Arte Folk Americano
Pulpa
En mi primer día en el taller, Sarah Lee tiró un animal muerto sobre mi estación de trabajo, produjo una incisión y empezó a explicarme cómo usar el bisturí para despellejarlo. Se debe cortar, separar con la mano y volver a cortar los tejidos que aún sujetan el pelaje al resto del cadáver. Resbaladiza, artera e inaprehensible, ligada a la enfermedad y a la pereza, la grasa es quizás el más sinceramente animal de todos los elementos que nos conforman, y quizás por ello el más difícil de eliminar.
Además de ser el órgano más extenso y de regular la temperatura corporal, de proteger a la carne viva y de balancear los niveles de agua del organismo, la principal característica de la piel es la de estar organizada en capas. Se trata de tres niveles: el tejido corporal (o pulpa, o también carne, flesh en inglés), la dermis (también llamada corio), y la epidermis (o granilla, la capa más exterior). Al carnear existe un notorio riesgo de realizar cortes innecesarios en la epidermis que luego deberán ser cosidos, y también de raspar demasiado al pelaje, lo que puede dañarlo. Recién luego de una semana de trabajo ininterrumpido la mejora en el manejo de tijeras, cuchillos y bisturí se hace evidente. Sin embargo, a partir de ahí la depuración de la técnica es lenta y farragosa. Los dolores de muñeca y de articulaciones, desde el codo a las falanges, son frecuentes.
Al secarse el tejido corporal se pone muy duro y soldifica a las células del corio, por lo que debe ser totalmente removido. Si la faena no está terminada y se suspende, el animal debe guardarse cubierto por una bolsa de nylon para conservar cierta humedad, y depositado dentro de una heladera. El corio o dermis tiene fibras de colágeno que son durables como las sogas de un barco. Constituyen la parte que se convierte en cuero, la capa más fuerte de la piel, la que se eterniza en la taxidermia. Como el carácter, la dermis es débil en los animales jóvenes y también en los viejos. La epidermis, finalmente, es la parte más sutil, una constelación de texturas y de componentes, siempre viva y muerta a la vez. Su condición zombie alberga músculos microscópicos, glándulas sebáceas y sudoríparas. Las raíces del cabello se encuentran en la epidermis, pero a veces la traspasan y llegan a la dermis. Por eso el taxidermista debe ser en extremo cuidadoso. Cortar las raíces implica la pérdida del preciado pelaje.
Resulta también fundamental comprender las diferencias entre el colágeno y la queratina. El colágeno conforma al cuero, y está en la dermis. La queratina, que se ubica en la epidermis, compone a los folículos pilares, al pelaje, a las raíces de las plumas, y se extiende, fortificada, hacia los cuernos, que no deben ser confundidos con las astas. A diferencia de las astas, que en cérvidos y venados son descartadas cada fin de invierno en el proceso llamado desmogue, y que mientras transcurre su crecimiento anual estuvieron cubiertas por un precioso terciopelo llamado borra, los cuernos son irremplazables. La queratina los hace durar; son piel concentrada, hipercompleja, roquificada. Los rinocerontes y las cabras tienen cuernos; los ciervos, renos, venados y gran parte de su extensa familia tienen astas.
Tras aprender esto, por la noche, recostado en mi cama de West Burlington, pomposo, anoté en mi libreta:
“Las astas son como el amor o la autoestima, se pueden regenerar, mutan, y de a momentos necesitan una interfaz hacia el mundo, sea terciopelo o sean ritos. Los cuernos, en cambio, se parecen a la inocencia o a la fe: crecen una vez en la vida y todo el mundo quiere arrancártelos. Su valor radica en su escasez. ¿Pero es aquel su único valor? Creo que no. La inocencia, en igual medida que la fe, son entidades que existen en sí y para sí, su exquisitez consiste en perseverar ajenas al devenir y en guerra contra el lenguaje”.
Paleta de colores
La bibliografía que había consultado antes de viajar a West Burlington pretendía que el carneado de los animales era una tarea fácil y casi burocrática, que debía hacerse con cuidado pero no merecía mayores indicaciones. No es así y, sospecho, existen dos motivos para esta omisión. Algunos manuales de taxidermia están escritos para personas acostumbradas a la convivencia con la naturaleza. A la caza, a la cría y ulterior ejecución de ganado, o a cualquier tipo de relación no extraordinaria con cuerpos muertos.
El segundo tipo de manual omite el momento repugnante en forma deliberada. Son materiales que fueron hechos para gente que fantasea con embalsamar un animal, pero nunca lo hará. Personas para quienes la taxidermia sólo es tolerada como una excentricidad contracultural.
Durante mi educación como taxidermista comprendí que, más allá de los manuales, el cadáver se rebela. Es un campo de fuerzas en acelerada descomposición donde hay tendones que cuelgan y se resisten a ser cortados, intestinos aún llenos de excrementos, tripas que huelen mal y derraman fluidos dondequiera que sea, y donde principalmente hay un color, un rojo profundo, casi carmesí, con momentos violáceos y pliegues que se acercan al ocre: el color que los mamíferos llevamos dentro.
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