otra cosa. Lo disfrutaba. Me sentía en mi lugar”.
Psicóloga de profesión, actriz por vocación, madre a tiempo completo y mujer sin edad, Ambrosini asegura que Silvia fue una de las experiencias más transformadoras de su vida. “Estar rodeada de jóvenes, escuchar cómo me hablan sin filtro, decirles lo que pienso sin que me miren como una vieja chiflada… Es maravilloso. La gente de mi edad habla de enfermedades, de viudez. ¡Yo quiero hablar de vida!”.

La obra tuvo funciones durante los dos últimos años, siempre con entradas agotadas y aplausos de pie. “Volví a tener placer. No solo placer: enamoramiento. Eso que se siente cuando el público se para y aplaude, como cuando soñaba ser cantante. Yo nací para esto”.
Fran le mandó un audio después de la última función. “Me dijo: Estoy tan orgulloso… Vivís buscando nuevos horizontes. Y eso me emociona. Ese fue mi cierre perfecto”, dice Silvina.
Cuando se baje nuevamente el telón, Silvia volverá. Porque las obras necesarias encuentran su lugar. Porque las madres —incluso las ficticias— nunca se van del todo.
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