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Tecnoceno

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Creadores de la propia audiencia

“La subjetividad expresiva del artista, el analizante, el filósofo, la interioridad de la conciencia proletaria, sufren una erosión”, afirma Lash en Crítica de la información para referirse a este complejo aplanamiento de la profundidad subjetiva que veníamos describiendo. Y agrega: “La subjetividad expresiva suponía la conciencia como un monólogo interior. En cierto modo, el significado estaba en la conciencia. Uno lo construía para sí”. Hoy, en cambio, “la creación de sentido es para otros”. 

De esto habla también el escritor italiano Alessandro Baricco en su ensayo Lo que estábamos buscando (2020), sobre la pandemia como mito construido cuidadosamente con la materia de nuestros temores y de nuestros deseos más íntimos. En el fragmento 10, Baricco señala que la profundidad también es --como la pandemia, como el inconsciente-- una criatura mítica: “Rara vez hemos construido mitos mejores y más eficientes”, afirma. “En una sola palabra se fijaba la eventualidad de un lugar que daba sentido a mil presentimientos, un entero sistema ético y una precisa idea de alma.” No obstante, asegura, “ahora la estamos abandonando, porque no es adecuada para descifrar el mundo contemporáneo. Es un mito que se está disolviendo. […] Convencidos de tener que escalar paredes escabrosas, nos encontramos frente a praderas. Donde la distancia está trazada en el orden de las horas, se alcanza la meta en algunos minutos.” 

En las formas de vida infotecnológicas se desdibuja tendencialmente esa constitución minuciosa del sí mismo introspectivo, silenciosa y muchas veces solitaria que modeló los procesos de individuación en la modernidad ilustrada, y que era promovida por tecnologías del yo como la rememoración o el examen de conciencia. En su lugar adquieren mayor relevancia la aparición en público y la creación de sentido orientada hacia los otros. El sentido se construye como comunicación, por medio de comentar las actividades cotidianas, mostrarlas, exponerlas ante diferentes auditorios, desde las redes sociales hasta los reality shows y, en otra esfera, los grupos de autoayuda que proponen, como parte de la posibilidad de “regreso a sí”, el intercambio de experiencias y refuerzos junto a otros que padecen o han padecido lo mismo. 

Desde esta perspectiva, la reflexividad comienza a volcarse hacia una práctica comunicativa a través de la cual el yo se expone y, exteriorizándose, se organiza a sí mismo. En este contexto, decir que la reflexividad se produce como práctica comunicativa es advertir que las tecnologías del yo contemporáneas se apoyan más en dispositivos de visibilidad y en relatos de corta duración que en dispositivos de introspección y relatos de larga duración como la autobiografía o la construcción psicoanalítica de una “novela familiar”. 

Estamos ante una nueva cultura del yo que se exhibe ante los demás; un sujeto que, así como asume la individualidad somática, se reconoce también como emisor continuo de señales, como obra viviente, que se experimenta, se expresa, se juzga y actúa sobre sí, en parte, en el lenguaje del espectáculo. Y que se entrena como creador de su propia audiencia.

En La intimidad como espectáculo (2008), la antropóloga Paula Sibilia analiza, desde una perspectiva muy crítica inspirada en las tesis de Guy Debord, dos tendencias complementarias de la contemporánea “cultura del yo”: la exhibición de la intimidad y la espectacularización de la personalidad. Por exhibición de la intimidad se refiere a nuevos hábitos asociados con poner en el espacio público materiales, informaciones, fotografías, imágenes que hasta hace poco se entendían como correspondientes a la esfera de la intimidad, a través de redes sociales o de medios de comunicación masivos, lo que incluye la participación de profesionales del espectáculo, pero también de políticos, intelectuales e incluso personas no necesariamente conocidas por haber realizado obra alguna, en shows donde se interviene narrando la propia biografía; la exhibición de la propia casa o de la vida familiar en revistas de actualidad; la asistencia a eventos sociales donde se sabe que será filmado y reproducido.

Sibilia señala, con agudeza, la paradoja de que en nuestra época se protegen cuidadosamente ciertos datos personales —en especial bancarios y comerciales— contra posibles invasiones de la privacidad mientras por otro lado “se promueve una verdadera evasión de la privacidad en campos que antes concernían a la intimidad personal”. El género típico de esta nueva era es el “diario éxtimo”, los fotologs, las páginas personales de las redes sociales, las fotografías y videos subidos a sitios como YouTube (un servicio nacido en abril de 2005 cuyo eslogan era, significativamente, Broadcast yourself), y que ha dado lugar a un verdadero entrenamiento en la exposición. Incluso, con los años, se han desarrollado subgéneros novedosos como el de la humillación en cámara. No me refiero tanto a la humillación involuntaria (las “cámaras sorpresa” de la década de 1990 ya no concitan tanta atención), sino sobre todo la intencional: los certámenes en los que los participantes son conscientes de que saben poco y nada acerca de la habilidad exigida, y participan alegremente frente a la burla de jurados y presentadores, como en la competencia de pasteleros aficionados Nailed It! de Netflix; o como los desafíos de Roast Yourself, en los que youtubers famosos se ríen de ellos mismos componiendo canciones a partir de los comentarios más crueles de sus haters.

Por espectacularización del yo, Sibilia entiende la conversión de la propia personalidad en un objeto de afeites, cuidados cosméticos y estilizaciones para difusión instantánea. Un ejemplo de esto es precisamente el género reality show, en el que los participantes se convierten en personajes y estilizan sus reacciones e intervenciones para ser votados por la audiencia. Sibilia analiza estas dos tendencias a la autotematización como verdaderas rupturas más que continuidades con prácticas anteriores, como “signos de una transformación en los modos de ser: una mutación en la subjetividad”, asociadas a nuevas reglas para la constitución del yo y nuevas maneras de relacionarse con el mundo y con los demás. E interpreta esto en relación con las nuevas necesidades del capitalismo: “El mundo contemporáneo solicita otro tipo de sujetos para llevar a cabo sus actividades y proyectos: necesita cuerpos más ávidos, ansiosos, flexibles y reciclables”.

Cabe pensar, en este sentido, que uno de los principales efectos de la participación activa en las redes sociales virtuales como Facebook o Twitter es el entrenamiento de las personas “comunes” en la creación y el trato frecuente con audiencias: con sus propias audiencias. En efecto, estas redes constituyen el lugar en el que los participantes aprenden a atraer a los otros para que los sigan, aprueben con “me gusta” sus publicaciones, celebren sus ocurrencias, comenten sus actividades, ideas y opiniones, evalúen sus fotografías, los inviten a eventos. Es decir: estas nuevas superficies mediáticas no solo permiten la acción de los públicos en su faceta de productores de contenidos (la figura del prosumidor, que se evoca a menudo en relación con los consumidores que con sus preferencias y colaboraciones ingresan en un régimen mixto de consumo y producción). Tampoco únicamente su rastreo y eventual gestión por parte de las industrias que organizan los tránsitos de la información allí volcada. Son verdaderos campos de entrenamiento para ejercitar la comunicación con públicos, donde se practican habilidades que cada vez más son imperativos de nuestra hiperactiva, ruidosa y a su manera también salvaje vida multitasking

Ha sido el pensador italiano Paolo Virno quien identificó un aspecto central de esta correlación entre industria cultural y formación personal-profesional. En Gramática de la multitud (2003), Virno sostiene que los medios de comunicación tienen hoy la tarea fundamental, no solo y no tanto de producir productos (programas, películas, música), sino fundamentalmente de producir productores. Ellos entrenan a los individuos en destrezas que serán empleadas luego en muy diferentes actividades e industrias: la informalidad meticulosamente administrada, la gestión oportunista de la “buena presencia”, la facilidad para inventar un chiste o una frase persuasiva, la capacidad de improvisar súbitas variaciones de tema o de intensidad, la seducción, la indignación superficial, la calculada grosería —simétrica y opuesta a la “mayor consideración” con que se encabezaban años atrás las cartas comerciales— son todos adiestramientos rigurosos. (…)

A distancia

Otra de las características de las formas de vida infotecnológicas, que ha sido mencionada muchas veces, es que existimos y funcionamos “a distancia”. Lo cual implica que solo nos es posible atravesar esas distancias mediante interfaces maquinales; en buena medida, a través de las máquinas de comunicación y transporte de signos. 

Esto no es nuevo: tal como enseña la teoría sociológica clásica, ya los lazos orgánicos de la comunidad tradicional habían tenido que dar lugar a los vínculos a distancia de las “comunidades imaginadas” del Estado nación. Hoy, sin embargo, esa distancia se incrementó hasta tal punto que el lazo social espacial se desgarra y se reconstituye como link, enlace de red, vínculo fundamentalmente sociotécnico. 

Y con todo, eso no es lo más llamativo. Más curioso resulta comprobar que incluso la naturaleza puede ser hoy “a distancia”. El primer paso en ese sentido fue la posibilidad técnica de desacoplar la vida humana del cuerpo humano. El desacople del par cuerpo-vida, conseguido a lo largo del siglo XX, permitió construir reservorios o bancos de “material anatómico humano” disponible, que se sostiene con vida mediante una intervención tecnológica intensiva hasta el momento de ser utilizado, reinsertado en un cuerpo o desechado. Más tarde, entre finales del siglo pasado y comienzos de este, el Proyecto Genoma Humano reveló que lo más intrínseco e interno de nuestra complexión biológica, nuestro genoma, puede externalizarse y conservarse en bases de datos. 

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