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OPINIÓN

Argentina, el país donde el insulto es el idioma oficial del poder

Javier Milei, el presidente que gobierna a los argentinos a los gritos.
11 de agosto de 2025 14:31 h

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Javier Milei no moderó para nada su discurso. Sigue siendo el mismo incivil que era como panelista de Intratables o en el programa Fantino, uno de sus propagandistas. Ni el sillón de Rivadavia ni la banda presidencial lograron que intentara, al menos, corregir sus formas vulgares e impropias de su investidura. La falta de respeto hacia los demás se volvió costumbre: “basura”, “mandriles”, “imbéciles”, “parásitos”. Lo dice sin pestañear, cotidianamente, como si fueran actos de gobierno. En cualquier otro país, un presidente que se expresara así se vería obligado a rectificarse o pedir disculpas. Aquí no. Aquí en la Argentina normalizamos el insulto incluso cuando viene desde la cumbre del poder. Nos parecerá pintoresco lo ordinario, o divertido lo soez.

El insulto, para Milei, no es solo un desahogo: es una herramienta política. Cuando no hay resultados para mostrar, la estrategia es fabricar un enemigo por día, al que culpar, denigrar y usar como chivo expiatorio para tapar las propias falencias. La inflación baja al 2% o al 1,5% mensual, pero la sensación en la calle es otra: el sueldo se escurre, la changa rinde menos, el supermercado se convirtió en un vía crucis. Mientras tanto, el presidente ocupa titulares no por medidas que mejoren la vida de la gente, sino por sus exabruptos.

No es nuevo. En nuestra historia reciente tuvimos presidentes y presidentas que disfrazaban la improvisación con chicanas o gestos altaneros. Pero Milei lleva el agravio a otra escala: lo hizo marca registrada. Un jefe de Estado que no debate con ideas sino que descalifica con adjetivos de bar, y que parece convencido de que la política se hace a los gritos, como si todavía estuviera frente a las cámaras de América TV.

La pregunta es si esta forma de ejercer el poder no nos empuja, otra vez, al mismo callejón sin salida. “Como son todos lo mismo”, terminamos eligiendo a uno que, como otros y otras antes, nos expone al ridículo internacional. Y la risa del mundo, lejos de ser inofensiva, erosiona cualquier intento de ser tomados en serio. Porque un país que tolera que su presidente trate de “mandriles” a opositores o periodistas, es un país que resigna la posibilidad de una conversación pública madura.

No vamos a salir del loop tóxico y decadente en el que vivimos con un presidente que profiere agravios a diario, que ofende y que basa su poder en humillar a otros, sin perjuicio de un modelo económico que los argentinos ya conocemos de memoria, que acumula promesas rotas, genera más dudas que certezas y que —como tantas veces— amenaza con terminar mal. Muy mal. Mientras tanto, ahí lo tenemos, despeinado, con esos pelos que ya son parte del mismo personaje que no ha mejorado. Afuera, en el mundo, como siempre, no entienden si reírse de nosotros o sentir lástima.

JJD

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