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Análisis

Brasil: el golpe de teatro del golpismo bolsonarista

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a una semana de su asunción en Brasilia el domingo 1° de enero.

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Lo primero que hay que decir es que no hubo Golpe de Estado. Ni ruptura violenta de la institucionalidad. La democracia brasileña no corre (ese) peligro. Ni un golpe a la antigua, con tanques en las calles (como en Brasil en 1964, en Argentina en 1966, en Chile en 1973). Ni una renuncia presidencial arrancada bajo la amenaza del uso de una fuerza irreprimible (como en Argentina en 1962, en Bolivia en 2019). Lo segundo que conviene añadir es que la gravedad del peligro no se mide según esa escala. El golpismo brasileño actual no busca el derrocamiento directo del presidente electo Luiz Inácio Lula de Silva. Pero la sola invocación del Golpe como vía legítima para que el pueblo bolsonarista recupere el poder que le fue 'birlado' por las élites 'anti-pueblo´ del PT es instrumento eficaz para rehusar toda legitimidad al mandato electoral del presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva. Los acontecimientos del domingo 8 de enero lo demuestran.

El presidente Bolsonaro había decidido no participar de la transición luego de haber sido derrotado en las elecciones del 30 de octubre por Lula, líder del Partido de los Trabajadores (PT) que asumió el 1° de enero su tercer mandato tras haber gobernado dos gestiones entre 2003 y 2010. El vicepresidente Hamilton Mourão había dicho que Bolsonaro estaba “algo triste” por haber fracasado en su intento de reelección. El vicepresidente electo Geraldo Alckmin comandó el equipo de transición que sesiona en Brasilia, en la sede del Centro Cultural Banco do Brasil.

Con la asunción de Lula, cambió el presidente en Brasilia. Uno de derecha por uno de izquierda. En Brasll, en el territorio, el giro fue a la derecha. Incluido el DF de Brasilia, donde el presidente Lula decretó la intervención federal de la seguridad el domingo.

La sociedad incivil

El presidente Bolsonaro evitó cuidadosamente pronunciar la palabra 'derrota' para calificar el resultado del balotaje presidencial del último domingo de octubre, donde su rival Lula lo superó por 1,8 puntos porcentuales.

De inmediato, apenas conocidos esos números, se multiplicaron en Brasil cortes de rutas, favorecidos por los camioneros, profesión fiel al bolsonarismo. Muchos grupos fueron a los cuarteles, pidiendo la intervención militar.

Esas acampadas continuaban a la noche del domingo. Más todavía, después de la eficaz represión de los asaltantes a los tres Poderes del Estado en Brasilia, habían aumentado, y aumentan en número.

El antipetismo de unas FFAA atiborradas de privilegios

Las FFAA, colmadas de privilegios, carecen de incentivo corporativo para intentar cualquier Golpe de Estado eficaz, cruento o incruento. A diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, carecen por completo de apoyo exterior, ni regional, ni de Washington, ni de ninguna potencia. La Constitución brasileña de 1988, vigente, hace de las FFAA el garante pero también el árbitro del buen desarrollo constitucional del gobierno democrático. Esto abre el ingreso a intervenciones diversas, pero no es una puerta que quieran abrir.

Dicho esto, dentro de la institución, una proporción no insignificante comulga con las ideas e indignaciones de esos civiles que los reclaman a las puertas de los cuarteles. El antipetismo militar, en determinados sectores, es firme. El PT ha buscado discutir lo que las FFAA no están dispuestas a discutir, el artículo constitucional en cuestión. Pero es más antipetismo que antilulismo. De Lula tienen el buen recuerdo del gran gasto en infraestructura y armamentos, en helicópteros y navíos, en compra multimillonaria a Francia. De Dilma Rousseff, en cambio, el resentimiento con 'la ex guerrillera' que buscó poner las bases de una operativa Comisión de Verdad y Justicia que investigara los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la larga dictadura militar 1964-1985.

Tampoco quieren las FFAA discutir su autarquía. A pesar de que el Presidente es Comandante en Jefe de las FFAA, ni designa realmente a los más altos mandos de las armas, ni influye en las promociones: Presenta, motu proprio, los nombres y los avances que los militares sugieren, sin contradicción.

Bolsonaro y el Partido Liberal

El presidente Bolsonaro condenó la violencia de los manifestantes negacionistas, elogió a quienes se manifiestan por sus ideas, reivindicó el derecho absoluto a la libre expresión. Junto con su partido, el Partido Liberal (PL), después del 30 de octubre había hecho una presentación ante el Tribunal Superior Electoral (TSE) pidiendo explicaciones por anomalías en varios centenares de miles de votos.

Ni Bolsonaro, que busca constituirse en jefe de la oposición, ni mucho menos el presidente del PL, Valdemar Costa Neto, que conoce muy bien a la Justicia de Brasilia, creían en la viabilidad del pedido de impugnación. Como tampoco en el buen éxito de los manifestantes del domingo. Pero la denegación era necesaria para estar a la altura del escándalo del resultado de la segunda vuelta presidencial, que sólo así pueden explicar a su base más dura. El presidente del TSE, Alexandre de Moraes, rechazó de plano el pedido del PL y aplicó una multa de 22.991.544,60 reales al Partido por litigar de mala fe.

Para Bolsonaro, el enemigo exterior, el “comunismo”, tiene representantes internos. La respuesta del TSE demostró, a sus ojos, que no se puede confiar en las instituciones: al contrario, hay que sospechar sistemáticamente de ellas, porque fueron capturadas por esa minoría elitista y antipopular que Moraes representa. En su discurso antisistémico, Bolsonaro representa la voluntad del pueblo, que lo elige por una aclamación que el voto refleja, pero ni funda ni establece. Entre Bolsonaro y el pueblo, la comunicación es directa, en los dos sentidos. Nada podrán, dice, las interferencias artificiales de la Justicia, electoral, tribunalicia.

El mayor éxito político de Bolsonaro fue el de fidelizar una sección importante del electorado antisistema. Llamarlo genocida, fascista, ignorante, equivale a despolitizarlo. Y a desconocer sus méritos tácticos y estratégicos. Acaso la tercera presidencia de Lula deba enfrentar el proceso de un cambio de objetivo. Porque Bolsonaro se propone trasmutar una oposición que es anti sistema, y por lo tanto, no necesariamente antidemocrática, en una oposición a la democracia como tal.

AGB

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