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El bestiario oficial de agosto

Milei prometió no insultar pero siguió: “sodomitas del capital”, homofobia y el autismo como metáfora despectiva

Como si aún estuviera en campaña, Milei sigue insultando a toda persona que considere su enemigo, con términos impropios de la investidura de presidente de la Nación.

Juan José Domínguez

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Dijo que no iba a insultar más. Que había llegado el tiempo de debatir ideas y no de ofensas. Lo afirmó el 5 de agosto, en el acto de la Fundación Faro, al presentar a los llamados voceros de la libertad: “Voy a dejar de insultar a ver si están en condiciones de debatir ideas”, desafió Javier Milei. La frase buscaba un gesto de madurez política, incluso de institucionalidad. Pero fue otra farsa. El repaso de los siete discursos oficiales de agosto, publicados por la propia Casa Rosada, muestra que el Presidente no bajó un cambio. Al contrario, metió quinta.

En el mes previo a las elecciones en la Provincia de Buenos Aires, el jefe de Estado multiplicó las descalificaciones. Y lo hizo desde atriles solemnes: cadenas nacionales, foros empresariales, conferencias internacionales. Lo que prometió como moderación derivó en un festival de diatribas.

Ya en la cadena nacional del 8 de agosto, donde anunció medidas para blindar el “déficit cero”, Milei arremetió contra la oposición parlamentaria: “No vamos a negociar el superávit con ningún degenerado fiscal”. Y advirtió que vetaría “cada cosa que inventen” en el Congreso.

Una semana más tarde, en el Liberty International World Conference en Buenos Aires, el tono fue similar. Milei habló de “los políticos que destruyeron el país” y volvió a cargar contra “la casta parasitaria”. Allí reafirmó que quienes cuestionaban su programa eran “brutos ignorantes” incapaces de entender la economía.

El 21 de agosto, en el Council of the Americas, fue más directo: “A los que viven del choreo del Estado, a esos ladrones parásitos, les decimos que se les acabó el curro”. Y acusó a los economistas críticos de ser “chantas que no pegaron una”.

Un día después, en la Bolsa de Comercio de Rosario, la escalada verbal llegó a nuevas cumbres. Allí calificó a sus adversarios de “kukas”, “orcos” y hasta “sodomitas del capital”, expresión que provocó estupefacción en el auditorio empresarial. También reiteró que sus enemigos eran “degenerados fiscales” dispuestos a prender fuego el país.

El 25 de agosto, en la inauguración del nuevo edificio de Corporación América, Milei recordó anécdotas de su paso por la empresa de Eduardo Eurnekian, pero no resistió el impulso de embestir contra la prensa: habló de “periodistas mentirosos, rastreros, miserables que dicen que llegamos de manera improvisada”.

Finalmente, el 28 de agosto en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP), Milei dejó otro racimo de improperios. Habló de “una banda de facinerosos” enquistados en el Congreso, de “brutos ignorantes” en la oposición y de “economistas imbéciles” que no entienden el equilibrio general. Y no olvidó la zoología: “No se puede jugar a hacer tablas con los orcos. Hay que ganar siempre”.

La bravuconada como estilo

Lejos de morigerarse, la retórica presidencial se consolida como método. Milei ha convertido la chabacanería en un instrumento de gobierno, una forma de dividir y de reafirmar liderazgo desde el desprecio. No se trata de exabruptos aislados sino de un lenguaje político sistemático, que degrada al adversario y lo reduce a la categoría de enemigo absoluto.

La paradoja es evidente: el mismo presidente que juró dejar los agravios multiplicó insultos en los foros más relevantes del mes. Y lo hizo con un tono de bravucón triunfal, sin reparar en que la erosión social se profundiza.

El espejo bonaerense

El capítulo bonaerense refuerza esa contradicción. Axel Kicillof, blanco preferido de sus ataques, terminó consagrándose en su distrito. Milei lo había tildado de “hijo de puta”, “zurdo imbécil”, “cáncer”, “mentiroso”, “inútil” y “delincuente”. Nada de eso impidió que el gobernador se consolidara, mientras el oficialismo nacional quedaba maltrecho.

Ese espejo abre la pregunta: ¿seguirá Milei cultivando el estilo beligerante y chabacano como marca registrada, aun cuando los resultados electorales lo contradicen? ¿O el voto bonaerense lo obligará a recalibrar?

Blanco predilecto de los agravios de Milei, Kicillof respondió en las urnas sin necesidad de insultar.

La sociedad frente al agravio

El uso cotidiano del insulto desde la cúspide del poder tiene efectos sociales profundos. Naturaliza la agresión como lenguaje político, legitima la violencia verbal y erosiona la posibilidad de un debate democrático. Cuando el Presidente llama “sodomitas del capital” o “degenerados fiscales” a sus adversarios, habilita a que todo desacuerdo sea concebido como traición.

El problema no es sólo estético o de formas: es de fondo. El Estado se convierte en altavoz de la bravuconada, y lo que debería ser discusión de políticas públicas queda reducido a una pelea de insultos. El resultado es una sociedad más crispada, más intolerante y más fragmentada.

¿Y qué tal en la red social preferida del Presidente?

Allí Milei siguió denigrando en lo que va de septiembre —a través de comentarios suyos, de retuits y tuits compartidos con una cita— a todo individuo que se atreva a cuestionar su modelo económico. A sus colegas economistas —inclusive a los de ideario liberal, como el suyo— que ponen en duda la sostenbilidad del plan Caputo los llama “econochantas”, y el mes pasado se despachó, en particular, contra un reconocido economista liberal, Miguel Ángel Broda, citando unos comentarios críticos de parte del director del Banco Central, Federico Furiase. “Tremenda domada”, publicó Milei de Twitter (X).

También volvió a atacar personalmente a un periodista, Marcelo Bonelli, con al sigla “NOLSALP”, que significa “No odiamos lo suficiente a los periodistas”, citando el tuit de otro funcionario, Felipe Núñez, director del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE). “Otras vez los medios mintiendo”, tuiteó antes para cuestionar una publicación inconveniente para su gobierno.

Milei demostró que su promesa de dejar de insultar no pasó de un titular. Cada discurso presidencial desde aquella promesa velozmente deshonrada por el Presidente, vino con al menos un insulto a cualquiera de sus blancos: economistas, periodistas, opositores, legisladores, empresarios, académicos, la prensa escrita. De los “degenerados fiscales” a los “orcos” y “periodistas mentirosos”. Ya había usado la palabra mogólico en 2024 y en la última reunión del Consejo de las Américas usó la condición del autismo como metáfora despectiva, para ridiculizar a los críticos. La vulgaridad se volvió método y la chicana, política de Estado.

Además, pasó casi inadvertido por la opinión pública, que habrá estado prestándole atención a otros asuntos, pero cuando Milei habló de “sodomitas del capital” en el discurso en la Bolsa de Comercio de Rosario (22 de agosto), lo usó como un insulto. El término “sodomita” históricamente está cargado de connotaciones homofóbicas: remite al pecado de Sodoma, asociado a la homosexualidad en la lectura bíblica más extendida, y fue usado durante siglos como estigma contra personas LGBT+.

En este contexto, al unirlo con “del capital”, Milei buscó un efecto de degradación moral sobre sus adversarios, reforzando la idea de que son desviados, corruptos o antinaturales. Por lo tanto es un insulto con sesgo homofóbico, porque recurre a la descalificación vinculada a la sexualidad para atacar a opositores políticos.

Es como cuando un niño con autismo repite todo el tiempo lo mismo, aunque no tenga sentido. Bueno, así actúan los que critican nuestro programa económico

Javier Milei presidente de la Nación

Ahora queda por ver si tras el golpe electoral de septiembre, habrá margen para una rectificación. El Presidente que dijo “basta de insultos” terminó el mes insultando más y quizás peor que nunca.

JJD

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