Lucrecia Martel lleva casi 15 años tras la historia de Javier Chocobar. El activista indígena fue asesinado en 2009 por unas disputas por los territorios de su comunidad de los que querían apropiarse. Un crimen que fue grabado en un video que podía encontrarse en Youtube y para el que hicieron falta nueve años de protestas para que fuera llevado a la justicia y sus responsables condenados. Martel se obsesionó con el caso. No solo por cómo era posible que el asesinato se hubiera registrado, sino por cómo un país como el suyo había permitido el racismo hacia ciertas comunidades hasta el punto de creerse legitimados para expulsarlos de sus tierras y hasta dispararles con total impunidad.
En todo este tiempo no estuvo siempre rodando, sino que principalmente utilizó todo ello para estudiar y comprender a aquellos a los que el cine invisibiliza. No hay pueblos nativos en el cine. No cuentan sus historias. Por eso Martel no solo grabó el juicio, sino que realiza en Nuestra Tierra, el documental que por fin ve la luz en el Festival de Venecia, un ejercicio de reparación y memoria. Vemos sus fotos, escuchamos sus historias, sus canciones…
Fue preparando su película Zama cuando empezó este viaje que culminó en la Mostra. Buscaba en Youtube “comunidades no contactadas, que no tienen contacto con la civilización occidental” para ver cómo se vestían, actuaban y se relacionaban. Allí encontró el video del asesinato de Chocobar, que había visto en su momento y lo había olvidado. “¿Cómo es posible que esto haya ocurrido a 300 kilómetros de dónde vivo, que un hombre haya disparado a otro con una cámara, y no me haya shockeado más?”, recuerda.
Aquellas imágenes le dieron por pensar en cómo en inglés la palabra shoot significaba tanto rodar como disparar, y la hizo reflexionar “sobre qué eran las imágenes y sobre el cine” para más tarde “investigar históricamente y contactar con la comunidad para conversar”. Comenzaba un trayecto largo, en el que ocurrió el propio juicio en medio y decidió grabarlo. Finalmente, Nuestra tierra es una película que trasciende al propio activista, ya que reivindica el cine como acto para preservar y reivindicar esa memoria que puede perderse, la de todas esas comunidades a las que expulsan de sus hogares.
Martel coloca en el centro de ese relato el racismo y sus orígenes: religiosos e históricos. Se ve una iglesia con paneles que muestran, y así se enseñan a los visitantes, cómo dios castiga a los indígenas. Se leen libros de texto donde no se explica la historia real del país. Y ellos mismos terminan dándose cuenta de que ese odio al diferente lleva más de cinco siglos, desde que España realizó una conquista basada en la imposición de sus creencias y su religión.
Pese a ello, Lucrecia Martel asegura no tener “absolutamente ningún reproche contra la colonia española”. “Creo que ese es un problema que tiene que pensar la gente de España y es un tremendo problema. El problema que a mí más me preocupa es la idea de dios en el proceso de la conquista. Porque eso existe todavía en América. Dios operó como el primer propietario de todo el planeta, y esa idea fue la primera idea con que se despoja de su tierra a toda América. Llegan y dicen ‘bueno, todo esto es de Dios, ustedes qué hacen aquí’”, dice la cineasta desde Venecia.
Un problema que también los salpica a ellos, pero según Martel, de otra forma. “Lo que más me preocupa no es respecto a la colonia, sino la continuidad de la colonia en la República. El problema más grave de Argentina lo tenemos porque si uno dice que el mito fundacional argentino es la independencia… ¿Qué independencia? Creo que parte del mito argentino de fundación de la nación consistió en echarle la culpa a España de todos los males y sentir que ellos eran los enemigos y que todos los que vinieron después son los amigos. Pero lo que pasó más tarde es lo peor. Entonces, sinceramente yo no pongo el foco en la colonia. Lo pongo en lo que pasó a partir de la creación de la República”, apunta con contundencia.
Mientras la humanidad tiene su espacio cada vez más restringido, el sistema económico quiere más partes del planeta y eso provoca la expulsión de los pueblos de sus tierras
La película llega en un momento en el que el filme puede ser leído como una analogía de lo que ocurre en Palestina. De hecho hay algo en esas imágenes de esos terrenos que las asemejan a los videos de los colonos israelíes expulsando a la gente de Cisjordania. La propia directora concluyó su conferencia de prensa poniendo el foco en Gaza. Mientras casi todos los directores intentaron evitar el tema, ella puso luz sobre él.
“Solo quiero decirles que la historia nos ha puesto en esta encrucijada. Yo ahora hubiera querido jubilarme, estar en la playa. Ustedes los jóvenes seguramente tendrán la misma aspiración, pero nos ha tocado este tiempo. Nos ha tocado el tiempo en el que el cine vuelve a tener una relevancia fundamental para contar lo que está sucediendo. A diario vemos imágenes y sonidos de un país que está siendo devastado, de un pueblo devastado, que es Palestina. La historia nos ha puesto en esta encrucijada, estamos un poco deprimidos, no sabemos qué va a pasar. Por eso es el mejor momento para hacer cine y volver a pensar sobre nosotros y tratar de contarnos. Que no estemos deprimidos, que mantengamos la alegría del trabajo de contar, porque es el bastión más importante que tiene la humanidad para pensarse a sí misma”, dijo ante la ovación de la sala de prensa.
Horas después continúa en ese paralelismo y subraya una paradoja que le parece interesante, y es que mientras que “nuestro espacio se redujo muchísimo”, con la pandemia como “revelación de que podemos sobrevivir psicológicamente estando encerrados”, “a nivel económico el espacio en el planeta es cada vez más valioso”. “Mientras la humanidad tiene su espacio cada vez más restringido, el sistema económico quiere más partes del planeta y eso, indudablemente, ha provocado la expulsión de los pueblos de sus tierras. Solo hay que ver también los argumentos con los que EEUU ha llevado a sus barcos a Venezuela. Dice que van por los narcos, pero todos sabemos que Venezuela tiene la segunda reserva petrolera del mundo”, lanza.
Por eso cree que aunque “los argumentos para expulsar a los pueblos, como ocurre en Palestina, suelan ser primitivos y con razones que se pierden en el tiempo”, siempre hay otros factores en el fondo que provocan que “la gente esté siendo expulsada de sus lugares”.