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Lecturas

El encanto del tanino

Portada de 'El encanto del tanino'

Alejandro Jasinski

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El mundo de la pseudoconcreción es un claroscuro de verdad y engaño. Su elemento propio es el doble sentido. El fenómeno muestra la esencia y, al mismo tiempo, la oculta […]. En el mundo de la pseudoconcreción el lado fenoménico de la cosa, en el que esta se manifiesta y oculta, es considerado como la esencia misma, y la diferencia entre fenómeno y esencia desaparece.

Karel Kósik

 

La Forestal será una especia de mito difícil de comprender, si la historia no socorre a los hombres [y mujeres] para enseñarles sobre qué bases de antiguas miserias y asombrosas riquezas fue necesario construir, paso a paso, luchando, opinando y obrando, la sociedad equitativa…

Gastón Gori

 

La masacre obrera ocurrida en 1921 en dominios de La Forestal no puede ubicarse en el calendario con un dedo. No ocurrió en un día y horario determinado. Se trató, más bien, de una sumatoria de violentos episodios encadenados en un proceso represivo, que ocurrieron en el marco de un ciclo de intensas luchas sociales.

El inicio de este ciclo puede situarse a mediados de 1918, con las primeras huelgas de los trabajadores fabriles en los pueblos forestales. La reacción estratégica de la empresa se puso en marcha en abril de 1920: sus arietes fueron el incumplimiento empresarial de los acuerdos firmados poco antes, la creación de una policía montada provincial financiada por la compañía y un lockout productivo. Desahuciados, perseguidos y refugiados en los montes de quebracho, el 29 de enero de 1921, grupos de trabajadores se arriesgaron a tomar los pueblos de La Forestal.

Fueron repelidos con una encarnizada eficacia. La prensa socialista calculó en más de quinientos los trabajadores asesinados y habló de una “caza” de obreros. El diario Santa Fe denunció a la empresa por cometer crímenes de lesa humanidad. El diputado provincial Belisario Salvadores detalló en la legislatura santafesina las brutales escenas creadas por los gendarmes.

Sobre estos hechos trató mi libro anterior, Revuelta obrera y masacre en La Forestal, publicado en 2013. Con posterioridad, me interesé en conocer cómo había seguido aquella historia, qué había ocurrido una vez acallada la rebelión popular. Fui a buscar las luchas, las protestas, la furia de los de abajo. Pero encontré muy poco de esto. Es más, algunos hechos hasta indicaban lo contrario. Era claro que había finalizado una etapa histórica.

La que le siguió es estudiada en este libro. Su mojón inaugural fue emplazado en 1923, cuando, luego de una selectiva depuración de sus dominios, La Forestal reanudó la producción y el director gerente del directorio en Londres, O. J. Buxton, se comunicó telefónicamente con el presidente argentino, Marcelo Torcuato de Alvear, para anunciar la implementación de un programa de reformas sociales. Entonces, ante la prensa, el presidente del directorio local, Carlos Gómez, detalló aquel plan y aprovechó para denunciar que la empresa había sido víctima de una “campaña de desprestigio”, cuyos responsables eran –así los definió– los “enemigos de LA FORESTAL”, aquellos que rechazaban la “obra de civilización y cultura” y el “bienestar” que había sabido llevar la empresa al norte de Santa Fe. Derrotada la experiencia sindical, en aquel mismo tiempo bisagra, un cronista del diario porteño La Razón recogía el testimonio de un obrero que, resignado, valoraba que “al fin” sus hijos tenían para comer.

Este fue el comienzo de un nuevo orden empresarial. Durante dos décadas, los directivos diseñaron y ejecutaron las políticas que creyeron necesarias para garantizar la producción. Por supuesto, los conflictos no faltaron. El rumor de la protesta se hizo sentir una y otra vez y hasta reemergieron las experiencias sindicales. Pero el dominio empresarial fue avasallante.

A fines de la década de 1930, cuando comenzaba la segunda gran guerra y cuando se avizoraban profundas transformaciones en la industria del tanino, la empresa activó el plan de retirada del país. La deslocalización productiva, dirigida hacia África, no fue veloz ni se privó de sobresaltos y contramarchas. Pero si resultó exitosa para la compañía, se debió, sin duda alguna, al sistema de control y disciplinamiento social que, en 1949, el gobernador santafesino, el peronista Juan Caésar, calificó, con notable asombro, como un “método de explotación científica” que buscaba el mayor rendimiento de su personal, “destruyendo todo espíritu de iniciativa”.

¿Cómo logró reconstruir el orden que abruptamente se había desvanecido en aquel final de década de 1910? ¿Qué métodos y recursos puso en juego para transformar los embroncados ánimos de los obreros que, en aquel clivaje histórico, se habían convencido de que podía alcanzar un mundo distinto al de la explotación sin misericordia que les imponía la empresa? ¿Cuánto del éxito se debía a la implementación de una política represiva extrema y cuánto a las nuevas estrategias que llamaban “reformas sociales”?

Este libro expone los resultados de una investigación que buscó responder estas y otras preguntas relacionadas con las estrategias de La Forestal. Fue un camino largo y denso, donde, quizás, la dificultad más estimulante no surgió de la simple lectura de documentos y prensa de la época o de la revisión de vieja y nueva –y siempre escasa– bibliografía sobre el asunto. Con mayor fuerza, la peculiaridad de este problema histórico se fue descubriendo ante mí durante cada viaje que hice a los pueblos forestales. Ya al comienzo de este nuevo desafío, durante las presentaciones del libro que hice en aquel norte santafesino, tuve la sensación de que mi propósito originario estaba destinado al fracaso y que, si quería llegar a buen puerto, iba a necesitar cambiar mis preguntas y recurrir a otras estrategias y herramientas de investigación.

Una de aquellas presentaciones tuvo lugar en la Biblioteca Popular de Margarita. Al terminar mi exposición sobre la explotación y la represión vivida en los dominios de La Forestal durante las dos primeras décadas del siglo XX, una mujer de unos setenta años pidió la palabra. Se levantó de su asiento, visiblemente indignada. Dijo que yo estaba equivocado, que ella conocía otra historia, una verdadera, respaldada en su experiencia personal y en las memorias colectivas que portaba. Aunque no había vivido la época que nos convocaba, objetaba las fuentes que yo citaba. El movimiento redundaba en una inconsciente triple negación: de la explotación, de la rebelión y de la masacre. Entiéndase el razonamiento implícito: si no existieron aquellas malas condiciones, ¿por qué habrían de rebelarse los trabajadores? Y si no había lugar para la rebelión, no podría haber existido una masacre como la descrita. En última instancia, se habría tratado de protestas animadas por inconfesables intereses, de manera que se relativizaba o justificaba la represión.

La intervención de esta señora generó un gran debate entre los asistentes, que se conjugó en pasado, presente y futuro. Con el tiempo, me di cuenta de que, al dar su veredicto, esta mujer desnudó todos los ribetes de un profundo compromiso hacia la dominación que la empresa pretendió imponer sobre el territorio del norte santafesino. Se me hacían cada vez más nítidos todos los detalles de su interposición. De pie, erguida y con aires de arenga, en aquella presentación, supo también advertir a los jóvenes presentes, una treintena de estudiantes de un secundario nocturno, que lo que faltaba en la actualidad era la disciplina que habían sabido imponer los ingleses. El humus del que emergió su posición pude reconocerlo luego, en otros testimonios y fuentes.

Este daba cuenta de una “época de oro” de La Forestal, que todavía se muestra presente en la materialidad de los pueblos, en mojones de la memoria, fácilmente perceptibles: las ruinas de las fábricas, sus chimeneas, los edificios que pertenecían a la compañía y en el mismo trazado urbano; también en realidades más esquivas a los sentidos, que se hacen presentes en la susceptibilidad de quienes ven ultrajada la memoria y reputación de algo más que una empresa: La Forestal era vivida como un gran padre proveedor del sustento diario y de una forma de ser, pensar y comportarse. Se trataba de un sentido común del poder, expuesto en imaginarios, que no son simples relatos, y que dan cuenta, con certeza, de un auténtico problema de investigación histórica.

Años después de aquellas presentaciones, en 2020 y 2021, por primera vez en la historia de los pueblos forestales, se organizaron actos oficiales para conmemorar las luchas obreras centenarias. Se realizaron charlas y debates, presentaciones de videos e inauguraciones de espacios culturales y de valor histórico, con gran cobertura mediática e intervención de múltiples actores, desde funcionarios nacionales y provinciales, sindicatos, intelectuales, hasta docentes y estudiantes de la zona. En Villa Guillermina, se erigió el monumento a Teófilo Lafuente, primer secretario general del tanino, protagonista de aquellas luchas. Sus nietos y nietas estuvieron presentes. También se anunció la creación de un parque de la memoria y la identidad. En Villa Ana, se aprovechó la apertura del 25º Festival del Quebracho, para inaugurar un mural que proyecta una foto tomada en noviembre de 1920 en un obraje de La Gallareta, donde se ven trabajadores anarquistas en lucha, enseñando monturas, armas, guitarras y violines. Aquella noche de festival, sin embargo, uno de los artistas invitados solicitó al público un aplauso en recuerdo de la empresa que tanto trabajo había sabido dar en su tiempo.

El complejo problema, como vemos, presenta múltiples pliegues y demanda reflexiones simultáneas en clave de pasado y presente. En el fondo, se descubre una tela histórica mallada con un abnegado e ingenioso esfuerzo empresarial.

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