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ESTADO DEL ARTE

¿Son caros los libros en Argentina?

El debate involucra a editores, autores, lectores y libreros

Natalia Laube

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Sucedió casi de un mes para el otro: la ritual compra de libros para leer durante las vacaciones pasó de ser un gusto que cualquier hijo de la clase media ilustrada, con más o menos esfuerzo, no duda en permitirse a ser considerado una suerte de lujo del que eventualmente habrá que prescindir. Las conversaciones se llenaron de “¡Qué caros están los libros!” y la twittósfera argentina no tardó en dar cuenta del fenómeno. A fines de enero, Camila Sosa Villada arremetió contra Tusquets, el sello editorial que publica sus textos: 

“A ver si vamos bajando el precio de los libros, que además ya se amortizaron. Salvo que quieran matar a los autores y distanciarlos de sus lectores, cosa que me parece muy probable dados los últimos acontecimientos. BAJEN LOS PRECIOS”. 

Después, se trenzó en una discusión con editores y autoras de la escena local. Esta semana, la editorial Blatt & Ríos compuso un hilo de descargo que comienza diciendo: “Es muy triste: la mayoría de los potenciales lectores no pueden comprar nuestros libros”. Vale la pena buscarlo y leerlo completo. 

Pero, ¿están realmente caros los libros en Argentina o es una sensación generada por la depresión general del poder adquisitivo? La inflación galopa y confunde, por eso conviene recurrir a la memoria y a los registros de los libreros, que se habituaron a cambiar los precios en sus sistemas de administración a un ritmo mensual. “Para que te des una idea, un libro que en diciembre estaba alrededor de 9900 pesos, en enero subió a 14 mil y en febrero pasó a costar 16500”, dice Cecilia Fanti, al frente de Céspedes, librería que hoy tiene dos sucursales con tipos de público: una en Colegiales, donde atiende sobre todo al público del barrio y aledaños, y otra en el Centro Cultural Recoleta, con un gran caudal de turistas que pasan por su local antes o después de visitar el Cementerio. “Obviamente, esta suba de precios repercutió en las ventas, que cayeron bastante en mis dos librerías. En Colegiales, cerca de  un 30%. En Recoleta, que tiene un público más internacional, un poco menos. Pero noto que, de a poco, los libros les están quedando caros incluso a los turistas”. 

Y es que, con el dólar planchado y los precios en alza, los incrementos recientes achicaron considerablemente la brecha entre el precio de los libros en Argentina y otros mercados del mundo hispanoparlante. Si bien hay editoriales que siguen sosteniendo un valor diferencial para el mercado local, absorbiendo los costos en alza, muchas otras –sobre todo las más grandes– terminaron equiparando sus precios con esta última suba, en un país en el que el salario promedio es muchísimo más bajo que el de muchos otros países de la región. Ejemplo de lo primero es Caja Negra: por tomar un caso cualquiera, el último lanzamiento de Mark Fisher, Deseo postcapitalista, salió por estos días a la venta a 21 euros en España, 19.000 pesos (unos 19 dólares) en Chile y 13.500 pesos acá. Del otro lado está Random House: El estilo de los elementos, el último libro de Rodrigo Fresán, sale a la venta a 24 euros en España y un precio bastante similar (casi 27 mil pesos) acá. Pero para que los precios sirvan de indicadores es importante ponerlos a jugar con otras variables. ¿Qué representan estos valores en relación con el salario mínimo, vital y móvil? En España, donde el salario más bajo alcanza los 1080 euros, este precio implica un 2,2%. En Argentina (que acaba de fijar su salario mínimo en 180.000 pesos), es un 15%. 

Pero, ¿a qué se debe esta suba de casi 70% en dos meses? Quienes están en la conversación editorial saben de memoria la respuesta hace demasiado tiempo. Los libros tienen un componente altísimo de su valor fijado en dólares: el precio del papel, un commodity internacional con el que además de libros se hacen muchísimos otros productos más redituables para el mercado, como papel de librería o packaging. “El costo real de un libro está compuesto en un 60% por el precio del papel, que fue aumentando de forma desmedida en el último año, muy por encima de la inflación y el dólar”, explica Damián Ríos, fundador junto a Mariano Blatt de la editorial que lleva sus apellidos. “En Argentina hay solamente dos pasteras que fabrican papel y cartón para todos los usos. El mercado del libro es chico para ellas, y no les importa mantener un precio competitivo. Antes se podía acceder a papel importado, pero esas importaciones ahora tampoco están entrando. Eso, por supuesto, no ayuda”.

Ante este contexto de gran suba y merma en las ventas, dice Fanti, es especialmente importante que la ley 25.542, que fija un precio uniforme de venta al público en toda la Argentina, siga existiendo. Por el momento, ese parece ser el caso: después del fracaso del proyecto de Ley Ómnibus, que contemplaba la desregulación de precios para permitir que cada librería pueda determinar sus propios valores, el asunto no volvió a ser retomado por el oficialismo. Todavía. “En principio, la ley sigue vigente y eso es especialmente importante en este contexto porque ninguna editorial ni librería chica resistirían la competencia, si además de la situación de crisis se desregularan los precios y una gran cadena de supermercados, por ejemplo, pudiese vender en masa a un precio más bajo”, analiza la autora y librera. 

Pablo Avelluto, que antes de ser Ministro de Cultura de la Nación durante la presidencia de Macri trabajó en la industria editorial durante muchísimo tiempo –tanto que hasta recuerda la Unidad Libro o UL, un coeficiente creado por un grupo de editores y libreros durante la hiperinflación, que se ajustaba todos los días con todas las variables que componían el costo de un libro tipo y se publicaba en el diario Clarín para ofrecer a la industria una referencia de precios– es una de las pocas voces optimistas en lo que respecta a la desregulación. “Yo no sé si los libros están caros o están baratos, lo que es evidente es que hoy están por encima de las posibilidades de compra de muchísima gente. Y creo que quitar el precio único podría significar una baja de precios, como pasó por ejemplo en el mercado norteamericano. Hay una posibilidad grande en utilizar la herramienta del precio como se utiliza en muchos otros comercios e industrias”, piensa Avelluto. Y sigue: “En otros mercados, donde no hay precios fijos (Brasil o Chile) los precios tienden a ser de todas formas bastante estables. Y en general hay un precio sugerido por parte del editor, que suele ser respetado. Pero las librerías pueden lanzar promociones para el Día de la Madre, para las fiestas, para el Día del Niño. Y eso, en una situación de crisis, hasta podría beneficiar el consumo”. 

Discusiones al margen, el ecosistema editorial aguarda en los próximos días los números de febrero, que posiblemente indiquen una caída en las ventas similar o incluso mayor a la de enero. Cómo se saldrá de esta crisis, en un país cuya ciudad más grande fue elegida la Capital del Libro por la UNESCO, aún está por verse. 

NL/NS

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