Lecturas

La vida es un río

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Primeros años del siglo XX. Un hombre viene desde el País Vasco, ingresa al nuestro en busca de trabajo. Su idea es juntar dinero para hacer venir luego a su mujer y sus hijos. Por alguna razón que desconozco, el hombre va a la zona del Alto Valle de Río Negro y comienza a vender frutas con un carro, así va desierto arriba la provincia de Neuquén hacia lo que hoy es Plaza Huincul.

En ese lugar el hombre adquiere cierta relevancia, a juzgar por una calle y una plaza que hoy llevan su apellido, un apellido poco frecuente por acá. 

El hombre junta dinero, se lo envía a su mujer para que viaje con los hijos y espera, pero la mujer ni contesta ni viene. El hombre cree que ella ha decidido quedarse en su tierra, piensa que tal vez encontró a otro hombre, un padre sustituto de sus hijos, o —quién sabe— puede que haya muerto, que hayan muerto.

Pasan los años, siempre sin noticias, el hombre busca una nueva mujer, se casa o convive con ella, tiene hijos y nietos, así hasta el día de su muerte. Uno de los nietos estudia Medicina y es quien me contó esta historia.

Cuando se recibe, va a trabajar a una clínica en Buenos Aires. En esa clínica hay otro médico con su mismo apellido. Conversando acerca de esa coincidencia, el otro cuenta que es nieto de una mujer que vino a la Argentina a encontrarse con su marido, vino con sus hijos y —tenemos que pensar que se trataba quizás de una mujer escasamente alfabetizada—, por alguna razón que desconocemos, la mandaron a Entre Ríos. Tal vez hubo una confusión con la palabra río. 

Lo cierto es que ella fue con sus hijos a esa provincia en busca del marido y el marido en un lugar no estaba y tampoco en otro, ni en el otro, hasta que en algún momento se detuvo, terminó de criar a sus hijos y esos hijos tuvieron hijos; uno de ellos, el médico que un día fue a Buenos Aires a trabajar en una clínica donde se encontró con otro del mismo apellido.

Así fueron, uno y otro, reconstruyendo las vidas de ese hombre y esa mujer a los que el destino (llamamos destino a la suma de condiciones personales, del país y de la época) les jugó una carta difícil.

Más dura para él quizás porque ella siempre supo que el marido estaba en alguna parte y que era ella quien no lograba encontrarlo, pero él murió pensando que su mujer había recibido el dinero y, al recibirlo, ya había empezado a olvidarlo.

MTA