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El bestiario oficial

En julio Milei siguió insultando a troche y moche: “basura”, “mandriles”, “imbéciles”, “parásitos”

Desde el atril o desde las redes, Javier Milei grita para ejercer poder. La agresión catártica desde la televisión lo llevó al poder y ahora la continúa desde la Casa Rosada. La pregunta es cuánto más resiste un presidente que insulta más de lo que ofrece en resultados.

Juan José Domínguez

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En julio, Javier Milei no moderó su discurso: lo endureció. Desde púlpitos religiosos, escenarios políticos y su cuenta de X, el Presidente insultó con regularidad quirúrgica: “mandriles”, “parásitos”, “pelotudo”, “basura”. No fue catarsis: fue método. Una estrategia de poder que humilla, divide y reafirma liderazgo desde el desprecio.

Llamó “degenerados fiscales”, “parásitos mentales”, “chorros”, “mala leche” y “periodistas basura” a quienes lo critican o cuestionan el rumbo de su gobierno y de su programa económico. En vez de bajar el tono, consolidó un léxico propio, inusual para un jefe de Estado, que se volvió marca registrada de su presidencia. En otros países, semejante agresividad desataría repudios institucionales. En Argentina, se naturaliza.

El 6 de julio, en la inauguración de una iglesia evangélica en Chaco, gritó desde el atril: “El demonio está en el Estado” y acusó a sus adversarios de “degenerados fiscales”, algo que ya había repetido meses antes, por propugnar el déficit para comprar votos, según denunció. Religión y violencia verbal, desde el altar.

El 8 de julio, durante la Cumbre del Mercosur celebrada en el Palacio San Martín, Milei volvió a embestir con su retórica agresiva: denunció que “los parásitos de siempre” buscan boicotear el cambio y calificó como “la basura del sistema” a quienes lucran con la pobreza. También los acusó de “vivir del Estado” y de tener “miedo a que se les acabe el curro”.

El 15 de julio, en el evento “La Derecha Fest”, lo repitió: “Estamos rodeados de parásitos”, “los que lloran son los caranchos de la política, parásitos de la casta que tienen miedo de perder los privilegios”.

También lo hizo en la Bolsa de Comercio: “Viven del choreo, de la teta del Estado. Son una casta de ladrones, parásitos. Los que se oponen a esto son unos degenerados”.

“Mandril” fue el insulto más repetido del mes. Lo usó para descalificar periodistas, economistas, sindicalistas y hasta usuarios comunes. “SIGUE LLORANDO MANDRILANDIA”, escribió en respuesta a las críticas por su política económica. En otro posteo, subió un gráfico de inflación con la leyenda “NO APTO PARA MANDRILES”. Y en un video replicó: “Si los econochantas mandriles entendieran este gráfico, se les caería la cara de vergüenza”.

La palabra tiene una carga simbólica fuerte: refiere a lo grotesco, lo animal, lo primitivo. Se inscribe en un bestiario libertario que también incluye “orcos”, “parásitos”, “ratas” y “caranchos”. Una forma de deshumanizar al adversario, reducirlo a lo irracional, degradarlo al plano zoológico.

A mediados de mes, publicó un tuit propio con letras mayúsculas: “NO ODIAMOS LO SUFICIENTE A LOS PERIODISTAS BASURAS (90%)”. A otro lo llamó “pelotudo operador mala leche”. También escribió: “Y sucede que hay imbéciles que te dicen que la gente se siente peor”.

A sus enemigos ideológicos los trató de “degenerados fiscales”, “mandriles ensobrados” y “parásito de los derechos sociales”. Incluso se refirió al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, como “el enano soviético, cuya cabeza está totalmente infectada con parásitos mentales”. A quienes cuestionan su estilo, les dedicó una frase: “No apto para los imbéciles de las formas”.

La agresión como método

Milei no solo insulta. Construye poder a través del agravio. En cada insulto hay una estrategia: polarizar, movilizar a los propios, dividir a los otros. El agravio se volvió herramienta institucional. La cuenta de X del Presidente no informa: ridiculiza, ataca, humilla.

Ya en junio, elDiarioAR registró más de veinte ocasiones en las que el presidente de la Nación profirió insultos en público: “soretes”, “hijos de puta”, “parásitos mentales”, “mierda”. En julio, la lista se amplió, pero no cambió la lógica. No se trata de un presidente que a veces insulta. Se trata de un presidente que gobierna insultando. Y ningún funcionario desmiente ni matiza sus palabras.

La palabra presidencial dejó de ser persuasiva. Ahora es punitiva. Sirve para castigar, aislar, humillar. Como si el jefe de Estado gobernara desde un ring, cada vez más cómodo con el rol de púgil. La descalificación, repetida y sistemática: esa sí que es una política de Estado.

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