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Las entrañas de Pornhub salen a la luz en un documental de Netflix

En 'El clímax del millón: La historia de Pornhub' hablan los creadores de contenido sexual sobre las diversas polémicas

Javier Zurro

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“Escriban la letra P en el navegador de su teléfono móvil y seguramente sea la primera palabra que sugiera para autocompletar”, decía el cómico Trevor Noah desde uno de sus programas de The Daily Show. La broma la hacía para hablar de Pornhub, la principal página de pornografía del mundo. Noah hacía el chiste dando a entender que la mayor parte de personas, sobre todo hombres, que estaban viendo su show visitan porno y usaban la web que colonizó y dominó la industria del sexo online. Pornhub es la punta del iceberg y, sobre todo, la más mediática. Mientras que hace décadas, con el comienzo de internet, el sexo era algo que estaba casi escondido, Pornhub decidió promocionarse como cualquier otra compañía. Hacen anuncios, quieren que se hable de ellos y organizan campañas mediáticas para estar en el foco.

Pornhub hizo un video porno para concienciar del cambio climático, se coloca la bandera LGTB el día del orgullo y, sobre todo, realiza un informe anual que analiza las preferencias sexuales de cada país y el cambio de tendencias en los videos eróticos que se consumen. Su agresiva campaña de legitimación social pasó hasta por anuncios en Times Square protagonizados por Kanye West.

La apuesta de Pornhub les salió bien. Es la primera vez que una página de contenido pornográfico consigue ser percibida como ‘moderna’. Pero tras esa imagen hay mucho más. Eso es lo que intenta mostrar el documental El clímax del millón: La historia de Pornhub, un retrato poliédrico que ofrece múltiples puntos de vista, pero siempre intentando contestar a la misma pregunta, qué hay detrás del gigante del porno en internet. 

Para ello comienza explicando cómo nació y en qué se convirtió Pornhub. Como siempre —véase películas como La red social, o la próxima Blackberry—, unos cuantos alumnos brillantes y con las hormonas revolucionadas fueron los que tuvieron la idea. Lo dejaba muy claro la serie Silicon Valley, que ironizaba sobre cómo las mentes más afiladas del mundo terminan desperdiciando su genio construyendo apps que siempre tenían el sexo como centro de su interés. No hay que olvidar que Facebook nació como una aplicación para decir si las chicas de una Universidad eran atractivas o no. Los tres estudiantes canadienses que crearon Pornhub la vendieron en 2010 a Fabulan Thylmann, experto en posicionamiento que logró que al escribir “free porn” en Google, su web fuera la primera en salir. No solo consiguió eso, sino que cualquier categoría o cualquier práctica sexual que se introdujera en el buscador remitiera a su empresa. Pero Pornhub pertenece a un complejo mucho más grande de nombre Mindgeek, que hizo del sexo uno de sus principales motores económicos, ya que también posee Redtube, Xtube o la productora Brazzers.

El análisis de la situación actual lo hace Noelle Perdue, guionista de cine porno y extrabajadora de Mindgeek que explica que la llegada del porno a internet fue como la de la piratería al cine convencional. Antes, las productoras gastaban mucho dinero en cada película que vendían a un precio altísimo o a canales de pago. “Ahora los beneficios se basan en el volumen de contenido”. La película porno de algún canal de cable es historia, y ahora son miles y miles de contenidos nuevos subidos cada día a webs porno. El éxito de Pornhub está en que, realmente, se dedica a recopilar datos de cada usuario. “Hace lo mismo que Netflix o Facebook, recopila datos de los usuarios para adaptar el contenido que les entra por los ojos. Tienen su propio algoritmo y monetizan con publicidad el contenido generado por usuarios”.

Ahí empieza una de las primeras críticas, aunque Pornhub vendió la idea de que con su página los trabajadores sexuales —así se definen aquellos que suben videos de contenido sexual o erótico— recibirían dinero al monetizar sus propias creaciones, ellos eran los máximos beneficiados gracias a publicidad, anuncios y empresas que los apoyaban. Los trabajadores sexuales son otra de las patas del documental, y ofrecen una mirada positiva hacia una página que creen que les ayudó a tener unas condiciones dignas y más seguridad. 

Abusos en la web

El problema está en el contenido subido, en quién lo modera y en la permisividad de la web con ciertos temas. Hasta 30 mujeres denunciaron a Pornhub por haber subido videos sexuales de ellas sin su consentimiento. Algunas de ellas eran menores que explican en el documental cómo sus parejas grabaron estas imágenes sin su consentimiento y las pusieron en Pornhub. La pregunta es si la web es responsable de estas imágenes. Las afectadas explican que muchas veces mandaron e-mails pidiendo que se retiraran, y que cuando lo lograban ya habían pasado muchas semanas y que poco después de ser retirado se volvía a subir comenzando un círculo vicioso en el que los videos de sus abusos siempre estaban colgados en internet.

Una campaña viral por redes sociales y un amago de demanda colectiva hizo que Pornhub decidiera retirar casi 10 millones de videos. Si ellos no eran conscientes de todo, ¿cómo había tantos videos susceptibles de no ser consentidos? La web optó por un lavado de cara aceptando tres condiciones: solo podrían subir videos los usuarios verificados, la prohibición de descargar videos para no poder replicarlos en otras webs y más moderación para controlar lo que se sube. Mastercard y Visa decidieron, ante este escándalo, no permitir pagos con sus tarjetas en Pornhub. Lo que cuenta el documental es que esto no afectó económicamente a la empresa, cuyos beneficios no vienen por ahí, sino a los trabajadores sexuales que cobraban por su contenido. 

El mayor aporte del documental es que logra el testimonio de alguien que trabajó como moderador de contenido en Pornhub. Ellos son los responsables de ver todo lo que se sube para decidir si viola alguna norma, si son videos donde no hay consentimiento o donde hay menores involucrados. Sus declaraciones son devastadoras. Eran apenas 30 personas y cada uno de ellos debía ver entre 800 y 1.000 videos al día en una jornada de ocho horas. Les pedían que vieran más. Les parecía poco. Esto provocó que los pasaran a doble velocidad, saltaran partes o los vieran sin sonido. “Los pasábamos más rápido como podíamos”, reconoce este testigo que habla con la voz distorsionada y que deja claro que en los casos que fueron publicados por The New York Times “la compañía podría haber hecho más para evitar estas cosas, pero decidieron no hacerlo o solo cambiar algunas cosas cuando vieron que ya estaban en un lío”.

Sobre sus hombros recae la decisión de decidir si alguno de los involucrados es menor de edad. “No sé si tenían 17 o 18. Podrían tener 14 o 19 años y teníamos que suponerlo nosotros, pero luego un supervisor decidía qué hacer finalmente”, explica este moderador que dice que “había mil solicitudes” de jóvenes alegando que algún video se había subido sin su consentimiento pero que no les prestaban atención y podían “seguir ahí durante meses”.

Las críticas también llegaron por la forma de eliminar los videos de Pornhub. Retira el contenido, pero no la url, por lo que la dirección web sigue operativa y desde ella se pueden ver los metadatos y las palabras claves del video. También sugerían otros videos similares ya que ese no estaba disponible. “¿Buscas el video de la menor violada? No te preocupes, tenemos otros parecidos”, dice una de las activistas en la causa contra la empresa en el documental.

Hasta 2020, cuando empezó a surgir la polémica, cualquier persona podía subir un video siempre que no lo monetizara sin necesidad de identificarse. Esto dio pie a que hubiera barra libre para subir cualquier video sin que nadie localizara a la persona que lo había hecho. Mientras, la empresa seguía rentabilizando sus visitas y sacando dinero a través de publicidad. El documental concluye con un dato escalofriante. Diariamente se reciben 70.000 denuncias diarias sobre casos como estos, y el diagnóstico no señala solo a Pornhub: “Es un problema de internet”.

JZ

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