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Tom Cruise cierra la saga de 'Misión Imposible' con una entrega espectacular potenciada por su empeño en emocionar

Cannes
Tom Cruise asiste al photocall de 'Misión: Imposible - Sentencia Mortal' durante el 78º Festival de Cine de Cannes

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Hace unos días, Sean Penn se refería a Tom Cruise como “probablemente el mejor doble de riesgo en la industria del cine”. Aunque muchos quisieron ver en sus palabras un cierto desprecio, al reducir sus capacidades interpretativas a su gusto por realizar él mismo las escenas de acción, había en ellas un reconocimiento a algo que se convirtió en el sello de Cruise, que a los 62 años consiguió ser la mayor estrella del cine de acción de Hollywood y, probablemente, una de las pocas estrellas —a secas— que existen. Además, es de las pocas que lleva público a los cines por el mero hecho de ver su nombre en el cartel.

La prueba irrefutable es la saga de Misión Imposible. Cruise la comenzó hace casi 30 años, es decir, cuando acababa de pasar los 30, y la cierra ahora —desde un Festival de Cannes que siempre se rinde al intérprete— sin haber cedido el testigo. Él fue el epicentro de una franquicia por la que pocos apostaban y que consiguió sobrevivir a modas y sagas que iban y venían. Lo hicieron con la fórmula que usa el actor, que no es otra que apostar por recuperar la sensación de incredulidad ante lo que ocurre en la pantalla. Que la gente se pregunte cómo pudo hacer esas escenas en vez de quejarse por lo que chirrían los efectos visuales.

Para ello perfeccionaron una maquinaria promocional que, desde la segunda entrega, cuando nos presentó a Cruise colgado a pelo en una barranca, mostró cómo el actor realizó escenas de acción cada vez más complejas sin necesidad de dobles. Todo en pos de dotar de realismo a unas películas cuya trama no podía ser más inverosímil. Pero Cruise se dejaba el cuerpo, literalmente, para que nos creyéramos que él era el único que podía salvar al mundo porque era el único que puede realmente realizar esos saltos.

En este viaje encontró, desde la quinta entrega, a un compañero de viaje perfecto, el director Christopher McQuarrie, que desde que ganó el Oscar por el guion de Los sospechosos de siempre seguía buscando su lugar en Hollywood. Cruise apostó por él y lo convirtió en el único director que repetía dentro de la saga, confiando en ese gusto compartido por un cine que huela a artesano, a hecho con las manos para las tres últimas entregas de la franquicia. Finalmente, la tercera se partiría en dos, con Misión Imposible: sentencia mortal - Parte 1, sentando las bases de lo que ahora se llamó Misión Imposible: sentencia final, y que es, supuestamente —nunca digan nunca en Hollywood— el cierre final y definitivo de la saga basada en la serie (y que llegará a las salas el próximo 22 de mayo).

El principal problema de este cierre está, irónicamente, en su primera parte, que era una excelente película de espías y acción donde el peligro apelaba a los miedos de nuestra sociedad —una inteligencia artificial capaz de crear las fake news más veraces— y donde el ritmo y sus excelentes y espectaculares escenas dejaban con la boca abierta. Cruise protagonizó la que vendieron como la mayor escena de acción nunca rodada, un momento que él mismo quiso hacer y que consistía en tirarse por una barranca con una moto para luego accionar un paracaídas. Todo ello grabado desde helicópteros, drones y el propio rostro de Cruise. Era una escena de esas que recuerdan por qué vamos al cine, como lo era ese final en un tren cuyos vagones iban cayendo por un precipicio. 

Por eso las expectativas estaban tan altas. Si aquello era solo la primera mitad, cómo debía ser el redoble final que se habían dejado para culminar la saga por todo lo alto. Y la respuesta es que Misión Imposible: sentencia final es tan espectacular como finalmente desequilibrada por su sensación de despedida. Son tan conscientes de que es el último capítulo que deciden apostar por una falsa trascendencia y un empeño constante en emocionar que no estaba presente en las anteriores películas. A Misión Imposible se viene a dejarse sorprender por las escenas de acción, no a que intenten que uno llore con frases que parecen dedicatorias en una carpeta de la escuela. 

Hay demasiada voz en off, demasiada frase engolada y demasiados guiños nostálgicos. McQuarrie apuesta por unir todos los episodios en este final, y hace guiños constantes a todos los capítulos anteriores. Algunos funcionan por lo mítico del recuerdo. Se rememora constantemente la escena de Tom Cruise descolgándose en la primera película, y es normal, porque con esa escena comenzó todo, pero quizás no hacía faltan tantos flashbacks en forma de fogonazos, sino confiar más en el gusto por el espectáculo que tan bien había funcionado en el resto de entregas. 

Uno con lo que se queda de Sentencia final es, cómo no, con dos escenas de acción que son, de nuevo, apabullantes. La primera, una tensa incursión acuática en un submarino, y la segunda, la que ilustra el cartel del filme, una persecución entre avionetas vintage —la llegada de la IA hace que se recurra a lo analógico en la película— que hace que otra vez nos preguntemos ¿cómo habrán hecho eso?

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