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Opinión - Economías

La economía no es todo, pero ayuda un montón

El gabinete económico del Frente de Todos

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La reactivación económica es la principal preocupación del electorado de cara a las PASO de este domingo. En un contexto enrarecido por la pandemia y la prolongada crisis económica, la definición de los candidatos para la elección de noviembre estará muy marcada por la percepción de los votantes sobre el avance de la recuperación y la desaceleración de los precios. Aunque estos no son los únicos factores determinantes del voto, sí tendrán una ponderación muy importante a la hora de elegirlo. El estado de la economía siempre es útil para entender el humor social, y puede ayudar —o no— a los oficialismos en su búsqueda de mayorías. Entonces, ¿qué está pasando con ella? ¿qué medidas se están tomando debido a la cercanía de los comicios?

Comencemos por lo básico: el nivel de actividad. La pandemia afectó muy gravemente a la economía argentina. Frente al avance del virus, el Gobierno optó por priorizar la salud y, a pesar de los programas de ayuda implementados, esto tuvo un costo asociado para la producción. Así, las restricciones a la circulación y el cierre de algunos rubros (esparcimiento, turismo, gastronomía) se combinaron con una menor demanda externa configurando una situación muy negativa para la actividad. Para peor, casi una década de estancamiento previo hizo que el golpe encontrara a las familias sin ahorros, a las empresas sin recursos y al Estado sin financiamiento. De esta manera, el producto se derrumbó 10% en 2020, una caída comparable a la del estallido de la convertibilidad en 2002, que lo hizo retornar a niveles de 2009.

Este año, la perspectiva cambió. Con el avance de la campaña de vacunación (se llegará al domingo con más del 60% de la población vacunada y en torno al 40% con dos dosis), la implementación de protocolos y la atenuación de las restricciones, el desempeño económico fue más ‘normal’ en 2021. Adicionalmente, el impulso de la obra pública y la demanda externa ayudaron a una recuperación más veloz a lo esperado. Para septiembre, la movilidad al trabajo será superior a la de la pre-pandemia y algunos sectores como la industria y el comercio habrán recobrado su nivel habitual de funcionamiento. Mejor todavía, el PBI podría encadenar cuatro meses de crecimiento al hilo, acumulando una suba en torno al 9% respecto a los primeros nueve meses del año pasado. Con todo, este avance ubicará a la economía todavía por debajo del nivel que tenía para las elecciones de 2011, 2013, 2015, 2017 y 2019.

Mientras el producto se recupera, la inflación está comenzando a ceder. En los primeros siete meses del 2021, los precios acumularon un alza equivalente a la pauta oficial para todo el año (29%). Sin embargo, de marzo en adelante, las subas mensuales se fueron moderando. La causa de esta desaceleración puede encontrarse, en gran medida, en la reducción del ritmo del dólar oficial: las intervenciones y regulaciones del Banco Central hicieron que el tipo de cambio creciera a una velocidad mucho menor a la de los precios desde febrero. En paralelo, la reducción de subsidios a la energía, que llevaría a una segmentación y aumento de tarifas, se postergó para el año próximo. A pesar de la mejoría, la inflación continúa en el orden del 3% mensual, cerca del doble de la que había en 2011 o 2017, últimas elecciones ganadas por los oficialismos.   

La recuperación paulatina de la economía lentamente va impactando en el mercado laboral. Aunque los puestos de trabajo siguen por debajo de los existentes al comienzo de la pandemia, hubo algunas mejorías respecto a un muy difícil 2020. En simultáneo, gracias a que la inflación se redujo, el poder adquisitivo del salario estaría frenando su derrumbe. De este modo, luego de más de tres años en terreno negativo, podría llegar a las elecciones encadenando tres meses consecutivos de crecimiento. El rol del Gobierno en este sentido fue fomentar la reapertura de paritarias, además de otorgar bonos a jubilados y créditos subsidiados que —por vías no salariales— apuntalan el poder adquisitivo de los hogares. De cualquier manera, y a pesar de estos esfuerzos, la capacidad de compra del salario será la más baja para un lapso electoral desde el 2005.

Con lo dicho hasta ahora, no pareciera que los datos económicos ayuden al oficialismo en su desempeño electoral: el producto y el salario se encuentran muy deteriorados respecto a años previos, mientras que la inflación y el desempleo son más elevados. Sin embargo, tampoco serán motivo de festejo para la oposición, ya que la demanda, los puestos de trabajo y los ingresos reales serán algo superiores a los de los últimos meses, en tanto la inflación estará descendiendo. Esto nos lleva a preguntarnos si podrá primar una lectura del votante en que el corto plazo pese más que la memoria de tiempos mejores, pero distantes. Si este fuera el caso, el oficialismo tendría motivos para festejar por duplicado, ya que todas las variables consideradas se encontrarán mejor en las elecciones generales que en las PASO. Por el contrario, si el período de análisis del elector fuera más largo, la tracción de la economía, el empleo y el salario desde hoy hasta noviembre no alcanzarían para satisfacerlo.

Por otra parte, las medidas mencionadas son típicas de los años electorales. En ellos, los gobiernos apuestan a una recuperación momentánea, que luego les cuesta mantener. Pisar el tipo de cambio, congelar las tarifas y disminuir transitoriamente impuestos mientras se elevan gastos son algunas de las medidas que se volvieron “políticas de Estado”, y, como vimos, el 2021 no fue una excepción. La eficacia de estos recursos reside en que, a pesar de no ser duraderos, traccionan votos para las filas del partido gobernante. Esta estrategia sobrevivió a la pandemia, pero ¿seguirán vigentes también sus efectos electorales? Y, más relevante aún, ¿será esta vez diferente, pudiendo sostenerse el crecimiento luego del escrutinio? 

JW

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