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Campeonas a pesar del machismo: la historia de discriminación y conflictos detrás del éxito de la selección española

La selección femenina de fútbol a su llegada al escenario de Madrid Río

Ana Requena Aguilar

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Era 2015 cuando la selección femenina de fútbol disputaba su primer Mundial. Solo ocho años después el equipo nacional vuelve a casa como campeonas del mundo. El beso forzado del presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, a Jenni Hermoso ha enturbiado una victoria doble, deportiva y social. Su gesto, y las justificaciones de algunos, han evidenciado de qué manera el machismo atraviesa no solo al fútbol, sino a una selección que acaba de ganar el torneo más importante del planeta. La conducta de Rubiales es, sin embargo, solo parte de una historia mucho más larga: las futbolistas españolas llevan años señalando el machismo y la discriminación que, de una u otra manera, sufren.

Hace apenas un año se produjo una rebelión en la selección femenina. Quince jugadoras enviaron, una a una, el mismo correo electrónico a la Federación para comunicar que debido a los “últimos acontecimientos acaecidos” su salud estaba afectada y no se encontraban, por tanto, “en condiciones” de ser jugadoras seleccionables. Los correos de las futbolistas sugerían un grave conflicto interno, pero no explicitaban cuáles eran los hechos concretos por los que protestaban.

“Por la presente les informo que, debido a los últimos acontecimientos acaecidos en la selección española y la situación generada, hechos de los cuales son ustedes conocedores, están afectando de forma importante a mi estado emocional y por lo tanto a mi salud. Debido a todo ello, actualmente no me veo en condiciones de ser jugadora seleccionable para nuestro equipo nacional y por este motivo solicito no ser convocada hasta que esta situación no sea revertida. Mi compromiso con el equipo en el pasado, presente y futuro fue, es y será absoluto”, decían los correos electrónicos. Semanas antes, un grupo de futbolistas ya había trasladado a la Federación su malestar con el seleccionador, Jorge Vilda.

Tras los correos, la reacción de Rubiales fue muy crítica con las futbolistas y, por contra, de respaldo a Vilda. En un comunicado, la Federación aseguraba que no permitiría que las jugadoras cuestionaran la continuidad del entrenador y de su equipo, “pues tomar esas decisiones no entra dentro de sus competencias”. “De acuerdo con la legislación española vigente, no acudir a una llamada de la selección es calificado como una infracción muy grave y puede acarrear sanciones de entre dos y cinco años de inhabilitación”, proseguía el comunicado, que señalaba que la Federación no convocaría a quienes no desearan “vestir la camiseta de España” sino solo a las “futbolistas comprometidas”. La prensa deportiva tachó entonces a las jugadoras de chantajistas y caprichosas.

En mayo de este año, ocho de esas 15 jugadoras enviaron un nuevo correo para avisar de su disponibilidad. La Federación había fijado como condición para volver a la selección comunicarlo por la misma vía que habían utilizado para transmitir su malestar. Las ocho jugadoras lo hicieron después de meses en los que hubo reuniones, acercamientos y algunas decisiones por parte de la Federación. Solo tres de ellas fueron finalmente convocadas por Vilda: Ona Batlle, Aitana Bonmatí y Mariona Caldentey. Otras siete decidieron no pedir su vuelta.

¿Qué ha cambiado? Algunas de sus condiciones. La selección femenina no tenía nutricionista... hasta este mismo Mundial. Las jugadoras han podido volar en vuelos chárter y alojarse en buenos hoteles. Han tenido también un plan de conciliación familiar que les ha permitido estar cerca de familiares y seres queridos y compartir tiempo con ellos durante el Mundial. Ivana Andrés e Irene Paredes han viajado con sus hijos pequeños hasta Nueva Zelanda. No obstante, el malestar parece no haber terminado. La mayor parte de las futbolistas que decidieron no enviar los correos que exigía la Federación han guardado silencio durante este Mundial, que no han quebrado ni siquiera para lanzar una felicitación pública en sus redes a las campeonas. Durante la celebración de este lunes en Madrid, algunas de las futbolistas más relevantes de la selección, como Alexia Putellas o Aitana Bonmatí, no quisieron tomar la palabra. Las caras y la actitud de algunas de ellas, evitando a Rubiales o manteniendo la distancia con Vilda, son elocuentes.

“Necesitamos un cambio”

Pero los correos enviados el año pasado no son la primera comunicación pública de malestar hecha por jugadoras de la selección. En el Mundial de 2015 España llegó hasta octavos de final. La participación de la selección terminó con una carta de las 23 futbolistas en la que hacían autocrítica pero en la que también señalaban a la Federación: “Es evidente que la preparación del Mundial no ha sido la correcta, los amistosos inexistentes, la aclimatación escasa, el análisis de los rivales y la forma de preparar los partidos insuficientes... y esta ha sido la dinámica durante mucho tiempo. Creemos que se ha terminado una etapa y que necesitamos un cambio. Así se lo hemos transmitido al seleccionador y cuerpo técnico”. Por entonces, el presidente de la Federación era Ángel María Villar y el seleccionador español, Ignacio Quereda. Nadie cesó a Quereda, que llevaba desde los ochenta en el cargo, pero finalmente él abandonó.

En 2021 la periodista Danae Boronat publicó el libro No las llames chicas, llámalas futbolistas (Cúpula). En él, Boronat incluye los testimonios de varias futbolistas que relatan los comportamientos y comentarios machistas y vejatorios que llevaban años aguantando dentro de la selección. El presidente de la Federación, contaban, nunca las apoyó. Según cuenta el libro, algunas frases de Quereda a sus jugadoras eran “a ti lo que te hace falta es un buen macho” o “esta lo que necesita es que le metan una guindilla por el culo”. Otra jugadora relataba que el seleccionador le pellizcaba el culo y le decía “¿tú sabes cómo fecundan los gallos a las gallinas?”.

En una entrevista con ABC, Danae Boronat explicaba lo sucedido con las jugadoras que habían hablado con ella: “Lo acabaron asumiendo como un peaje que tenían que pagar para estar en la selección. Me contaban cosas con las que yo iba alucinando cada vez más. Todas las jugadoras fueron quejándose del trato que recibían e intentaron echarle. Me decían que no denunciaron a Quereda por miedo, porque a las anteriores generaciones que lo habían intentado se las había cargado. No lo denunciaron antes porque nadie las iba a escuchar. Me decían que tú gritas cuando crees que alguien te va a oír, si no te quedas callado y tragas, y asumes, y lloras en tu habitación, pero crees que ir a la selección compensa”.

Se puede ir aún más atrás. Ya en 1996, antes de la Eurocopa que iba a celebrarse al año siguiente, esa promoción de futbolistas envió una carta para denunciar el trato de Quereda. “Psicológicamente nos maltrataba. Sé que es muy fuerte decirlo. Nosotras lo intentamos, pero entonces no había la comunicación que hay ahora, ni Facebook ni Whatsapp”, decía la que fuera portera titular Roser Serra en un artículo en El País. Cuando Quereda dimitió, la Federación nombró en su lugar a Jorge Vilda, que evitó pronunciarse sobre las acusaciones lanzadas por las futbolistas.

Sin convenio y sin liga profesional

En paralelo a los conflictos vividos por la selección, discurría la evolución de la competición femenina. En 2014, un año antes de que España disputara su primer mundial, el fútbol femenino no era considerado profesional. “La mayoría de las jugadoras no tienen contratos profesionales y muchas ni siquiera cotizan. Podemos demostrar que ejercen con habitualidad una actividad deportiva porque a todos los efectos están trabajando como profesionales, pero para cualquier cosa hay que acudir a los tribunales, no se les da ese reconocimiento de hecho para que, por ejemplo, puedan ir al Fogasa. Hay una discriminación por el hecho de ser mujer: ejerciendo la misma actividad profesional que los hombres de su misma categoría, no tienen los mismos derechos”, aseguraba entonces la experta en Derecho Deportivo María José López.

Muchos clubes pagaban en negro a sus jugadoras o hacían contratos que nada tenían que ver con su actividad, desde cuidadoras a repartidoras de pizza. Si una futbolista se lesionaba o se quedaba embarazada, el equipo no tenía por qué hacerse cargo de ello. Las jugadoras mejor pagadas de la liga rondaban el mileurismo.

No fue hasta 2020 que las jugadoras tuvieron su primer convenio colectivo y hasta 2022 que la liga femenina fue declarada oficialmente profesional. El acuerdo que permitió el convenio llegó después de una negociación de año y medio y de una huelga. Estableció un salario mínimo de 16.000 euros anuales y un coeficiente de parcialidad del 75% (las jugadoras con contratos parciales, muy frecuentes hasta entonces, no podrían tener una jornada inferior a ese porcentaje). El convenio regulaba también la obligación de los clubes de hacer revisiones médicas a las jugadoras e incluía la posibilidad de que, en caso de embarazo, las futbolistas decidieran si renovar un año más o no. Las futbolistas negocian desde hace meses con la Liga la firma de un nuevo convenio.

Mientras, varios partidos han batido récords de asistencia. En enero de 2019, la semifinal de la Copa de la Reina entre el Athletic Club y el Atlético de Madrid fue el partido femenino con más asistencia hasta la fecha: 48.000 personas. En marzo de 2022, el encuentro entre el F.C. Barcelona y el Real Madrid batía el récord mundial de asistencia a un partido de competición femenina con 91.500 asistentes.

Las polémicas son frecuentes. Como la que saltó en enero de este año después de que las jugadoras del Barcelona tuvieran que colgarse sus propias medallas de campeonas de la Supercopa. Luis Rubiales sí entregó a las medallas en el caso de la final masculina. O las que generan declaraciones como las que hizo el entrenador del Sporting de Gijón, Miguel Ángel Ramírez, este mismo lunes: “El gol es como las chicas en la discoteca, cuanto más te acercas, ellas más se alejan”.

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