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Juegos Olímpicos
El Paraná y el Río de la Plata, la hidrovía de medallas del olimpismo argentino

Santiago Lange y Cecilia Carranza

Andrés Burgo

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La comparación es tentadora. Así como en los últimos meses quedó claro que por los 820 kilómetros del canal fluvial conocido como la Hidrovía sale el 80% de las exportaciones del país, en especial soja y cereales, los clubes de regatas ubicados a lo largo del río Paraná y en el inmenso estuario del Río de la Plata se convirtieron en los últimos 25 años en la mayor fábrica de medallistas olímpicos argentinos.

Desde Atlanta 1996, los representantes de vela de Argentina llevan seis Juegos consecutivos subiéndose al podio y a partir de este domingo intentarán repetir esa costumbre moderna en la bahía de Enoshima. Que los regatistas Santiago Lange (San Isidro) y Cecilia Carranza (Rosario), campeones olímpicos en Río de Janeiro 2016, hayan sido los abanderados de la delegación argentina en Tokio 2020 también habla de la influencia de una geografía que, como ocurre en todo el mundo, es determinante para el deporte de cada país.

Si en las montañas de Colombia y Ecuador se producen los mejores ciclistas de América, en el Caribe están los genes los velocistas y en el valle del Rift, al este de África, nacen los maratonistas que rompen los récords mundiales, la vía fluvial entre el Paraná y el Río de la Plata por la que miles de embarcaciones trasladan toneladas de producción industrial y agropecuaria también es la cocina de nuestros podios en los Juegos. Así como Diego Genoud escribió “por ahí respiran el país productivo y el agronegocio; de ese puente con el exterior del cual dependen casi por completo el ingreso de dólares”, por la Cuenca del Plata también respira la Argentina olímpica: ocho de las últimas 27 medallas ganadas desde Atlanta 1996 fueron gracias a la vela.

Lange comenzó a entrenarse en el Yacht Club Argentino, en su sede de San Fernando, y luego se sumó al Náutico San Isidro. Carranza se crió 300 kilómetros al norte (o 161 millas náuticas), en el Yacht Club Rosario. También río arriba, el correntino Carlos Mauricio Espínola, el mayor medallista del olimpismo argentino junto a Luciana Aymar (ambos con cuatro metales), empezó a navegar en la laguna Totora, un humedal en las cercanías del río Paraná y de la capital provincial. Pero, medallas aparte, cada puerto tiene su héroe: “la Hidrovía Deportiva” es un semillero de navegantes. Por ejemplo, en San Pedro, a mitad de camino entre Rosario y Buenos Aires, se formó José Alsogaray, ganador de un diploma olímpico en Pekín 2008.

“En San Pedro tenemos una ciudad muy involucrada a la navegación y a la tradición náutica”, dice a elDiarioAR Alsogaray, que también participó en Londres 2012 y Río 2016. “Yo me crié en el club, al lado del río, todos los días. El medio ambiente es hermoso y genera muchos referentes de los deportes acuáticos, no solo la vela. Ahora en Tokio, en canotaje, está Brenda Rojas, que también es de San Pedro y que ya estuvo en Río con Gonzalo Carreras, que nació en Baradero pero se entrenó siempre en San Pedro”, contextualiza. No es casualidad que otro de los palistas argentinos presentes en Tokio, Rubén Rézola (que ya participó en Londres 2012 y Río 2016), sea de la ciudad de Santa Fe: referente del club Náutico El Quillá, también es un hijo deportivo del Paraná.

Aunque la principal vía fluvial del país no es el único lugar en el que se practica vela (en la costa Atlántica o en cada laguna del interior también hay clubes de yachting), la gran cantidad de eximios navegantes que tiene Argentina se explica en un puñado de razones. Con un clima benigno, el Paraná y el Río de la Plata son ríos navegables todo el año, incluso en invierno, y a sus orillas se levantan grandes ciudades. A lo largo de cientos de kilómetros, la estructura de clubes es enorme, especialmente en el norte de la ribera bonaerense, pero las regatas se replican por todo el país. El Gran Prix del Litoral es una fiesta de pueblos y capitales provinciales que tiene fechas en San Pedro, Villa Constitución, Paraná, Santa Fe y San Nicolás. Por supuesto no es un deporte barato ni al alcance de todos: las embarcaciones para la clase infantil, Optimist, enfocada para los chicos de entre 6 y 15 años, cuestan cerca de 4.000 dólares. Algunos clubes, además, son exclusivos. Pero las competencias rebosan de jóvenes y adultos.

En su reciente autobiografía Viento, la travesía de mi vida, en colaboración con el periodista Nicolás Cassese, Lange cuenta ese comienzo: “Todo empezó como un juego. Nuestro patio de aventuras comenzaba allí donde el parque arbolado del Yacht Club Argentino balconea sobre el río en San Fernando, y se volvía infinito una vez que abordábamos nuestros pequeños barcos. Con apenas siete años teníamos para nosotros el río Luján y más allá, el Río de la Plata, inmenso e inabarcable. Crecer en el punto exacto donde un gran embudo de agua dulce, del color oscuro de la tierra, se convierte en un delta de islas, islotes, ríos y riachos me dio un acceso excepcional a lo que desde siempre fue mi gran pasión, navegar. Pronto, en medio de aquellas pruebas, comenzamos a descubrir los secretos de la naturaleza. Para llegar primeros debíamos advertir de qué lado soplaba más viento o reaccionar rápido cuando había un cambio en su dirección”.

Lange se está convirtiendo en Tokio en el deportista argentino con más participaciones olímpicas, siete, e intentará alcanzar a Espínola y a Aymar como el máximo medallista. Desde Atlanta 96, la vela siempre garantizó al menos un podio en sus diferentes categorías, como Nacra 17, 470, Tornado, Europa o Mistral (windsfurf). El correntino Espínola sumó cuatro, dos de ellas con el sanisidrense Lange, que a su vez también ganó con la rosarina Carranza. El porteño Juan de la Fuente ganó dos de bronce, una con Javier Conte (también de CABA) y otra con Lucas Calabrese, de Olivos, mientras que Serena Amato (también del partido de Vicente López), se quedó con el bronce restante.

“Somos de una familia que nació el barco, todos los fines de semana estábamos en el río”, dice desde Rosario Francisco Carranza, hermano de Cecilia. “En Rosario hay al menos 10 clubes de náutica y nos prendíamos en todas las disciplinas: pescar, navegar, hacer esquí. Yo me dediqué al wakewoard, que no es disciplina olímpica. Ceci arrancó de chica y ya no paró. Antes la ciudad vivía más de espalda al río, pero ahora tiene mucha más relación con los deportes náuticos”, agrega Carranza.

Más al norte de Rosario, en la tierra de Espínola, los clubes de regatas de Corrientes compiten contra los de Misiones. Mar del Plata, a su vez, recibe en febrero uno de los campeonatos más importantes del circuito nacional, pero el clima hostil del mar en invierno no la convierte en una plaza de todo el año. En todo caso, con los triunfos recientes del pasado y la tradición asegurada para el futuro, es cuestión de esperar que la actual bajante que sufre el Paraná, la mayor en décadas, no sea una metáfora de sequía en Tokio 2020.

AB

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