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Miguel Ángel Estrella: la música sin barreras ni prejuicios

Estrella murió a los 81 años.

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El pianista tucumano Miguel Ángel Estrella, fallecido hoy a los 81 años en Francia, donde residía, fue un intérprete notable que supo acercar la música académica a los sectores más postergados de la sociedad en un gesto hondamente político que signó su trayectoria.

El músico, que fue detenido-desaparecido entre 1977 y 1980 en Montevideo (donde cursaba su exilio), recordó en una entrevista en febrero de 2017 que sus captores, parte del entramado represivo plasmado en el Plan Cóndor, tenían identificada su posición ideológica y artística.

“En cautiverio me decían: ‘Sabemos que no sos guerrillero, pero sos peor que los guerrilleros porque tenés a la negrada en el bolsillo. Les hacés creer que tienen derecho a escuchar a Mozart’“, evocó sobre aquellos años de cautiverio ilegal y torturas.

Sin embargo, la acción internacional que reconocía y ponderaba sus valores artísticos logró impedir que lo trasladaran a la Argentina y pudo sobrevivir y regresar a Francia, uno de los países donde se había formado.

Pero Estrella no abandonó jamás esa convicción de compartir y repartir la sensibilidad y la belleza con el resto de la humanidad y, más aún, multiplicó acciones para hacer de la música un lenguaje inclusivo y de paz.

Sobre ese rol consciente y consecuente, el artista sostuvo cinco años atrás que “alguien que hacía música clásica debía ser elitista, debía dialogar de sus encuentros con Sartre, debía dar otra imagen y hacer lo que hacía yo era mal visto”.

“Pero desde hace 40 años que hablo con el público en mis conciertos, explico en qué se inspiraron (Maurice) Ravel o (Claude) Debussy, doy ejemplos. Y eso el público lo celebra. Me siento introductor de un público que no siempre tiene la posibilidad de saber quién es (Fréderic) Chopin o (Arnold) Schonberg”, repasó contando su rica experiencia.

Y en otro apunte de ese camino escogido, añadió: “Si sólo me limito a tocar bien, no estoy satisfecho. La vida me ha dado un lugar y un idioma y eso me permite hablar con la realidad. Esa es la función social de la música”.

De algún modo Estrella quiso replicar en las demás personas lo que a él mismo le sucedió a sus 12 años escuchando el “Concierto en Mi Menor”, de Chopin, interpretado por la Orquesta Sinfónica de su San Miguel de Tucumán natal.

Luego se formó en Buenos Aires, especialmente con Celia de Bronstein, Orestes Castruonovo y Erwin Leuchter, y perfeccionó su arte en Francia, Bélgica e Inglaterra; donde tomó clases con Nadia Boulange, Vlado Perlemuter, Yvonne Loriod y Marguerite Long.

Con esas guías y su propio talento, Estrella construyó un lenguaje propio y reconocido, al punto que sus interpretaciones de Johann Bach, Johannes Brahms, Fréderic Chopin y Ludwig Beethoven son consideradas versiones de referencia en el mundo.

Pero esa trabajada excelencia expresiva fue puesta al servicio de búsquedas que excedieron lo musical siendo, por ejemplo, durante 12 años embajador de la Unesco, una organización sobre la que llegó a decir: “Le debo mi vida. Son los que más trabajaron para que yo no sea un desaparecido para siempre”.

El 10 de diciembre de 1982 fundó el movimiento humanitario “Música Esperanza”, organismo internacional de Derechos Humanos que ya contaba con 15 filiales en todo el mundo, cuya misión es la de poner la música al servicio de la comunidad humana y la dignidad de cada persona, de defender los derechos artísticos de los músicos y de ayudar a los más humildes y a los desamparados a través de la música.

Desde 1992 “Música Esperanza” es, además, una ONG reconocida por la Unesco, que solamente en la Argentina llegó a impulsar una treintena de programas junto al Estado para crear centenares de orquestas en los barrios del país, una actividad que a partir del gobierno de Mauricio Macri “se fue al tacho“, según denunció sin eufemismos.

“Nunca en mi vida vi algo igual a lo que está pasando. Ya no funciona ninguna orquesta con subvención. Siento que me impiden que saque lo mejor de mi alma como pianista”, se lamentó.

Más allá de esos avatares políticos domésticos, fundó en 1999 la Orquesta para la Paz, integrado por jóvenes músicos provenientes de varios países árabes y de Israel, una propuesta que nació y creció paralela a la que otro argentino notable, Daniel Barenboim, plasmó con similar espíritu a partir de la West-Eastern Divan Orchestra.

Pero, además, siguió proponiendo nuevos puentes entre la música y la acción social a partir de 2004 cuando dio forma al programa “La Voz de los sin Voz”.

Esa actividad mereció, además, muchas distinciones internacionales entre las cuales destaca la “Legión de Honor” otorgada por el gobierno francés y el de “Comendador de Artes y Letras” que le concedió el Ministerio de Cultura de aquel país.

Además, las universidades Charles De Gaulle, Católica de Lovaina y Nacional de Tucumán lo nombraron “Doctor Honoris Causa”.

El gobierno francés le otorgó la “Legión de Honor” y en diciembre de 2000 las Naciones Unidas a través del Alto Comisionado para los Refugiados le entregaron el Premio Nansen por su inagotable lucha por los derechos humanos.

DA con información de Télam

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